Trabajó mucho Doña Chelo, en la cocina para peones o cosiendo; hoy pantalones para los hijos, inclinada sobre la máquina, y mañana con capotera y mecate, la boca de los sacos de café, cosechado grano a grano. Entre esta forma de vida y la tierna edad en que llegó a los brazos de su hombre, no hubo tiempo para aprender ni a leer ni a escribir, sin que esto le restara un ápice de aquel señorío que en mi recuerdo emana.
Tenía prestancia. Su cabeza de natural altiva, no se inclinó siquiera al peso del dolor, moral o físico, que de ambos supo. De tantos hijos que parió, varios murieron siendo niños y a ella con el último, el útero se le asomó de entre las piernas y vivió así hasta su último día; Sin confiárselo a nadie, al cabo que desde entonces quedó viuda.
Suena duro que lo escriba, pero basta con esto, para saber que la abuela era templada como el acero del machete, con el que moderó, alguna vez la sombra de cafetos.
Fue guapa en su juventud y siguió siendo bella y oscura, tanto como nuestra gente en la vejez suele serlo.
Cuando yo era muy niña, compartí banca de escuela con niños rubios hijos de extranjeros y debo aquí confesar algo, si para que reviente mi simiente escribo.
Tenía prestancia. Su cabeza de natural altiva, no se inclinó siquiera al peso del dolor, moral o físico, que de ambos supo. De tantos hijos que parió, varios murieron siendo niños y a ella con el último, el útero se le asomó de entre las piernas y vivió así hasta su último día; Sin confiárselo a nadie, al cabo que desde entonces quedó viuda.
Suena duro que lo escriba, pero basta con esto, para saber que la abuela era templada como el acero del machete, con el que moderó, alguna vez la sombra de cafetos.
Fue guapa en su juventud y siguió siendo bella y oscura, tanto como nuestra gente en la vejez suele serlo.
Cuando yo era muy niña, compartí banca de escuela con niños rubios hijos de extranjeros y debo aquí confesar algo, si para que reviente mi simiente escribo.