martes, noviembre 29, 2005

Por supuesto que no he dejado de amarlo

Por supuesto que no he dejado de amarlo.
Sigo estando orgullosa de él en muchos aspectos, pero aquella amistad que existió entre nosotros se ha perdido y quisiera aclarar el por qué de esto.
Por ser mujer a mí no se me concedió la oportunidad de estudiar, así que, aún cuando gozo de inteligencia natural, tengo mis limitaciones.
Hago lo mejor que puedo en las finanzas familiares y manejo nuestras empresas, pero he tenido desaciertos de graves consecuencias que durante un tiempo incluso disminuyeron el status económico familiar. Él se vio afectado mientras estudiaba en una universidad privada, que tuvo que abandonar y eso no lo asimiló bien.
Existe cierta dureza en él.
Falta de caridad para aceptar las limitaciones o defectos de las personas con quienes convive, sean amigos, hermanos, o los míos, que indiscutiblemente las tengo.
Asume en cambio una actitud permisiva respecto de los aspectos negativos de su propio carácter y esto me entristece.
Se olvida que antes que dominar a nadie debe ser su propio dueño.
Ningún defecto puede corregirse si antes no se reconoce ante uno mismo.
Admito que en su actitud general, tengo alguna responsabilidad por mi crianza. Pero se que él puede cambiar, superarse y superar obstáculos.
Dejo constancia de mi esperanza. Algún día volverá a ser, como lo añoro, mi mejor amigo.
Con esta esperanza, dejo la pluma.
Aunque la verdad, que difícil resultó pensar en cada decisión equivocada, reconocerlas, y medir sus consecuencias. Estoy triste. He tratado de ser honesta aunque no sé como voy a afrontar el trago de mostrarlo. Escribir esto me ha puesto ante los ojos una imagen de mi, distinta a la que hasta ahora tenía, lo que aquí digo, no me deja bien parada como madre, y ese era el papel que yo pensaba haber desempeñado mejor, pero cumplo al menos, con el que fue nuestro propósito al iniciar estas introspecciones, decirme a mí misma lo que nadie escribiría, y también escribir aquello que a nadie se diría.
Cada una lo ha hecho, ¿que nos dirán aún Carmen, Antonia y María?

domingo, noviembre 27, 2005

...Noto que es la primera vez que lo menciono


Así llegamos a Santiago y noto que es la primera vez que escribo su nombre.
Nuestra relación quedó para coronar mis reflexiones.
Durante mucho tiempo, para sentirme condescendiente con mi actuar como madre, me bastaba pensar en Santiago.
Su seguridad en sí mismo, su don de gentes, su capacidad de mando, me hacían sentir que lo había llevado por buen camino.
Me adjudicaba un lugar en sus logros; hasta llegué a tener cierta dependencia hacia él, al resolver mis asuntos.
Desde muy pequeño lo hice sentir importante al tomar sus opiniones en cuenta. Él respondió poniendo su mejor esfuerzo por actuar con madurez. Esto fue bueno para él, pero lógicamente, ocasionó cierta separación entre los hermanos, y esa brecha no se ha cerrado nunca.

Desde chiquito, tal vez tenía entonces diez años; cuando su padre y yo teníamos necesidad de viajar, él se quedaba a cargo del negocio familiar. No por preferencia, sino por actitud.
Su responsabilidad y carácter eran dignos de tomarse en cuenta. A esa edad ya sabía hacerse obedecer por sus hermanos y también por todos los empleados, a quienes dirigía con respeto, pero también con decisión. Todos nuestros empleados lo reconocen y quieren hasta la fecha.
Nuestra relación fue inmejorable por muchos años, me dejó sentir que estaba orgulloso de mí y yo se lo hice sentir a él.
Por mi parte, no sólo le quería como madre, también era el amigo que sin dudar elegiría, mi apoyo y mi consejero.
Eso sigue siendo importante para mí, tanto como el amarlo incondicionalmente por ser mi hijo.
Pero ahora debo preguntarme ¿Por qué escribo en tiempo pasado, acerca de mi identificación con Santiago?

