martes, julio 17, 2007

No se desató la tormenta que temía... una diferente amenaza ahora



Esa mirada de complicidad me ardió como un jalón de orejas. No pude evitar buscarme problemas con mi madre, o inclusive provocar tu enojo, en contra de tu anticuada tía, así que sin dar lugar al arrepentimiento, me lancé al ruedo:

—Javier, no va a gustarte, pero tengo que decirlo. Y conste que no me escondo y lo hago frente a tu abuela.

Nadie mejor que mi madre para entender el daño que hace el consentimiento. Ella ha sufrido las consecuencias. Aunque tú, que no eres nada tonto, ya debes saber como funciona, la vida de cada uno de tus tíos. Así que aunque les pese, delante de ti le digo que debe abandonar esta actitud contigo y sobre todo, no hablarte de brechas generacionales, entre tu madre y tú.

Yo se que Sonia es inflexible, pero esa disciplina es necesaria, para saber hasta donde puedes llegar, sin descarriarte. Un día vendrá, en que habrás de agradecer los límites impuestos.

No se desató la tormenta que temía. No hubo gritos ni sombrerazos, sólo un silencio largo, largo, que dejé que corriera, sin pretender cortarlo antes de tiempo.

Esto no tendría que contártelo, tú fuiste parte y eres testigo, pero es necesario introducirlo como preámbulo de lo que bien importa:

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Mi corazón arde, no es amigo del silencio. Aún así este compás obligado por razones de salud lo ha mantenido cautivo.

La fecha del 25 de noviembre, cuando la violencia se desató para mantenerse después latente, no dejó sólo recuerdos.

Desde diciembre, los análisis mostraron que mi organismo perdió nuevamente el rumbo. La diabetes por herencia familiar, fue desde siempre una espada sobre mi cabeza, que tuvo al fin motivos suficientes para descargarse y no es eso lo peor, apenas a seis meses de inaugurado mi ingenio azucarero interior, el médico me atemoriza con amenazas de glaucoma.

El deterioro de mi vista ha sido tan veloz que aún no me acostumbro a cabalgar los lentes sobre mi nariz a toda hora del día, ni al uso de gotas para la presión ocular cada noche, y ya suspiro cada minuto por volver a mis horas de libertad ante la pantalla azul de mi computadora y sobre todo a la lectura de tu blog y a tu amorosa compañía.

Por si esto fuera poco, vuelve la ira para aposentarse en las calles de mi ciudad, para romper la delicada trama de esperanza que entre todos, con timidez, empezamos a restaurar a partir de diciembre.

¡Con cuanto amor retomamos la vida y con cuanta fuerza los vientos vandálicos vuelven a estremecernos! El futuro es incierto, pero el hoy cuenta y clama porque no abra la puerta a la caja de Pandora. Ya conocí su poder el pasado año, así que intentaré no desandar lo andado.

Para exorcizar a voluntad lo negativo, retomo nuestra historia donde antes la dejé y espero que nos mantenga unidos.

sábado, junio 30, 2007

Hace doce años que nos dejó y era el menor de todos




También dije que ver a mis hermanos estremece. Aún así, ya quisiera abandonar resentimientos, y estremecerme mirando a Ignacio Javier, con tal de poder verlo.

Hace doce años que nos dejó, y era el menor de todos.

No es nada fácil escribir hoy; lo que antes no dije aquí, aunque si lo hice en un compendio de anécdotas que escribí para Javier Ignacio, su hijo.

Leído fuera de su contexto voy a sonar como una bruja, aún así, paso por ello, pues lo que busco es fluir.

El Anecdotario lo inicié el mismo día de la muerte de Nacho. Javier su único hijo recién decía papá, tenía entonces un año y pocos meses hoy que tiene trece y aún no lo recibe. Esta es su parte final:

“…A tus trece años, cuando te escucho contar delante de tu abuela, con voz enardecida, la proeza de tus primeros pleitos en la escuela, no puedo dejar de preocuparme, porque en ti, escucho hablar a Nacho.

Hace varias semanas, que en tu visita de los viernes a casa de tu abuela, te marchas a hora más temprana y le dices a ella, que acudes a verte con amigos. Tengo entendido que esos amigos, son más grandes que tú, y no le gustan a tu madre, así que vas, sin permiso de ella.

El último viernes, faltando veinte para las cinco ya no estabas, y tu mamá llamó a las siete y media de la noche, para preguntar por ti.

Tu abuela, con una gran sonrisa, me comentó en tu presencia, que ella le mintió a tu madre, diciendo que te habías salido quince minutos antes.

—Entre Javier y yo no existe brecha generacional— me dijo y continuó:

—En cambio Sonia; ya ves que es radical. No lo entiende— y se miraron ustedes como amigos y cómplices.

domingo, junio 10, 2007

Antes odié las restricciones. Ahora se que mi estatura creció con ellas


Antes odié las restricciones de mi padre y madrina. Ahora se que mi estatura creció con ellas.

Mis hermanos no cambiaron. A su edad, siguen gustando del consentimiento. De ahí las consecuencias para ellos. Antes brillaban, verlos hoy estremece.

Ya casada, los padrinos perdidos, y ellos adolescentes, tuve valor y pretendí ayudarlos, pero ¿acaso has visto semejante desfachatez? ¿Que hijo puede —sin meterse en problemas— cuestionar el hacer de quien lo trajo al mundo?

Lo único que logré, fue la ruptura con mi madre y por ende con todos mis hermanos.

Fui acusada de todo y no intento defenderme. La verdad, tan bien como yo la sé, la saben ellos. Sólo necesito decir que el amor por mi familia ardió y se consumió a sí mismo.

Digo esto aquí para liberarme, aunque nada de lo vivido, justifica el habitar mis días desde el resentimiento.

Consentirlo me impide llegar a la plenitud de madurez, y me destruye.

domingo, junio 03, 2007

XIX.- Sálvese quien pueda




Dije lastre, otra mala palabra en mi vida, la convoco y el corazón retumba, porque lo sé: Aunque mi voz se expanda, no llenará el vacío.

Y este no es un suceso reciente, lleva ya demasiados años conmigo. A mi madre no la puedo alcanzar. No puedo. Es por eso que mi mano calla.
Ni tú ni nadie imaginan lo difícil que será para mí escribir esto. Incrustada en un país Mariano, invadida por el resentimiento hacia mi madre, me siento como si fuera un tumor.

Amanece y la mañana me sorprende. Si hubiera escrito en las horas en vela no estaría como ahora, dando vueltas, sin retomar los pensamientos. Una alondra canta pegada a la ventana y me limpia su canto.

Escribo desde la muerte, porque eso y no otra cosa es, este vacío. Y aunque me digo muerta; Gracias al desarraigo me declaro también sobreviviente de la hecatombe familiar.
Sobrevivir ahora no me lastima. Es el hecho de que luché por mí en la niñez, sin volver la vista para ayudar a mis hermanos, o al menos ver si me necesitaban, lo que todavía hoy me duele.
Soy la mayor de cinco hermanos varones y debiera decirse, si generosa hubiera sido, que debí defenderlos, neutralizar nuestro entorno, pero no lo hice. Estaba demasiado ocupada defendiéndome.

Era una niña, es cierto, pero ese es el más terrible sálvese quien pueda que he cometido en mi vida.

domingo, mayo 27, 2007

XVIII.- A esa tarde de plenitud siguió una noticia fantástica





























A esa tarde de plenitud siguió una noticia fantástica.

