Como si lo estuviera oyendo. Cuando me encuentre, mi sobrino Lucas va a decir que no entiende por qué.
Lo que pasa es que desde hace días me viene siguiendo mi Lupe, a veces la Lupe que me robé, a veces la del final.
Primero viene la Lupe de chamaca, la que calentaba nuestro cuarto con su risa de dientes blancos como la cal de su comal.
Ahora que siento mas el frío, también recuerdo como me cobijaba con el olor de su piel, a veces de manzanilla, otras de te limón. Ella olía siempre sabroso y eso que nunca, en todo el titipuchal de años que duramos juntos se dejó ver mientras se aseaba.
Era así, tan delicada que parecía que no tuviera que hacer su necesidad. Nunca supe de sus días. Lo más que llegué a verla hacer, era alisar su pelo y enhebrarse las trenzas con ese peine de madera que llevaba siempre en la bolsa del delantal.
Cuando viene como la otra Lupe, la que se me enfermó, la veo tirada en la cama cada vez más encogidita, mostrando ahora si sus más de setenta años y todavía se para como entonces a calentar el pocillo del agua, y a bañarse rapidito cuando salgo, para que yo no la vea hacerlo, así vuelve a tener su olor de hierbas buenas y no ese olor agrio de enfermedad que me dijo que no quería tener.
Cuando ya no pudo levantarse, no me dejó lavar sus vergüenzas, eso me dijo: jamás. Lo único que hizo fue dejarse ir como un pájaro tierno, nada más dejó de reír, dejó de comer y se murió rapidito.
En cambio yo; ya va para tres años que mi sobrino Lucas me trajo para acá. Cuando la Lupe se me murió me di a la borrachera. Por años no supe de mí y eso tenía que pagarlo caro. Ya lo sé y por eso no me quejo.
Por eso he aguantado la caridad de Lucas y Pancha su mujer. Ya son tres los años que oigo a la Pancha soltar ese suspiro fuerte en las mañanas, cuando al litro de leche de sus hijos le manda una taza de agua. La que me bebo yo. O ni siquiera me la bebo, porque esta temblorina de manos que tengo desde hace meses, me hace tirar la mitad de la taza y ella, sin decir nada, ha empezado a ponerle un poco más de agua a la leche de sus hijos para poder darme media taza más.
Ya son tres años que se me traban las quijadas de vergüenza cuando la veo lavar entre suspiros el altero de ropa de sus críos y ahí escondido entre todo ese pantalonero se lleva el que me quito yo. Quesque no me deja lavarlo porque no quiere dar pretexto a que las manos se me embelequen más. Y no es que le reproche los suspiros, si se que se le escapan nada más.
Ya son tres los años que cuando el gasto da para carne, Pancha le pone mucho migajón de pan a las albóndigas, y rabos de cebolla a los frijoles para que alcancen para una boca más. Todo eso lo he sufrido porque sé que el Lucas y su mujer, primero se dejarían matar que soltarme para que yo me les pierda otra vez.
Y eso que ya va para tres años que veo amargarse al Lucas y suspirar a la Pancha porque dos de sus chamacos duermen con ellos en la misma cama y todo para que yo tenga un lugarcito, en el catre del otro crío, para dormir.
Es por eso que he tomado la costumbre de venir a esconderme en este tejaban, aquí cerquita del mercado, del de Abastos pues. Yo pensaba: quien quita y suceda que un día no vengan más por mí.
Lo que pasa es que desde hace días me viene siguiendo mi Lupe, a veces la Lupe que me robé, a veces la del final.
Primero viene la Lupe de chamaca, la que calentaba nuestro cuarto con su risa de dientes blancos como la cal de su comal.
Ahora que siento mas el frío, también recuerdo como me cobijaba con el olor de su piel, a veces de manzanilla, otras de te limón. Ella olía siempre sabroso y eso que nunca, en todo el titipuchal de años que duramos juntos se dejó ver mientras se aseaba.
Era así, tan delicada que parecía que no tuviera que hacer su necesidad. Nunca supe de sus días. Lo más que llegué a verla hacer, era alisar su pelo y enhebrarse las trenzas con ese peine de madera que llevaba siempre en la bolsa del delantal.
Cuando viene como la otra Lupe, la que se me enfermó, la veo tirada en la cama cada vez más encogidita, mostrando ahora si sus más de setenta años y todavía se para como entonces a calentar el pocillo del agua, y a bañarse rapidito cuando salgo, para que yo no la vea hacerlo, así vuelve a tener su olor de hierbas buenas y no ese olor agrio de enfermedad que me dijo que no quería tener.
Cuando ya no pudo levantarse, no me dejó lavar sus vergüenzas, eso me dijo: jamás. Lo único que hizo fue dejarse ir como un pájaro tierno, nada más dejó de reír, dejó de comer y se murió rapidito.