martes, noviembre 22, 2005

Incluso la Ley le reconoce su mayoría de edad

Con respecto a la relación entre Carlo y yo, no considero negativa mi intervención en contra de Carlo cuando peleaba con Sebastián, pero si creo que mis disgustos con Raymundo la han deteriorado.
Mi benjamín siente un afecto especial por su hermano mayor y a pesar de su carácter pendenciero, muestra para con él, los mismos signos de amorosa compasión que le rinde a su padre. El caso es que nuestra relación, conforme Carlo crecía, decreció en calidad.

Él tiene un carácter difícil y el mío no lo es menos. Después de haber sido dominada hasta el extremo en la infancia, ahora no tolero imposiciones, ni faltas de respeto o que me eleven la voz.
En todo esto, como muchos jóvenes de la época, Carlo parece ser maestro. Le he dicho en muchas ocasiones que respeto pide respeto. No lo entiende y entonces pierdo la paciencia. No me sucede con mis empleados, sí con mis hijos. Con Carlo más. Me hace enojar y entonces le hablo ásperamente, aunque sé que con él esa no es una buena técnica para hacerlo entrar en razón.
Responde mejor a la bondad que al enojo.
Así que ahí vamos. Avanzando a trompicones en nuestra relación de adultos.
Ya no es un niño y se queja de no ser respetado en la misma medida que sus hermanos. Algo de razón tiene porque es difícil dejar de verlo como el benjamín.
Dice que ni siquiera sus novias han merecido nunca mi aprobación. Debo confesar que es cierto, lo veo tan hermoso, tan grande y noble, que siento que no ha elegido bien. Sin embargo, no me impongo, ni lo molesto, mal haría de pretenderlo.
De él es la decisión y si no elige bien, también lo serán las consecuencias, de él, no mías.
Su amor por Raymundo lo lleva a secundarlo y enfrentarse conmigo. Me angustia el temor de que, rebelde como es, repita el esquema del hermano mayor. Pero creo que exagero. Ya tiene veintidós años cumplidos, así que lo que va a ser, ya lo es. Debo tranquilizarme y confiar más en él.
Dejarle como he dicho, las riendas de su destino.
Debo recordar que incluso la ley le reconoce ya, su mayoría de edad.

domingo, noviembre 20, 2005

Mi chiquito, por abusivo, no salió muy bien parado


Ya me referí a Carlo al hablarles de Sebastián y mi chiquito no salió muy bien parado. Antes de narrarles algo sobre él y nuestra relación, quiero que conozcan su corazón. El amor que desborda por su padre.
Cuando todos mis hijos eran niños escribí cuatro anécdotas, una de cada uno. En este momento me doy cuenta que fue la memoria de esas anécdotas, la que sirvió para describir a Sebastián, y sirve también para presentarles a Carlo. La anécdota que le corresponde, habla de su amor por su padre.
Lo primero que mi marido pedía al volver a casa, era la bata y Carlo lo sabía. Desde que tuvo tres años, se tomó la tarea de preparar la bata de su papá. Todas las noches la colocaba sobre la cama. Extendía las mangas de tal forma, que simulaba su silueta. Algunas noches, cuando su papá no volvía temprano, después de acomodarla, se subía a la cama y se acostaba a un lado de la bata, tomaba una manga vacía y se la llevaba a la nariz para olerla. Así se dormía con el aroma de su papá por compañía, tal como otros niños se duermen con el chupete.
Su padre tomaba por aquel entonces. Lo digo sólo porque resulta necesario hacerlo. Algunas veces no medía cuánto, ni guardaba las formas. Llegó a quedarse dormido con la bata mal cerrada y despatarrado sobre las sábanas. Yo me sentía disgustada y podía pasar, verlo y no hacer nada. Lo confieso. Los otros muchachos, inclusive el compasivo Sebastián evitaban mirarlo.
Sólo Carlo se acercaba con pasos cautelosos a su papá. No por temor, pues nunca fue violento. Lo hacía para cuidar su sueño, sin importarle lo poco natural que ese sueño fuera. Con grandes dificultades iba sacando poco a poquito la tela que tenía entremetida bajo la espalda. Cuando lograba enderezar la prenda, lo cubría cuidadosamente. Llevaba entonces el cobertor de su propia cama y lo protegía así del frío; también de miradas indiscretas.
Cada vez que tuvo este gesto de ternura, bíblico en su dimensión, me trajo a la memoria el pasaje de Noé y de sus hijos. Al bajar del Arca, Noé abusa del jugo de la vid y sus hijos mayores se ríen de su postura descuidada, en tanto el menor lo cubre amorosamente. Carlo estoy segura de que tiene la bendición de su padre, tal como la tuvo el benjamín de Noe, por similares circunstancias.