Este martes me avisaron que debía recoger personalmente los últimos resultados de laboratorio. El médico responsable salió para entregarlos en propia mano y decirme: —En mi opinión el oncólogo debió esperar por estos resultados y no basarse únicamente en la biopsia, para establecer con certeza el diagnóstico de Linfoma. Es urgente que le suspendan la quimioterapia, porque usted no tiene cáncer señora—.

El resto de la tarde lo pasé con el médico del IMSS, y también con el médico particular, fui de uno al otro y ambos confirmaron la buena nueva. No más quimios, no más Don Linfoma, no más nada.

También me sentí en la obligación de llamar a las pocas personas a quienes de manera personal les había comunicado mis malas nuevas, me sentía avergonzada, como si la culpable de tanto error fuera yo. También me sentía desagradecida con Dios, porque no podía estallar mi alegría.

Las horas volaron entre llamada y llamada. Al siguiente día viajaba a Puebla para leer en la presentación que organizó Raquel para la obra de Marina Sábato. Me acompañaban mi marido, nuestro benjamín y cuatro amigas que compartieron gastos con nosotros para ayudarnos y también para conocer a la virgen de Chignahuapan.

Su alegría y la de Raquel y Marina, hizo al fin germinar, la semilla de la paz en mi sacudido corazón.

Ellos me contagiaron, porque había estado sin piso, mareada, como vacía. Ay Dios, en realidad estaba esperando que alguien me dijera que había un nuevo error, que todo tenía que seguir su curso. Me había enamorado de esa forma de muerte, un cáncer no doloroso, con una expectativa de algunos años de vida, de la paz que me inundaba a pesar de la certeza de muerte, de la gratitud por el amor recibido, pero todo esto sería motivo de otro texto, es demasiado para pretender encajonarlo en este párrafo.

Arrodillarme ante los pies de la Virgen en Chignahuapan en ese viaje, desató la avalancha de mis lágrimas, ahí sí, solté toda mi pena, la dejé a sus pies agradecida. Había planeado ir a verla, para pedir fuerzas cuando en verdad me sintiera enferma, cuando llegaran los días malos.

Pero esos días no llegarán, al menos por esta vez, así que mi visita fue de gratitud pura.

Fue al regreso de Puebla que mi pelo se cayó a manojos. No llegué a regalar mis trenzas y además tuve que raparme. Aún así, la pérdida del pelo es un precio barato, porque ya no recibiré otra sesión de quimio.

Estos falsos diagnósticos y el vandalismo en mi ciudad, los libero para que no me pesen como otro recuerdo que por retenerlo, lastra.

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Tal vez te lo he dicho antes, pero prefiero repetirlo que callar, si abres la fotografía de la Virgen, podrás admirarla en toda su belleza y colosal figura, comparada no con el señor que aparece en primer plano, sino con quienes difícilmente se perciben bajo sus pies. ¿Los ves? Están ahí diminutos, a un lado del Tabernáculo, sólo así es posible captarla en toda su dimensión.

Ver por primera vez a La Inmaculada es amarla para toda la vida, eso como muchas otras cosas, me lo enseñó Raquel y me gusta compartirlo contigo.

sábado, mayo 19, 2007

XVII.- Eran las cinco de la tarde















Desde muy temprano estuvimos en la terraza. Ahora eran las cinco de la tarde. Raquel reposaba en Bella Epoca, a donde bajó después de comer.

Pensé en irme a la oficina a trabajar un rato, pero la hora era perfecta para gozar de la vista de las cúpulas del Carmen Bajo. Tenderme sobre uno de los camastros para esperar el ocaso, era una invitación que no podía desatender.

Nada más recostarme, supe que había elegido bien:
Ningún sonido turbó la paz de la tarde. El cielo azul y transparente me bañaba con la difusa luz que surcaba las nubes. Todo el jardín se proclamaba cuidado. Los arbustos se mecían para poner de relieve sus hojas, orgullosas de sus diversos tonos esmeralda.
Mi marido tarareaba en la cocina mientras lavaba los trastos de la comida, su voz y la música instrumental llegaban en alas hasta mis oídos.

Cerré los ojos agradecida, para pensar en la visita de Raquel, en su preocupación por mí, en su cariño, en la maravillosa comida que mi gordo preparó para nosotras, en su contento, que era fácil percibir por su alegre tarareo.

Con Raquel llegó Marina Sábato, ella es la autora de las acuarelas que ilustran mi libro, o más bien nuestro libro de Poemas Infantiles. Poemas que me llevaron a Trento en Italia, por la obra pictórica que sobre ellos, también hicieron algunos jóvenes de la Escuela Bellas Artes en Lima. Poemas a los que Alberto Revilla les regalara veinte preludios de guitarra clásica.
Hoy salió el primer artículo firmado por Oscar mi hijo en la Sección Cultural del Periódico Reforma.
Mi Rodrigo llegará mañana, ha concluido su licenciatura en Turismo, sólo falta que presente su examen profesional y recibirá su título.
Agustín el primogénito, se casa el día 20 de enero —después habrían de cambiar la fecha de boda— y desde ahora él y Paloma han decidido que no esperarán para tener su primer hijo, ninguno de los dos es un niño, saben bien lo que quieren y su felicidad es evidente.
Ricardo ya se los he contado tuvo ese gesto hermoso que me ha dado tanta tranquilidad en los últimos días y por si todo esto fuera poco, hoy hemos tenido por primera vez en mucho tiempo, tres reservaciones para hospedarse en la casa.
Desde allá de la cocina de mi gordo surgió providencial, la melodía que acompañó nuestros primeros momentos románticos hace casi cuarenta años: Al di La, Más allá, su letra jamás olvidaba, se transformó en caricia.

Alcé la cara al cielo para agradecer y entonces, para que la tarde entera fuera perfecta, la primera estrella, desgarró el manto azul y vino a posarse pícara y delicada sobre la punta de mi nariz y yo me incliné apresurada, para recibirla en medio de la frente.

No quería que mi gordo me viera llorar y pudiera preocuparse, así que cerré los ojos. Aún así, las lágrimas corrieron una detrás de la otra, mojando mis mejillas y el borde del mantón que llevo siempre sobre el vestido.

Es tan dulce llorar de gratitud que estoy segura que si recojo una lágrima entre los labios no tendrá el sabor que le conozco. Acaso ¿puedo pedir más a la vida?
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El dibujo que ilumina este post es un tesoro para mí. Fue un regalo que nuestra MariCarmen, la que todos conocemos y amamos, me dio casi al finalizar EntreCaracoles.
Simplemente mirarlo me hace sentir feliz, por esa razón ninguna imagen mejor que esta para expresar gráficamente lo que hoy quise compartirles.

viernes, mayo 11, 2007

XVI.- La que soñó fue Graciela que es lo mismo que yo, o más bien nosotras















Asumo el sueño que te conté, como surgido de Graciela, la esposa que me habita.

Ya sabes que mi Graciela la de EntreCaracoles, quiso seguir amando y eso lo complicaba la disparidad entre su temperamento y el de su marido, lo que es lo mismo que decir el del mío. Mientras soy un volcán, el es un hombre calmo. Mi cintura pequeña, mis pechos, mis caderas reclamaban una atención mayor de la que él por su naturaleza podía darme. Lo entendí a tiempo, y también que mientras mi apariencia fuera así de sensual —mira que presumida— no me sería posible apaciguarme. Entonces sin pensarlo. Sin proponérmelo. Desde el subconsciente, una fuerza interior fue trabajando.

