CAPITULO VII
Antonia y Maria
Ante un impacto se hace añicos el cristal.
¿Cuál es mi símil?
El agua forma ondas que cesan lentamente.
¿Cuál es mi símil?
El agua forma ondas que cesan lentamente.
I
María comienza a escribir porque la siguiente será ella. En eso Antonia le habla:
—María, quería decirte que me quedé con el corazón en un puño de ver a Carmen tan afectada. Ojalá que logre liberarse de su dolor y también del resentimiento. Yo creo que debe compartir con su mamá todo lo que escribió, aunque también como ella, pienso en todo lo que vendrá.
Pero el motivo principal de mi llamada no es ese, la verdad, quiero decirte que estoy sufriendo una catarsis. Siento la necesidad imperiosa de hablar. ¿Me dejarías ser la próxima?—.
—Sin problema— le contesta María —sin revelarle su desencanto.
—Te lo agradezco tanto Maria, gracias de verdad, no te quito más tiempo— finaliza la otra, despidiéndose en la forma abrupta que le es característica.
—Ahora sí podré decirles todo esto que traigo adentro —se dice Antonia, que está en el estudio de su casa— les va a resultar difícil de creer este estado de ánimo, porque no es propio de mí. Pero ya no me cabe dentro. Y como al mal paso hay que darle prisa, voy a avisarles que no me molesten. Quiero estar sola. No sé si escribiré en este momento, pero sí pondré orden en mis ideas— Sin mayores preámbulos se sienta, se olvida de dar órdenes y casi sin darse cuenta inicia su escritura:
Estoy sorprendida de lo vivido en las últimas semanas. En mi caso el desequilibrio comenzó con esa estúpida demanda laboral que me puso el contador.
Este asunto, debió haber sido uno más, entre tantos que he resuelto a lo largo de mi vida. Lo terrible es la forma en que me afectó. Me llenó de ira. Una ira tan terrible que me asustó. Nunca me había sentido así respecto de nadie. Mira que llegué a decir que si tuviera una pistola se la vaciaba. Y no lo decía por decir. Si en ese momento se hubiera aparecido por la puerta, verdaderamente me sentía capaz de hacerlo, o por lo menos darle un fregadazo en la cara, para que aprendiera que de mí no se burla.
Antonia, sentada frente a su computadora, después de una breve pausa, retoma el hilo de sus pensamientos y sigue:
Me asustó precisamente mi falta de control, esa ira desbocada que no me conocía y que no estaba en proporción con lo que estaba sucediendo. Pues ni que tuviera yo que ver algo con el contador. Es cierto que lo ayudé mucho, pero no deja de ser una gente como cualquier otra de las muchas que he tenido empleadas.
Además, no es la primera persona que me paga mal, ¡peores cosas me han hecho! ¿Por qué, pues, me afectó de esa manera su deslealtad? Es más, llegué a vociferar que la falta no estaba en proporción con mi enojo, pero que así quería seguir, enojada. Lo normal hubiera sido dejar ir la ira, pero, por el contrario, la dejé crecer.
Mi preocupación en asuntos laborales, hasta este momento siempre fue darle a las cosas su justo valor. Siempre dije que podía haber uno o diez desagradecidos, pero que ninguno tendría el poder para cambiarme.
Presumía que siempre sería la misma, y lo decía con gran orgullo. Y ahora tuve que tragarme mis palabras, porque alguien pudo hacerme sentir capaz de desconfiar, hasta de mi sombra.