miércoles, noviembre 16, 2005

Imagínate el bello cuadro, la madre empeñada en aniquilar su bondad.

Desde la burda concepción que se tiene de lo que debe ser un niño, sus hermanos lo molestaban llamándole marica porque prefería pintar que jugar, o llorar antes que devolver los golpes.

Lo recuerdo tal vez de cinco años, con los flacos y largos brazos tendidos hacia adelante para mantener alejado de su cabeza a su hermano. Con las lágrimas escurriendo por su cara, mientras Carlo, tres años menor, exhibía entre las manos crispadas un mechón de pelos de Sebastián.

Yo que fui la mayor de cinco hermanos varones y madre también de cuatro varones, tal vez no te extrañe que le dijera: —Jálale el pelo tú también. Jálaselo—.
Y él, a pesar de sus lágrimas respondía — No puedo mamá, no puedo. Es que le va a doler, le va a doler—.
Imagínate el bello cuadro, yo empeñada en aniquilar su bondad, sólo para que entrara dentro de la concepción de lo que en mí influenciada cabeza, tenía que ser un varón: Vengativo, áspero, poco compasivo.
Y esa fue mi actitud permanente, creyendo prepararlo para la vida, lo instaba a defenderse; a devolver golpe por golpe, no importaba que fuera en contra de Carlo, su hermano menor, que dicho sea de paso, no respetaba edad ni tamaño.
Aún así no pude, torcer la tolerante y prudente bondad de Sebastián.
Pasaron los años, hasta que un día yendo de camino a la costa, después de horas en las que Carlo lo fastidió en el espacio cerrado de nuestro carro, sucede que por fin lo hartó. Si lo hartó — entonces se volvió hacia él tranquilamente— y en respuesta a la última provocación, le plantó un golpe en la cara, contundente, diestro y seco.

Un solo golpe, que dejó atónito, tanto al benjamín como a todos, a mí especialmente. El abusivo de todos los días, lanzó un alarido y cuando su papá iba a protestar, yo le apreté la pierna discretamente y entendió.
Mi pequeñito siguió llorando cada vez más quedito durante un buen rato, mientras Sebastián mi artista, miraba fijo por la ventana a un punto que sólo él conocía, sumido en sus ensoñaciones. Nada se dijo, pero como consecuencia de este episodio lo dejamos de molestar. Tanto sus hermanos, especialmente Carlo, como yo.