Modeló, o más bien deformó mi exterior, lo hizo enorme. Ahora soy un roble o acaso un Ahuehuete, pariente o algo así del gran árbol del Tule —ese gigante que crece aquí en el cercano poblado del mismo nombre— y me alegro de serlo porque esa fuerza no era mala, sólo me regaló un ancla. Aunque el fin no justifique los medios, puedo entenderlo.

He vivido creyendo en un hombre que me es fiel, a pesar de que vivimos una vida casi de hermanos, mucho tiempo antes de que yo la deseara. El sueño vino a espetarme en la cara: ¿Y si todo fue mentira? ¿Y si él ha calmado sus hambres sin mí? ¿Dónde me coloca eso?

Estoy ahora en el terreno de la confrontación conmigo misma, con mis verdades y mentiras escondidas. En un momento a solas, ese mismo día, retomé el sueño para diseccionarlo. Lo hice real, me metí en su verdad, la afronté y la vencí.

Aún si fuera así, no habría amargura, es más ni siquiera podría creerlo. El amor está ahí. Se que amarlo valió y sigue valiendo por cualquier sacrificio. Esas noches en que el abrazo fue ausencia, quedaron compensadas con multitud de pequeños detalles amorosos. Ese sueño no es nuestra realidad. Lo grito a los cuatro vientos y me gozo en ello.

La otra noche. Una de las primeras en que supe del cáncer, le di la espalda a sabiendas de que no dormiría y conociendo por su sola postura que también a él, el sueño se le negaba. Con mi actitud lo estaba dejando fuera de mi vida o mejor dicho de mi no vida y eso no era justo. No pude soportarlo y me volví hacia él:

—Gordito, no quiero que te preocupes, mi ánimo no flaquea y esto no va a suceder todos los días, pero hoy necesito llorar y que me abraces—.

Me acercó a su pecho y lloramos juntos en silencio. Unos minutos bastaron. Con el alma confortada, al poco tiempo nos quedamos dormidos. Hoy se, porque alguien que lo vió me lo ha contado, que él se mantenía sereno frente a mí, pero lloraba ante el altar del Señor del Rayo en Catedral, todos los días.

Sentirlo junto a mí. Acomodar su pelo húmedo en la frente. El toque de su pie diciendo que está cerca. El roce de su cuerpo que se acomoda al mío. Acariciar su espalda... Verlo cuando duerme... Todo eso es el amor ¿ Hay quien lo dude ?


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Ya sabes que antes para poder contarte, fue necesario desdoblarme, hoy asumo la voz de todas las que antes fui y digo, aunque esto del desnudarse en las palabras tiene su grado de dificultad, y dicen que para muestra basta un botón, así que mira:

Desde que inicié el blog, sólo ha existido un post en el que no recibí un sólo comentario. El tema tenía reminiscencias con este, aunque era más velado.

Creo que este lado de mi personalidad desconcierta, aún así, quiero brindártelo, que me conozcas como soy sin falsas apariencias. Esta que habla hoy también es Lety tu amiga. El post a que me refiero fue este http://porqueyoasiloquise.blogspot.com/2005/09/calma-en-la-superficie-la-tempestad-al.html si lo visitas, verás que no tiene comentarios y te aseguro que es el único en que no me visitaron ni tú ni nadie.

Aún así, terca como soy, vuelvo a ofrecerte mi realidad como una gota de agua vertida en el cuenco de tu mano.

miércoles, mayo 02, 2007

XV.- Eran los días difíciles, los del segundo diagnóstico, Raquel Olvera vino para hacerme sentir querida
















Eran los días difíciles, los del segundo diagnóstico y Raquel Olvera vino para hacerme sentir querida. Con el timbre del teléfono me despertó de un mal sueño: Mi marido me engañaba. Lo vi dentro de un hotelucho que en mi sueño frecuentaba. Las mujeres que vi lastimaron mi dignidad y provocaron mi enojo. Tanto que desperté iracunda.

Las imágenes bailaban en mi cabeza. Me parecieron tan reales que no evité responderle áspera, cuando me preguntó quien llamaba:

—Es Raquel hay que abrirle la puerta porque está a dos cuadras, viene en un taxi—.

A continuación sin que una cosa tuviera relación con la otra, le lancé al rostro: —Te soñé horrible, estabas en un hotel de mala muerte, donde acostumbras reunirte con mujerzuelas, no me hables, estoy furiosa—.

Mi gordo no contestó, movió la cabeza divertido, y se limitó a levantarse para abrir la puerta, en cuanto viera detenerse el taxi en el que Raquel llegaba.

No es que este tipo de explosión resulte común en mí. Tiene que haberse sorprendido aunque no me lo demostrara, así que agradecí su habitual silencio. Tuve tiempo de llegar al baño. Necesitaba echar fuera el sabor desagradable, lavarme la cara, alisar mi pelo y mirarme al espejo.
Mi cara tenía que estar serena para cuando Raquel entrara, pero no iba a ser posible. El mal sueño dejó su huella y me miré desencajada.

La voz cantarina de Raquel, me sorprendió tratando de corregir el estropicio. Pude responder alegre, con el vocativo cariñoso que desde hace tiempo le dedico, aunque si fuera por la edad la que debiera recibirlo soy yo:

—Ya voy mamita, regálame un ratito. Me estoy poniendo bonita—.

Nada de lo que hice sirvió. Así que me dije: —Estar bonita es estar bien peinada —todavía no perdía mis trenzas— y con la boca oliendo a fresco. Me desprendí del espejo y me lancé a sus brazos amorosos. Eso bastó para el sueño quedara olvidado. Eso creí, porque así pareció, quedar oculto o sepultado por el resto del día.

Fuimos de una actividad a otra, conversamos, reímos y lloramos. Le había dicho que me sentía bien, pero aún así, ella llegó para verme. Sólo entonces pudo creer que yo estaba tranquila, a pesar alojar en el cuello al señor Linfoma NO Hodking.

martes, abril 24, 2007

XIV.- Nuestra ciudad colonial, allá por los meses de mayo hasta noviembre




















Pues sucede que nuestra ciudad colonial, allá por los meses de Mayo hasta Noviembre, quedó convertida en un campo de batalla y aún así, los gastos siguen corriendo. Imagínate, sacar cien mil pesos mensuales de la nada, para mantener viva una casa, que no respira como antes, el generoso aliento de sus visitantes.

Dicen que el cáncer es una enfermedad psicosomática, y debe serlo. Entonces les fallé a todos y me fallé a mi misma, porque no supe vivir las circunstancias de la manera adecuada. No fueron ellos, los creadores del conflicto quienes me movieron de mi eje, fui yo quien permitió que sucediera.

Pero de lo malo, siempre surge lo bueno. Todo es cuestión de escudriñar para encontrarlo., así que déjame decirte:

Anoche, mientras hablaba con Santiago, le conté, sin grandes aspavientos que había llegado al límite de los recursos y que no estaba cierta, de que al vender un inmueble, respecto del cual estoy en tratos, el dinero llegara a tiempo para atender los compromisos y salvar la casa.

Te cuento de la misma manera, el hecho de que esta intranquilidad merma mis fuerzas, para ponerlas en donde debo, en la lucha por recuperar la salud; Y que el crédito inmobiliario se pagó religiosamente a lo largo de dieciocho años y ahora, justo cuando terminamos de cubrirlo, por la inconsciencia de estas gentes que se dicen maestros y pueblo de Oaxaca, debe venderse para satisfacer los gastos, si es que alcanza, de tan sólo cuatro meses de supervivencia.