En cambio yo; ya va para tres años que mi sobrino Lucas me trajo para acá. Cuando la Lupe se me murió me di a la borrachera. Por años no supe de mí y eso tenía que pagarlo caro. Ya lo sé y por eso no me quejo.
Por eso he aguantado la caridad de Lucas y Pancha su mujer. Ya son tres los años que oigo a la Pancha soltar ese suspiro fuerte en las mañanas, cuando al litro de leche de sus hijos le manda una taza de agua. La que me bebo yo. O ni siquiera me la bebo, porque esta temblorina de manos que tengo desde hace meses, me hace tirar la mitad de la taza y ella, sin decir nada, ha empezado a ponerle un poco más de agua a la leche de sus hijos para poder darme media taza más.
Ya son tres años que se me traban las quijadas de vergüenza cuando la veo lavar entre suspiros el altero de ropa de sus críos y ahí escondido entre todo ese pantalonero se lleva el que me quito yo. Quesque no me deja lavarlo porque no quiere dar pretexto a que las manos se me embelequen más. Y no es que le reproche los suspiros, si se que se le escapan nada más.
Ya son tres los años que cuando el gasto da para carne, Pancha le pone mucho migajón de pan a las albóndigas, y rabos de cebolla a los frijoles para que alcancen para una boca más. Todo eso lo he sufrido porque sé que el Lucas y su mujer, primero se dejarían matar que soltarme para que yo me les pierda otra vez.
Y eso que ya va para tres años que veo amargarse al Lucas y suspirar a la Pancha porque dos de sus chamacos duermen con ellos en la misma cama y todo para que yo tenga un lugarcito, en el catre del otro crío, para dormir.
Es por eso que he tomado la costumbre de venir a esconderme en este tejaban, aquí cerquita del mercado, del de Abastos pues. Yo pensaba: quien quita y suceda que un día no vengan más por mí.
14 comentarios:
Qué historia, a pesar de los suspiros de la Pancha, es bueno al menos contar con afectos que pueden estar dispuestos a sacrificar sus propias necesidades, por amor a quienes más lo necesitan.
Saludos, me pusiste a pensar con el relato.
Recibe mis abrazos desde las pampas del sur.
Lety!
que historia!
Me hace acordar a mil historias reales parecidas aunque jamás tan bellamente relatadas.
Abrazos
Maravilloso relato. Versátil, Lety, me gustan tus exploraciones, eres una contadora de historias y una pintora de personajes. Espero atenta la continuación de esta entraniable historia
apapachos!
Tus relatos siempre me hacen traspasar la pantalla, con cada línea puedo casi tocarlos.
Me alegra que sigas escribiendo, aunque ya no te vea en tu propia casa y andes de puntillas.
Un abrazo te dejo.
Tiene Ud. aguja, hilo de oro y plata, para bordar este tierno relato que me ha emocionado profundamente. Encontré algunas raices de mi niñéz, prendidas en el andar de la Lupe y en fuegos apagados hace mucho. Abrazos.
Lety:
Pródiga imaginación la tuya! Mira que de ver una sola foto, te sale de la imaginación toda una novela; en ella entrelazas varias vidas. Gracias por compartir.
Besos
oiga usted... vi un destellito de luz...la seguí y llegue hasta aquí.
un abrazo
Amiga, se extrania su presencia en esta casa, recibiendo a cada uno de los visitantes, pero todos comprendemos el trabajo que implica. Así que nos conformamos con saberla ahí, vibrando en lo que escribe.
No hay finales ni puertas que se cierran. Necesito escribir para vivir y a usted he intentado emularla cuando escribí mi historia. Para que fuera una especie de exorcismo y a ver si consigo dar vuelta la página y escribir de otras cosas... Cada día tiene su afán :)
mi gmail: carolinaurzuajabbaz@gmail.com
Te quiero mucho!
Sencilla, inmensa historia, una dulce imaginación y talento para contarla.
Mil abrazos, Lety.
Ah, la ternura ha encontrado otra vez un lugar en el corazón.
Hermoso relato.
Como dice su amigo fgiucich:"Tiene Ud. aguja, hilo de oro y plata..."
Se me complica seguir vivo pues ya hay varios peleando la escritura, no se sientan a la mesa como tus mujeres no comparten sus historias, las pelean y las hacen suyas las victorias están separadas y a algunos solo nos queda escaparnos como esta tarde, a saludar le dije que vine.
Dos abrazos, dos
Y por aquí me tienes, mal acostumbrada :)
Besos.
MI querida paisana: Qué rico relato...muy íntimo, muy de nuestras tierras...y si me lo permites..plagado de olores de nuestra tierra...sí, olores...creo que fué lo distintivo de este relato...
Me llevaste...
que buen relato Lety, como siempre tus letras embriagan...Vnego a darte un abrazo de a cinco para que tus lindas ansias de abuela concreten la mirada de un nuevo ser...besos
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