Ahora sé que con mi actitud hice su vida difícil, no se todavía si supo asimilarlo y comprendió mis razones, no se si lo ayudé o lo perjudiqué.
El caso es que hoy, que ya es un hombre nos llevamos muy bien. Trato de adivinarlo pero no lo presiono porque respeto profundamente su derecho a la privacidad.
Siempre fue retraído, encerrado en si mismo, hay mucho de si que nunca mostró a los demás, y yo lo entiendo a la perfección, porque fui forzada a vivir de puertas abiertas, sin respeto a mi intimidad y aún así logré mantener un espacio inaccesible al que yo misma tardaba en penetrar.
Todos lo quieren y tiene muchos amigos, pero a mí me duele su soledad. Presiento luchas y oscuridad dentro de sí y también a su alrededor, siempre tuve ese tipo de presentimientos acerca de él.
Ahora leo cuanto escribe y encuentro que su combate es real. Habla ahí de su miedo a comer, ante el niño que posa a puros huesos en Somalia; También del niño que tiene hambre por la noche, busca a su madre y la encuentra con otro hombre, regresa a su cama y cena uñas. Del tiro que cae al cuello del amigo, de la soga, del ahorcado.
La homosexualidad y el vicio, son temas comunes para él; deja que los huesos amarillos de la vejez le hablen en los rincones. Permite pues que la oscuridad del mundo salte dentro de él.
Cómo no ser entonces, ese solitario, si suicida sus ojos y moldea las almohadas para vestir su soledad.
Y al decir todo esto estoy parafraseando sus poemas.
Esta es pues su elección, hace y dice, lo que quiere hacer y decir. Gracias a Dios no conseguí cambiarlo, no le impuse fardos ni moldes.
El sigue siendo el mismo hombre que desde siempre fue

domingo, noviembre 13, 2005

Si las buscara podría haber excusas, pero no las quiero

Si las buscara, podría haber excusas para lo que hice y también para lo que dejé de hacer, pero no las quiero.
Lo que deseo es reencontrar mi ritmo. Aunque la playa en la que reviente mi oleaje todavía la veo lejana.
Necesito ver a todos mis hijos realizados como hombres. Superados por su propio valer mis errores y llevando la vida plena para la cual nacieron. Sólo entonces podré descansar.
II
Estuve a punto de concluir lo escrito, cuando alcancé a darme cuenta de lo injusta que todavía resulto.
Tengo cuatro hijos y me referí de manera individual sólo a Raymundo el mayor. Es cierto que los otros parecen ser felices, pero no todo ha sido miel sobre hojuelas para ellos, y he dejado sin mencionar los hechos en que pude actuar mejor respecto a ellos, como si no les diera importancia.
Es verdad que en la Biblia, la fiesta del retorno se hace por el hijo que regresa, el pródigo, y esto ante el total desconcierto del que se mantiene al lado de su padre.
Pero ahí se aplica la justicia divina. Yo, que estoy lejos de esa perfección, corrijo mi omisión culpable; retomo mis reflexiones y escribo siguiendo el hilo de mis pensamientos, no el orden cronológico de los sucesos, cosa difícil de lograr para mí.
De Sebastián, mi tercero, siempre tuve la percepción de su bondad y discreción, de la extraordinaria calidad de su alma —que no sé si existan diferencias de esta naturaleza entre las almas— pero si existen, la de él es un artículo de lujo sin lugar a dudas.
Sebastián tiene alma de artista y por lo mismo, en una lista de sus cualidades podría adjudicarle algunas, tales como: tierno, sensible, generoso y también compasivo. Parecía diferente cuando niño, un poco etéreo y un mucho despistado.
Podía uno hablar enfrente de él, acerca del lugar a donde iríamos a pasear ese día y dos segundos después de ponernos de acuerdo, él preguntaba — ¿A dónde vamos a ir?—
Otras veces, entraba a la recámara para recoger un juguete o para hacer un encargo a sus hermanos y si la televisión estaba encendida en un programa de concierto, se quedaba en suspenso frente a la pantalla, sin poder separarse, prendido de la música y sin escuchar las voces que ellos le lanzaban.
Cuando al fin salía de su abstracción, suspiraba y se alejaba paso a pasito, sin prisa por volver a los juegos.
Definitivamente Sebastián parecía diferente y yo sabía, lo crueles o dominantes que son los otros con aquel que no es de los iguales.
Lo digo porque me gusta pensar que también soy diferente, el me ha dicho que sí; que soy de sus iguales y es por eso que lo sé.
Pero en aquel entonces, en la niñez, quise defenderlo. Quise prepararlo, armarlo para la vida. Que no sufriera vasallajes y traté de cambiarlo.
Fui pues, sin saberlo, la primera en avasallarlo.