Cuando Santiago conoció el precio que me daban, tuvo un gesto hermosísimo. Me tendió las llaves de su único y recién estrenado automóvil y me dijo:

—Mamá, sólo esto tengo, véndelo y mañana te traigo cincuenta más que son mis ahorros. Con este dinero tendrás asegurados los gastos de dos meses y puedes en ese tiempo vender con mayor tranquilidad los dos departamentos. No me parece justo el precio que te ofrecen ahora. Si es posible, después me lo devuelves, pero sin prisas, será cuando se pueda, no quiero ver que te afliges—.

Un automóvil nos alejó hace ya algunos años y un automóvil otra vez, nos reúne, si no recuerdas esa historia, allá sigue en EntreCaracoles.

Y no voy a contarte la mentira de que bastó su ofrecimiento pero no fue necesario el sacrificio. Hablamos de realidades, así que el sacrificio debió consumarse. Hoy vendimos su hermoso VW Beagle —no cumplía cuatro meses de estreno—. Recuerdo la noche en que vino feliz a enseñárnoslo a su padre y a mí y nos llevó a cada uno por separado, en el asiento de adelante, a dar un corto paseo para probarlo. Ahora su auto se ha esfumado y yo llevo el corazón henchido ante un hijo bien criado. Un joven generoso, que se suma y no se esconde.

Por supuesto que hemos de resarcirlo, el mal no dura cien años, volverán los buenos tiempos, pero no le robaré el gozo de hoy por lo que ha hecho. Es todo suyo.
¿Puede haber mejor terapia para el cáncer? Les aseguro que no; que yo tengo la mejor medicina.
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Esto sucedió a finales del año pasado. Después sucedió un milagro, porque eso fue, aunque no me decidiera a nombrarlo, pero ya te contaré que resulta que no estoy enferma, además anoche mismo, en un noticiero televisivo hablaron de un exámen, que se aplicó en México a once millones de niños para evaluar al magisterio y la calidad del sistema educativo. En nuestro Estado de las poco más de mil escuelas primarias existentes, los profesores impidieron que se aplicara en quinientas de ellas ¿la causa? Tras veintisiete años de paros Magisteriales que duran meses y el año pasado rebasaron los límites de lo absurdo, creo que es fácil imaginarlo.

domingo, abril 15, 2007

XIII.- El nuevo diagnóstico y sus buenas consecuencias




















De motu propio —porque al Hematólogo nunca se le ocurrió hacerlo— repetimos el examen de sangre y con ello el diagnóstico de Leucemia quedó sin sustento. Entonces esperé con tranquilidad los demás resultados.
La biopsia rompió la calma recién instaurada y le dio un nuevo nombre al cáncer: Linfoma no Hodking de células pequeñas hendidas.

Hasta ahora casi no he dicho acerca de mis hijos, pero esto debe cambiar. En este momento es imperativo hacerlo. Anoche Santiago, mi segundo, —tú le conoces por este nombre— me regaló un sueño de ángeles.

Desde que sabe que tengo el linfoma, me visita y me llama con frecuencia, cosa que antes no hacía.

Yo les he dicho a todos, que deben hacer su vida normal, que sólo me llamen cuando me toquen las quimios, para levantarme con su voz, pero el resto del tiempo nuestra vida debe discurrir como hasta ahora.

No me siento enferma y no voy a manipular la situación con tal de tener sus atenciones. Bastante pesar deben estar sufriendo, para tener encima una madre quejumbrosa.

Tú que leiste EntreCaracoles, ya sabes que todas somos una. Así no te confunde que Esther —la madre— para hablarles del regalo de Santiago, retomé problemas de negocios que competen a nuestra Antonia, mientras la que escribe, sonriente y agradecida es Consuelo, o tal vez la del Recital, que era yo, o incluso puede ser Zarah, la del final; la que se atreve.

Todo es un juego, como la misma vida, y no importa quien se lleve el papel principal, cada una ha de hablar a su tiempo.

¡Ah la pobre Carmen! a ella, incluso en estas circunstancias le costará, pero tendrá que hacerlo y ya tendrá a su lado la buena de Graciela y hasta a la niña para ayudarla a vencer timideces y olvidos.

martes, abril 10, 2007

XII.- El Hematólogo debe haber pensado que soy una ignorante

















Todo comenzó con el error del laboratorio en los análisis de sangre y con el Hematólogo, quien debe haber pensado que soy una ignorante, o estoy loca de remate. Y no fue para menos.
Ante el resultado del análisis de sangre que le llevé, me dijo que su diagnóstico era Leucemia Crónica. Que la detección había sido un hallazgo, y que podía adelantarme, que acaso estaría en Fase II. Aunque necesitaba realizar, algunos estudios adicionales, para desechar la existencia de un tumor de otro tipo.
También me anticipó, que en caso de resultar negativos, esos análisis tan sólo confirmarían su diagnóstico. Fue entonces que me solté a reír de buena gana.

Ante su cara de sorpresa tuve que taparme la boca, para intentar parar mi risa. El se mostró bastante molesto.

—Discúlpeme Doctor, no soy una ignorante, pero lo que me dijo tiene gracia. Me está usted informando, que si no choco, de cualquier modo me atropellan y eso me hizo reír. Pero no crea que no le entiendo. Ya me callo, y por favor, hábleme del tratamiento y expectativas de vida, quiero escuchar todo lo que me pueda decir—.

El me preguntó entonces, si quería que le explicara las cosas a mi esposo que iba conmigo, o a mí. Yo le dije que podía hablarme directamente, que estaba en condiciones de asumir toda su información.

Con esto, pudo continuar la consulta con cierta normalidad. Me explicó los tipos de Leucemia. Los nombres eran tan complicados, que le pedí que con su letra los escribiera en mis análisis, para empezar a familiarizarme con ellos. No respondía a mi sonrisa. Creo que con mi hilaridad y la ausencia de espanto, no desperté su simpatía. Tal vez está acostumbrado a lágrimas, desesperación o enojo, de parte de sus pacientes. Yo entiendo que la entereza con la que asumí el diagnóstico, no es mía. Pero si estuvo en mí para fortalecerme en ese momento, y no me abandonó en los subsecuentes.

En esta tu casa, no existe siquiera un cajón con llave. Todos los muebles están abiertos. Así mi vida y sus circunstancias, por esa razón no pude ocultar ni un día, los resultados de mi visita médica. En cuanto se enteraron, los hijos se agruparon alrededor de nosotros y aunque todavía no se si mi actitud fue la mejor, se que fue honesta.

Hablé con ellos y mi marido de buen ánimo y les pedí que lo tomaran con tranquilidad. Que no era cosa de morirme en ese momento. Que la Leucemia no es dolorosa y que antes de ponerme verdaderamente mal, aún podría hacer muchas cosas. Incluso encontré otro motivo para hacerlos reír. El año anterior —el 26 de julio del 2005 si mal no recuerdo— me operé y en esa ocasión presentí que no saldría de la anestesia. Les recordé que entonces oré por un año más de vida, y si no era mucho pedir, por la oportunidad para devolver la dignidad a mi cuerpo y morir flaca.
Esta vez, los análisis de sangre que sirvieron de base para el diagnóstico de Leucemia, me los hicieron el 25 de julio. Por eso pude bromear con mis hijos, acerca de lo claro que Dios me había escuchado. Tuve un año de salud y además iba a morir no flaca, sino flaquísima.