miércoles, noviembre 09, 2005

Resultó doloroso dejar salir sus pensamientos

Esther, abandona la pluma y queda quieta, largo tiempo, pensando, resultó doloroso dejar salir sus pensamientos, ahora suspira, endereza los hombros y escribe:
Durante mucho tiempo tuve la esperanza de que alguien llegaría a su vida para cambiarla.
Que, de manera providencial, otra persona, distinta de mí, vendría a ayudarlo y por eso me dedicaba a preparar a otros jóvenes; a auxiliarlos en sus necesidades, a la espera de su benefactor. A mi primogénito todo le llegó tarde:
Nuestro despertar a la fe, la hermosa casa, la terraza en la azotea, que él ya no disfrutó como sus hermanos.
Él sufrió mi inexperta vocación de madre.
También llegaron tarde los argumentos para vencer su resistencia a estudiar, a seguir una carrera profesional. Lo peor es que hasta la esperanza en ese Ángel de la providencia, la he dejado perderse poco a poco.
¿Llegará alguien para ayudar a mi hijo, ya que no me lo permite a mí? Si es sí, ¿hasta cuándo? ¿Será aún tiempo para él?
Las cosas van de mal en peor. Mi desesperanza se transforma en desesperación y me enzarzo con él en discusiones espantosas. Me falta y le falto al respeto. Esto no puede seguir.
Mis preguntas se quedan sin respuesta y es ahora, en este desentrañarme, donde encuentro la certeza de lo que soy respecto a él.
Ya no soy una madre. El tiempo para serlo en su estricta dimensión pasó.
Soy una mujer que ve a un adulto al que ama, estrellarse contra muros distintos a los que ella superó y sólo puede mirarlo, acompañarlo desde lejos y desear lo mejor para él.
Es él quien tiene en sus manos las riendas de su vida y de él la responsabilidad de asumir y superar los errores, los propios y los de crianza. Cada ser humano tiene sus propios obstáculos que sortear.
Los menores me preocupan menos, ellos están siguiendo una carrera profesional, son más abiertos y disfrutan cuando estamos juntos.
Pero ¿hasta dónde podré tomar algún crédito en sus logros?
Todas las mamás que conozco vivieron la infancia de sus hijos haciéndola de chofer para ellos. Todas conocen de pe a pa los nombres de cada uno de sus amigos. Yo no. Muchas veces di permisos y olvidé preguntar ¿a dónde?, ¿con quién?
La vida es mucho más que una carrera profesional. Creo conocer los anhelos de cada uno, pero no puedo evitar preguntarme
¿Los habré abastecido para sortear su propia vida, con algo más que con palabras?
¿Cumplí mi papel de madre?
Sólo el tiempo lo dirá.

domingo, noviembre 06, 2005

Sabe que toca la superficie, no el meollo de su historia

Esther abandona la pluma sobre el regazo para organizar sus pensamientos por otro derrotero. Sabe que toca la superficie, no el meollo de su historia. Quiere encontrarse consigo misma. Cierra los ojos y se aquieta. Se dibuja en su mente una niña.
¡Es la del Morgan! Reconoce su gesto inquisitivo que ya le es familiar. Su mirada, que le parece triste, la lleva a recordarse. Intuye que le va a ayudar, y así vuelve a escribir:

Esther también creció lejos de la casa paterna...
—nota de inmediato que escribe en tercera persona y sigue porque le agrada y se siente cómoda—
Y se vio sometida a un yugo semejante a un internado. Llamadas telefónicas, amistades, cartas y conversaciones le fueron siempre supervisadas. Respecto al vestuario, además de serle elegido en el momento de la compra, también lo era en el momento de portarlo. Tenía la ropa de entre casa, de la escuela, de domingo y días festivos, pero no era libre de utilizarla cuando quería. Siempre estaba sometida a normas y días específicos. Y esto lo dice sólo como muestra del estilo de su educación.
Con tantos truenos y relámpagos en su vida, cómo no ser condescendiente con sus hijos; todo con tal de conjurar el peligro de repetir esquemas. Y no obstante ser esa su preocupación principal, vaya si lo repitió. Y de la peor manera. También ella, para dedicarse a los negocios familiares (porque trabajaba con su marido) dejó a su hijo mayor, durante sus primeros seis años de vida, esos años que son determinantes en la crianza de los hijos, al cuidado de otras manos. Y no puede decir que no le advirtieron de los peligros que corría. Así cometió el mayor absurdo de su vida.
Quiso pagar su deuda de gratitud, entregando a las manos que la criaron, a su propio hijo. ¿Cómo pudo ser tan necia?
Es cierto que “ella” lo necesitaba, estaba sola. Antes, cuando me recibió a mí, había perdido a su único hijo, por esa dolorosa razón abrió las puertas de su casa a hijos ajenos, cuando otros las hubieran sellado; Cuando le llevé a mi hijo para que lo cuidara, más que nada fue porque ella ahora había perdido su casa, aquella, la de los pisos verdehúmedos que fuera el hogar de Esther.
Esther no percibe que ahora que ha dejado de referirse a si misma en tercera persona, su rostro tiene un rictus de tristeza. Alza la mano y se tapa la boca, para sofocar una exclamación.

— ¡Ay Dios mío, Dios mío!— exclama en voz alta, sin poder evitarlo mientras escribe: —Tú sabes lo que haría si pudiera darle vuelta al tiempo—.
Nunca he dejado de arrepentirme. Mi gran dolor es pensar en lo que mi hijo sufrió por mi causa, no porque ella no lo amara, que lo adoró, sino cuando creció y se dio cuenta de que sólo el vivió lejos de nosotros sus primeros años; Cuando percibió que tuvo que nacer su primer hermano, para que entonces yo lo reclamara y también él, volviera a su casa.
Me he recriminado y rumiado sin parar, acerca de algo que ya no puedo cambiar. Si yo hubiera sabido todo lo que vendría de esa mala decisión, en verdad que nunca la hubiera tomado. Porque debo decirlo; fue una decisión unilateral en la que no atendí los deseos de mi marido, que prefería trabajar sin mi ayuda, con tal de que yo me quedara con el niño en casa.
Ahora me digo: ¿De que sirven los logros económicos si mi hijo es infeliz? No puedo dejar de pensar que el permanencer esos seis años fuera de la casa, influyó negativamente en su vida. ¿Debí conformarme con comer pan y frijoles, pero juntos? En mi descargo puedo decir que si esa hubiera sido mi decisión; lo más probable es que pan y frijoles seguiríamos comiendo hoy. Pero mi hijo no estaría resentido, ni se negaría como lo hace, a integrarse a nosotros.
Qué diferente es su actitud comparada con la de sus hermanos. Parece gozar haciendo lo que me duele o molesta. Disfruta sus malas actitudes y pasa por alto el perjuicio que se causa. Es evidente que se siente aislado y desorientado. Si yo pudiera desandar el camino, por supuesto que no actuaría igual. No lo dejaría al cuidado de manos distintas de las mías.
Pero nada gano al martirizarme con esos pensamientos. Todo ha quedado atrás. Aunque lo intente, no puedo volver sobre mis pasos. Debo afrontarlo aún cuando los errores del pasado afecten a mi hijo y aunque me pese verlo en esas condiciones y tenga siempre a la vista su infelicidad, y su actitud irresponsable y provocativa.
Aún así, lo único sano es entender que el pasado debo dejarlo ir.