Dejando fuera el humorismo y hablando en plata, el diagnóstico me movió. Abandoné la negatividad en la que me había hundido el conflicto en mi ciudad y reconocí en mis males, su consecuencia.
Mejoré mi actitud, que duda cabe. Quien no se hinca ante una llamada de atención de ese tamaño.
Aún así, el conflicto me había movido tanto de mi eje, que incluso hoy, aunque no lo quisiera, incurro en la ira y sentimientos de venganza, cuando me asalta la inquietud, de que la paz de que gozamos es aparente. Así que estoy luchando conmigo misma para recuperar terreno, porque en esta situación, no me quedé parada, ni mucho menos caminé.
Mi estatura como persona decreció y eso me duele. Lo único que me salva es la serenidad para asumir la enfermedad y esa, me fue prestada. Duele también confesártelo, pero es la única manera de volver al camino.
Tampoco hubo lugar para lágrimas con mis hijos, pero si con mi esposo y ese momento es motivo de otra historia, a la que ya le llegará su turno.
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¿Te confieso algo?
He estado tentada por dejar el blog, o al menos este, por la pena que me causa confundirte con los vuelos de mi columpio.
Esos vuelos donde mi vista se posa a veces en el hoy, a veces en el mañana y otras en el ayer, sin orden ni concierto.
Es cierto que algo de esto, ya lo había subido antes, porque es precisamente la conversación contigo, la que provoca lo que actualmente escribo. Antes eran relatos sueltos y aquí los estoy incorporando a un texto único, el de EntreCaracoles, que es la misión que me fue impuesta, transformar en palabras, escritas especialmente para tí, lo cotidiano.
Ya sabes que no nací para grandes empresas. La simpleza de mi prosa, que a mi me gusta llamar transparencia, jeje mira que complaciente esto siendo conmigo, te dice que apenas soy alondra, aún así, vivo feliz de lo que soy.
Y tú vienes, y a veces eres quien me ha acompañado desde el principio, y entonces lo que cuento no te sorprende. Y otras, eres mi nuev@ amig@ y para tí, las cosas suceden en el momento en que te las narro, porque aquello de lo que no tenías conocimiento o consciencia, sólo existe cuando sabes de ello.
Pero otras veces, nos hemos soltado la mano en el camino, y dejamos de visitarnos, es entonces cuando viene el desconcierto.
Y hay razón para ello. Eel tiempo real no da para visitas y lecturas cada día. La vida nos reclama a tí y a mí con su bagaje de complicaciones. Entonces, perdona por favor a esta tu amiga, por repetirse o inquietarte. Decidí seguir con el blog, mientras no te canse.
Te dejo aquí mi abrazo agradecido

sábado, marzo 31, 2007

XI.- Mis cinco nuevos amigos
















Te dije que hice cinco nuevos amigos. Las dos primeras son Malena y Gloria. Dos enfermeras del Instituto Mexicano del Seguro Social. Ellas me dieron hoy, la primera quimioterapia.

Te había dicho que el del cáncer fue un diagnóstico errado. Pues sucede que aún cuando el diagnóstico de Leucemia fue equivocado, desató la necesidad de hacer estudios de fondo y en las tomografías y la biopsia que ya esperaba con tranquilidad, se detectó que sufro de Linfoma NO hodking difuso. Un nombre muy elegante para un tipo de cáncer que se propaga con rapidez, y al que gracias al error de laboratorio, pescamos en su estadio II. Ya ves, incluso una equivocación tiene su razón de ser.

Los otros tres amigos son Ezequiel, un niño de mi edad, tiene ocho años, y yo acuérdate que nací a los cincuenta. Está en su novena quimio, así que hice plática con él y logré que se riera cuando lo nombré mi maestro. El me explicó los sabores y sinsabores del asunto. Las dos horas que duró mi procedimiento —el suyo es de cuatro— vimos juntos las caricaturas, porque debo contarte algo agradable. En esta sala no encaman a los pacientes. Gozamos de un reposet cada uno y de una televisión a la que nos permiten cambiarle a placer los canales. Además ahí los niños mandan, así que nos va muy bien.

Don Noe que es otro experto en la materia, también lleva nueve quimios. Conversar con él fue grato, no sólo por sus consejos, también disfruté la ternura de ver cómo su hijo, el que le acompaña, se coloca a su lado y le acaricia de vez en vez con la mano, la brillante pelonera.

David un joven de veintidós años que recibió su terapia en la única cama de la sala, todavía no sabe que es mi amigo. Estuvo encamado bastante lejos de mi lugar y se durmió la mayor parte del tiempo, pero tenemos más tiempo que vida para hacer migas, así que el día llegará.

Ahora debo decirte que si tuve un momento triste esta mañana. David y Ezequiel pasaron por dos vómitos. Pienso que su familia no pudo comprar la única medicina que el Instituto no proporciona. Es muy cara y no la dan porque no es curativa, dicen que es tan sólo paliativa. Sirve para minimizar las molestias de la quimio.

Lloré porque no puedo ayudarlos. Estoy asistiendo al Instituto de seguridad social, porque con el conflicto en la ciudad mi liquidez se fue a pique, y no puedo permitirme un tratamiento privado. Asisto aquí sin amargura. Ya me siento feliz de tener derecho al tratamiento, de que familia y amigos me acompañen y tenga al menos para pagar la ampolleta.
A mi las más de dos horas de la quimio, se me fueron esperando sentir alguna molestia que nunca llegó y como eso hay que celebrarlo regresé a la casa eufórica. Tal vez no sea efecto de la ampolleta, quizá los efectos son acumulativos y allá por la novena empiece a sufrirlos, pero la tranquilidad de que gocé hoy, aunque me apene por mis amigos, no me la quita nadie. Callarlo sería hipócrita.

Otra vez ese sálvese quien pueda que con los días lastima tanto.

Con estos textos inicié una memoria de esas vivencias del cáncer . Quise compartir contigo el día con día. Esa intención se quedó en nada, porque después sucedió que esta, la que te narro, fue la única quimio. Se suspendió el tratamiento, justo antes de la segunda, porque también el diagnóstico de Linfoma resultó equivocado. Eso si, me quedé pelona.
Dos veces condenada y dos veces exonerada de la sentencia de muerte. Extraña situación, tanto como los tiempos que vivo.

Quise decirte desde ahora que estoy sana, porque mi intención es compartir contigo estas extrañas vivencias, jamás el preocuparte o mantenerte en vilo. Yo me se sana, pero el Hematólogo en aquél momento, debe haber pensado que estoy loca.

sábado, marzo 24, 2007

X.- No hay mala cosa en esto de sentirse aunque enferma serena


















Como te dije, no hay mala cosa en esto de sentirse, aunque enferma o aún sacudida, serena. Es de esa actitud y no de otra, de donde brotan mis palabras agua:

Una gota temblona/ emerge/ se aferra a la pestaña/. Es la más dolorosa/. No fluye/. La parimos/ o la tragamos.

Lo escribí y lo dejé por ahí, como un apunte, Oscar mi hijo, lo encontró y me dejó este recado: —Madre, este poema no te lo conocía—.

Aún me sucede, no se cuando es ayer, cuando mañana, ni siquiera cuándo logro un poema. Viene Oscar me abre los ojos y dos gotas temblonas, estas de gratitud, se aferran a mis pestañas.