jueves, noviembre 03, 2005

Todo tiene su lugar en esta casa, también en el corazón de Esther

Esther ha subido a la terraza en la azotea para escribir.
Se sienta en una pequeña banca de hierro forjado, rodeada de plantas. La vista es tan agradable que no es posible imaginar esa banca en ningún otro espacio. Cada cosa tiene su lugar en esta casa y en el corazón de Esther, ella toma la pluma y escribe:
Después de escuchar a Graciela, he reflexionado con dolor.
Mi marido y yo insistimos en que nuestra meta principal era que nuestros hijos pudieran estudiar donde desearan. Ahora me arrepiento, me doy cuenta de que no me preparé para su partida.
Siempre juzgué mal que para Graciela contara más su marido que todos sus hijos juntos, así nos lo decía. Tenía mis dudas, pero ahora creo siempre tuvo razón.
Los muchachos se fueron y me siento sola. Claro que nunca los crié para ser míos, siempre estuve consciente de que amarlos era dejarlos ir. Sólo demoré lo más que pude la despedida, por eso les pedí que me regalaran sus años de preparatoria. Sabía que una vez que salieran de la casa, no volverían. Porque una cosa es venir de vacaciones y otra es volver. Por eso la mesa se fue con ellos.
Ahora me ha llegado el momento de la verdad. He cavilado mucho desde que iniciamos esta experiencia y la conclusión a la que he llegado, es que como madre, no siempre hice lo mejor.
Tengo tan presente el irrespetuoso trato que recibí de niña, que permití que este recuerdo normara mi vida. Porque a mí no me permitieron privacidad, yo he tenido por mis hijos un respeto tan exagerado que me llevó a cometer desatinos.
Si ellos me leen, no compartirán mi punto de vista respecto a la libertad de que gozaron, porque para los jóvenes nunca hay suficiente libertad. Ellos ven las cosas desde una perspectiva distinta y decir esto, me hace pensar en los jóvenes de nuestra comunidad a quienes preparé para su Confirmación. Tengo fresco el recuerdo del amigable trato que establecí con ellos.
Ese grado de camaradería no lo alcancé con mis hijos, así que, como diría el querido capataz de mi infancia, soy “candil de la calle y oscuridad de la casa”.
Con mis hijos tenía que pararme de cabeza para atraer su atención, a su padre en cambio, lo seguían sin que tuviera que esforzarse. Es hasta ahora, cuando ya no lo esperaba, que me dejan ver la influencia que he ejercido en su vida. La profesión que eligió cada uno de ellos, va en relación directa con los trabajos que yo he desempeñado.
Esto me dice que, de alguna manera, lo que me vieron hacer fue determinante para su vida y lo mejor de todo, es que yo veía venir su elección, conocía sus aptitudes. Me reconforta comprobar que a pesar de los tiempos que les he robado, me preocupé por interiorizar en su carácter, en lo cada uno es.
Ahora que están en la Universidad, también sus estudios dieron el giro que esperaba. Pero esto sucedió después de años de traer a la casa calificaciones que otros padres hubieran considerado motivo de castigos.
El riesgo que corrí con su educación, no creo que sea la mejor fórmula para criar hijos. Fui bastante mano suelta; no porque los golpeara, por el contrario, me refiero a la libertad que les concedí.
Podían salir sin prohibiciones, tenían libertad respecto a horarios y para elegir a sus amigos. Aunque nunca me gustaron jóvenes melenudos, con mechones de colores, aretes, o vestimentas exóticas, no los atacaba. Ellos podían vestir y hablar como quisieran sin que su amistad me preocupara, pero no me hubiera gustado que lo hicieran mis hijos. Afortunadamente no tuve necesidad de prohibirlo; intuían perfectamente los límites.
Pero qué tal sus estudios mi Dios... En sus boletas, los dieces eran tan escasos como las palabras del marido de Graciela.
¡Y dale otra vez con Graciela! ¿Por qué no me la saco de la mente...?

Gracias por leerme, tú das razón de ser a este blog