Me propuse escribir un testimonio de la lucha íntima, no por vivir un día más, que de eso no cabe en mí añadir uno sólo a mi cuenta. Se trata de vencer en buena lid la cobardía y el desánimo cuando me asalten. Que desde ahora se que lo harán, ni duda cabe.

¿Y ahora cómo te cuento esto? Pues con palabras sencillas, tal como sucedió.

Hoy hice cinco amigos nuevos.
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Con esta bellísima pintura que subo hoy de la Dama de la Tristeza, te darás cuenta que las imágenes con las que ilustro estos textos, no son mías. Las he encontrado en Internet y algunas veces, la misma imagen ha dado lugar al texto.
No porque la experiencia sea producto de la imaginación, más bien porque la imagen de alguna manera toca mis sentimientos y la necedidad que tengo de expresarlos a través de la palabra.
Te dejo mi abrazo

sábado, marzo 17, 2007

IX.- Me fascinan los días de campo
















Me fascinan los días de campo. Ver los niños chapotear o mojarse los pies en un arroyo; el olor de la carne asándose en las brasas; encontrar una piedra de suficiente altura y amplitud, para hacer de ella mi trono; mirar a las niñas hacer ramos, con flores diminutas y buscar “pegajosos”, esas plantitas que adheridas al ramo, te permiten hacer de ellos, prendedores.
Quería que mis hijos conocieran por fin, la finca El Faro, la que fue de los abuelos, y tiene el nombre preciso.

Es como una luz prendida a la oquedad de las montañas, con su avenida principal empedrada, sus casas de peones regadas por los montes cercanos, pesebre, escuela y cárcel, una cárcel tan pequeña, que está formada por una habitación con barrotes de madera, no de metal. Sólo servía para guardar ahí por unas horas, a algún mozo borrachín que escandalizara más de la cuenta.

Y sobre todo, me propuse escribir —ahora lo cumplo— y pintar mucho. Un cuadro de regalo para cada amigo. Esperaba tener tiempo suficiente para hacerlos todos.
Sucede que pesó sobre mí, una sentencia de muerte. Tan inmediata como puede serlo una Leucemia, respecto de la cual se tiene la certeza de su existencia y sólo se ignora la fase, o estadio en que se encuentra.
Durante días fui de un especialista y de un estudio al otro, sin escatimar ninguno, hematólogo, oncólogo, biopsias, tomografías de cuello, tórax y de abdomen; rayos x y exámenes de sangre. A cada nueva intervención, la certeza de la enfermedad me inundó, aunque cambió de nombre, dejándome como única alegría, el sentirme serena.

No hay mala cosa, y esto es lo bueno, en el sentirse, aunque enferma y sentenciada, serena.
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viernes, marzo 09, 2007

VIII.- ...es el peinar mis largos cabellos en dos trenzas y adornarlas con listones
















A decir verdad, viví mejor el diagnóstico de cáncer que la oblación de mi Estado. Es más ese diagnóstico lo acarreé sobre mí, por mi mal navegar en esas aguas.

“No hay mal que por bien no venga” diría la dama y quiero ojear esos días, para encontrar ese bien, en el diagnóstico de cáncer, que si ella lo creería: existe.

En uno de los vuelos de mi columpio miro el momento del diagnóstico y digo:

Una coquetería que disfruto, es el peinar mis largos cabellos en dos trenzas, y adornarlas con flores o listones, que armonicen con mis huipiles. Me siento tan Oaxaqueña peinada de esta manera, que olvido mis casi sesenta años y mi exceso de peso, para sentirme bonita.
En días pasados, antes que perderlas, me dispuse a cortar mi cabello, lo más corto posible, para regalar mis trenzas a una persona querida.

Al pensar en los días venideros, me sentía contenta de no esperar grandes cosas. No quería transformar mi vida; aunque si quería más de Dios, que lo que he buscado en los últimos tiempos.
También, ir a un día de campo.

domingo, marzo 04, 2007

VII.- Pero también estoy triste por la ingenuidad de mi gente, por la fe que se entrega













Fui tan ciega de niña, como para sentirme afrentada por mi parte indígena y por la falta de estudios de mi abuela. En cuanto tuve mejor uso de razón; cuando me di cuenta de donde me venía la magia, agradecí cada gota de su sangre y he pedido perdón, por mi infantil tontería.

Hoy son personas autóctonas, como la inolvidable Doña Chelo, las que me hacen consciente de lo que vale nuestro estado. Su sensibilidad y su arte, sus dialectos y memorias son mi orgullo.

Y no me ufano sólo de mi gente, también de la tierra que nos nace y cobija en su rebozo.
En Julio y en septiembre, Oaxaca, la de los días que se alargan, se acaricia la cintura con la seda de su rebozo y sale a cumplirse los antojos de pasear por sus calles; de seducir y atarnos el alma con los hilos de sus flecos.

Aire, color y luz se entrelazan, para ocultar a esta hechicera, que bien se asoma desde un balcón y mira a su amor pasar o te invita a esperarla a la sombra de un zaguán, para después caminar del brazo con ella, al centro ceremonial de sus encantos: El Zócalo.

Este Julio y septiembre y varios meses de este año, nuestro Zócalo y sus calles aledañas fueron tierra de nadie. Es por eso que estoy triste, por la ciudad mancillada, por la ingenuidad de mi gente, por la fe que se entrega para caer en manos de bandidos; por la falta de preparación, que nos hace presa fácil de malos, y también por el hambre, que nos pone detrás como corderos.

Estoy triste también por la incapacidad de nuestro Gobierno; por los políticos oscuros que orquestaron la ruina de mi pueblo y ahora con ojos fríos contemplan el desastre, mientras se frotan las manos, en espera de recoger, el fruto envenenado que sembraron. Estoy triste por la cara que mostramos, al resto del país y al mundo.

Porque vengo de familia indígena, de gente fuerte, que nunca esgrimió el machete, para otra cosa que el trabajo. Porque vi florecer su esfuerzo, y he visto florecer el propio, en una vida distinta, más blanda que la que mi gente, en su origen tuvo.

Porque se que el trabajo dignifica y permite cambiar esquemas. Porque he visto, que si un hombre digno pone manos a la obra, puede cambiar su sino: Por eso creo en el futuro, por eso espero triunfe el bien y nos dejen limpiar afrentas, recuperar la dignidad, volver a levantar la cara.

Vengo y asiento estas consideraciones aquí, porque el pasado es la raíz que me sustenta y el presente, aún estos amargos de la oblación, el fruto de los días vividos.

Sólo la ira sobra. Esa es la mala manera de vivir los días.
Son esas las aguas amargas, que a veces me visitan. Por eso quise decir acerca del conflicto en mi ciudad, para dejar ir la ira.

sábado, febrero 24, 2007

VI.- Tenía Prestancia. Su cabeza de natural altiva

















Trabajó mucho Doña Chelo, en la cocina para peones o cosiendo; hoy pantalones para los hijos, inclinada sobre la máquina, y mañana con capotera y mecate, la boca de los sacos de café, cosechado grano a grano. Entre esta forma de vida y la tierna edad en que llegó a los brazos de su hombre, no hubo tiempo para aprender ni a leer ni a escribir, sin que esto le restara un ápice de aquel señorío que en mi recuerdo emana.

Tenía prestancia. Su cabeza de natural altiva, no se inclinó siquiera al peso del dolor, moral o físico, que de ambos supo. De tantos hijos que parió, varios murieron siendo niños y a ella con el último, el útero se le asomó de entre las piernas y vivió así hasta su último día; Sin confiárselo a nadie, al cabo que desde entonces quedó viuda.

Suena duro que lo escriba, pero basta con esto, para saber que la abuela era templada como el acero del machete, con el que moderó, alguna vez la sombra de cafetos.

Fue guapa en su juventud y siguió siendo bella y oscura, tanto como nuestra gente en la vejez suele serlo.

Cuando yo era muy niña, compartí banca de escuela con niños rubios hijos de extranjeros y debo aquí confesar algo, si para que reviente mi simiente escribo.

sábado, febrero 17, 2007

V.- La abuela Chelo no fue ni ángel ni demonio, tan sólo una mujer














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Escribir, según pienso, es estar en espera. Es concebir desde las manos. Preñarse con palabras. Madurarlas como el fruto y dejar que revienten en tu pluma.

No habitarlas —a las palabras digo— con ángeles y demonios, sólo con personas. Por eso no puedo hablar de preñez, ni de fruto, sin “decir” más y distinto, acerca de la abuela Chelo.

Istmeña que nació con el siglo pasado, y estuvo cerca de tocar los linderos del nuevo. Mujer recia, morena de gruesas trenzas y gran fuerza. Parió quince hijos, montó en mula por los caminos que su hombre hizo a golpe de machete y llegó a ver que sus hijos construían con dinamita.

Dinamita también, se llamaba la mula que montaba y era la más bronca de El Faro, esa finca que ayudó a forjar desde la nada. Ah que hermosa era mi bronca abuela, tanto como los cafetales cuajados de cerezo.

Tengo otro recuerdo de la abuela que me fue transmitido por la dama y tiene la pureza de su entorno.

Un pequeño canal de riego, discurría canturreando, entre su cocina de aromáticos leños y el comedor de la finca.
Ella pasaba y cada vez, sumergía por el placer de hacerlo, sus pies pequeños en el agua cristalina.

Un pie acariciaba al otro y dejaba su piel tan tersa y sonrosada que provocaba pensar, que nunca los posó en el polvo. Delicada maravilla de pies indígenas, siempre descalzos, pero dignos de escarpines de seda.


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Tocó hoy enlazar este texto y ubicarlo finalmente en el que es su lugar. La abuela Chelo no fue ni ángel ni demonio, tan sólo una mujer. Ustedes los que ya lo conocen, perdonarán su introducción, pero era necesaria después del post anterior.

sábado, febrero 10, 2007

IV.- Así debe haber encontrado mi padre la propia fuente















Así debe haber encontrado mi padre la propia fuente, la que le permitió rescatar del naufragio, para volcarla en mis hijos, su capacidad de amar, aquella que se le hundió cuando era niño.

Lo digo porque es cierto. Pocas cosas del pasado me contaba la dama, pero hoy recuerdo esta que traslapé cuando niña, y da causa, si no razón, a las atávicas acciones de mi padre para conmigo.

La tía Mary tenía un loro al que adoraba y le gustaba dejarlo en libertad, cuando los rayos del sol podían acariciar sus plumas, y el ejercicio lo ponía en ánimo de parlotear, las frases aprendidas.

Esa mañana se bamboleaba, entre zancadas de niños que perseguían un balón de trapo, a tontas y también a locas. Eran dos, mi padre y su hermano, y tocó a mi padre en mala suerte dar una tranca en falso y poner el pie sobre el inocente loro. No era un niño como todos, hay que decirlo, así que no bien puso el pie sobre el loro, gritó: Filo mataste al loro de la tía Mary.

Pobre de Filo, las manos sobre la cabeza no le bastaron para contener la cacerola de la tía solterona que gritaba histérica, convertida en fiera que llora a su cachorro. Otra madre escuchaba. Era mi abuela. Acababa de dar a luz a su noveno hijo y hasta su cama, llegó la queja de Filo, el consentido, que entre hipos, le dijo que fue Raúl y no él, que apachurró al loro.

Eran tiempos en que los tiempos se cuidaban. La abuela no podía levantarse, porque no habían pasado ni dos, de sus cuarenta días, así que a su voz, llegó Raúl hasta su cama y ella incorporada, casi sin fuerzas, sobre los codos, le pidió que abriera la boca, metió los dedos y desgarró a cuatro uñas la delicada mucosa interior del niño, para que aprendiera, a no decir mentiras, ni culpar sin razón al hermano.

Esa y otras vivencias parecidas, bien vinieran del abuelo o de la abuela, forjaron el carácter de mi padre.

domingo, febrero 04, 2007

III- De todo hubo en mi antes bendecida ciudad














Las imágenes siguen en cascada y esta que veo, me muestra arrugas en el alma.

Esta donde no soy capaz de ir al encuentro de la hija de mi amiga muerta, que me llama.

Pero cómo ir si me hundo. Si la fuente de mi fuerza se ha escondido. Cómo atiendo su llamada de auxilio que a duras penas surge, de entre brumas alcohólicas y polvo blanco de muerte.

Cómo, si he perdido la magia.

No tengo cáncer, es cierto. Fueron malos diagnósticos, estoy sana pero somaticé.

De ahí la quimio, y eso quiere decir que vivo mal los nuevos días.

Que no supe asumir la convulsión de mi Estado. Este trozo de carne sangrante que disputan políticos nefastos y líderes corruptos, unos y otros se llevan sin compasión, entre las patas, al pueblo del que formo parte.

De todo hubo en mi antes bendecida ciudad. Muertes, incendios, maledicencia.

Una rabia desconocida, sentó sus reales en mí. Se aposentó y se sintió tan bien, que todavía no me abandona.

Verla de ama y señora de la casa me asustó tanto, que hubo días en que deseaba esconderme tras la puerta y llorar. Llorar hasta morir, para diluir en lágrimas furia y espanto.

En unos meses que parecieron años, como castillo de lechera, se vino abajo la ciudad con todos sus habitantes.

Sólo espíritus diligentes animaron las calles y construyeron sueños con la ruina. Aquí estuve entre ellos, sofocando la ira, apuntalando las paredes de esta casa que parece de muñecas.

Hicimos fuerza hasta el límite y así logramos sostenerla.

Lo mismo en cada casa de los que se quedaron, porque otros prefirieron huir. Cambiar su residencia.

Yo prefiero construir. Es lo que hago mientras escribo estas palabras agua. Lleno mi cántaro, me miro con tus ojos y hallo la fuente que me habita.

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Amigos queridísimos les pido perdón si los confundo. Todo cuanto les digo forma parte de mi realidad, son los tiempos, los que tengo en desorden.

Estamos reescribiendo juntos EntreCaracoles, colgué nuestro columpio del tiempo y en sus vuelos nos permite mirar desde ángulos distintos, el hoy y el ayer.

Mucho que antes no se dijo, reclama su espacio hoy. La realidad se transmuta a cada instante, nada sigue siendo lo que es.

De la amistad si podemos asirnos, avanzar.

sábado, enero 27, 2007

II.- Al otro lado encuentro a la mujer y no está sola


Al otro lado del espejo, encuentro a la mujer y no está sola. Una amiga la peina y trenza en sus cabellos flores blancas, tan albas como el mantón bordado que le cubre los hombros, tan claras como la luz que traviesa retoza en su mirada. Ellas ríen felices, mientras yo las contemplo con el cráneo desnudo.

¿Quién es la real, soy ella, o ella es yo? Acaso soy la otra, la que se daña, la que no quiero ser.

Esto del cráneo desnudo no creas que me incomode. Incluso sugiere reminiscencias con un monje budista. Si, un monje, porque el pelo es el adorno de la mujer y lo he perdido, aunque he ganado cierto brillo en la piel que atribuyo a la quimio.

La quimio, ya la solté, ya la dije, esa mala palabra. Nadie vendrá a regañarme por decirla, pero si me regaño yo por provocarla.

Alguna vez cuando era niña; soy cáncer y leí en mi horóscopo: Jamás padecerás del idem.

Así decía, y lo tomé por cierto.

Ya te imaginarás mi desconcierto cuando en un mes tuve no sólo uno, sino dos tipos de cáncer, primero fue leucemia y después linfoma no hodking. Ay que sesudos, si no fuera la enfermedad, bastarían sus nombres para espantarte.

Siempre creí que el cáncer es una enfermedad psicosomática, que la felicidad mantiene a raya y fui feliz, lo elegí, aunque no sólo para escapar de ella.

En ese mes que sufrí el cáncer, la que sufrió fue mi soberbia. Así que no era yo la serena persona que habitaba mi mente.

domingo, enero 14, 2007

Hablando de pozos







¿Cómo me gusta mirar en el pozo?
¿Desde el fondo o hacia el fondo?
Aunque parezca pesimista me gusta mirar desde el fondo, pero déjame que te explique.

Desde el fondo alzo la cara y simplemente veo la luz, no mido la distancia que me separa de ella.
Siempre he creido que es mejor volar que hundirse.
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Sigo intentado hablar desde las imágenes que he encontrado en sus blogs amigos míos. Las tomo prestadas y a cambio les dejo corazón

domingo, enero 07, 2007

Contrición y soberbia

El regreso a la casa lo hice sin darme cuenta. No miré el rostro de mi padre, porque estoy segura que en mi angustia hubiera podido medir el tamaño de la mentira.
A mí que me encantaba Tarzán por su valor para enfrentarse a las fieras, ahora me reconocía cobarde.

No se ni cómo me encontré en casa nuevamente. La cobardía me obnubiló y me cerró los labios y la cordura, pero no me quitó la memoria.

Todavía veo el enorme zaguán de casa de Toña Molina, las bancas de piedra ante la fachada, la oscuridad del portal de la entrada, el silencio opresivo, casi visual de la calle, cuando la madera de la puerta volvió a crujir a mis espaldas.

La cobardía me quitó la alegría también, y las ganas de volver a la escuela.

No se que aberración pasó por mi mente, pero es el caso que al otro día, al ver a Toña le volví la cabeza y le negué el saludo.
Ella me sonrió y yo, como si no la hubiera visto.

Entramos a clases y en mi espalda rebotaban las bolitas de papel que me lanzaba pero no hice intento de recoger ninguna mientras ella estuvo presente.
Después volví al salón, las levanté una a una y entre lágrimas leí:

—Yo quiero ser tu amiga. No te enojes conmigo. No me importa que me hayan pegado.—

Yo también quería ser su amiga pero no podía.
El peso de mi culpa era demasiado para mis pequeños hombros. No podía perdonarme. No merecía su amistad y no sabía como decirlo.
Para nada sirvió ante tan grande falta mi Primera Comunión. Confundí contrición con soberbia.
Si; hablo de la soberbia porque la conocí a partir de entonces. No pude perdonarme y a Toña Molina jamás volví a hablarle.

Toña ya se los dije, dejó la escuela ese mismo año y se fue a vivir a México. Su recuerdo y el de mi mala acción me acompañaron mucho tiempo, es más, me sirvió para ilustrar alguna catequesis testimonial con mi grupo de jóvenes en Familia Educadora en la Fe.

Pero esta historia, tal como me gustan las historias, tiene un final feliz.

Volví a ver a Toña hace unos pocos años, después de mis cincuenta. En cuanto la descubrí me acerqué a ella, y sin esperar, temerosa de no volver a encontrarla, le hablé de aquel episodio y de mi arrepentimiento. Ella me tendió los brazos y cobijó mis retrasadas lágrimas.

La volví a ver ayer en la Misa de mi hermano muerto. Hoy compartimos algo más; ella tampoco tiene pelo. Ella también está en recuperación de su quimioterapia.

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miércoles, enero 03, 2007

¡Ah como amé aquel portafolios rojo de plástico!


¡Ah como amé aquel portafolios rojo de plástico que imitaba además, con ingenuo descaro, la piel del cocodrilo!

Fue cómplice en cuarto de primaria, para esconder estampas de Santos y hacer altares dentro de mi pupitre, después de mi Primera Comunión. También fue el mejor regalo que recibí en ese día.

Lo seguía siendo en sexto, cuando de once años apenas, me perdí en la lectura de mis primeras noveletas. Corín Tellado era mi autora favorita y pronto sus historias, sustituyeron dentro de aquél portafolios a los libros de escuela.

Cuando Toña Molina contó que sus papás nunca la habían reprendido, me dejó con la boca abierta y más cuando me autorizó con dulce seriedad, para decir, si llegaban a descubrirme, que las novelas eran suyas.

La zozobra a cada salida de la casa debe haber sido evidente, porque no tardó mi madrina en abrirme el portafolios cómplice.

Eso y la acusación de la fechoría ante el tribunal mayor en que se constituía mi padre, fueron uno.

Primero, fue el consabido levantar de la falda para dejar inermes, como los tiernos cogollos del helecho, los regordetes muslos. Cinco cintarazos fueron la cuota insólita, pues una mala nota en conducta, o un ocho en tareas hubieran merecido tan sólo tres.

Así fue como medí la enormidad de la falta.

Temblé como una hoja cuando mi padre, sin darme tiempo a reponerme me preguntó de donde había sacado esos libros obscenos.

—Son de Toña Molina— Casi grité, porque ingenua, creí que ahí quedaría todo. Como iba yo a saber que el Licenciado padre de Toña era amigo del mío.

—¿Ah si? Pues vamos a devolverlos— Fue la respuesta, mientras me tomaba del brazo en volandas y casi a rastras me llevaba consigo.

Tuve tiempo de arrepentirme y confesar, lo sé; mientras sorbía lágrimas y caminamos o volamos las cuatro cuadras que distaban a la casa de Toña.

Lejos de eso —A ella no le pegan, a ella no le pegan, a ella no le pegan, a ella no le pegan, a ella no le pe…— Fue la mantra que seguí recitando con los dientes apretados, todavía en el momento que su mamá, una matrona rubia de cabello corto y encrespado abrió la puerta, se enteró del asunto, llamó a Toña y en presencia de mi padre y mía le soltó dos cachetadas a su sorprendida hija.

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Ay todavía me duelen en mi parte no física los golpes que sufrió Toña por mi culpa, pero mejor no les adelanto vísperas, el cuento sigue, y yo también, circulando aquí, con escasa frecuencia, pero con enorme cariño para ustedes.
Abrazos retrasados por las fiestas, pero que durarán por todo el año si Dios nos lo permite, mis queridos amigos.
Si logran descubrir aquí a la malvada, o sea yo, tendrán premio especial. Toña Molina no aparece, porque esta fotografía es de mi cuarto año de primaria, tenía nueve años y cara de buena por aquél entonces, año de mi primera comunión y aquel en que recibí el portafolios. Toña entró a la escuela el siguiente año y se fue a vivir al Distrito Federal a pocos meses del suceso.
Pero dejemos esto, en el próximo post concluímos esta historia.

Gracias por leerme, tú das razón de ser a este blog