No es lo mismo encerrarse para crecer, que vivir paralizada en el caracol. Eso es vivir con miedo. Yo sé de esto. Viví con viejos y llamarlos así no es faltarles al respeto. Vivir con viejos es difícil, porque habitas en el miedo. Miedo de que se vayan, miedo a que te dejen sola; miedo a que se desbaraten frente a tus ojos.
Todavía veo frente a mí a dos niñas. Sentadas en una banca, se toman de la mano a la hora del recreo; mientras las otras juegan “a los encantados”, las dos niñas hablan en susurros. Lloran ausencias antes de que sucedan y tratan de consolarse. Mi amiguita vivía con su abuela, yo con la dama.
El miedo nos acompañaba. Por eso te digo que los niños deben vivir con sus padres, no con abuelos. Convivir con ellos es distinto. Mis hijos convivieron con sus abuelos. Se gozaron mutuamente.
Todavía veo frente a mí a dos niñas. Sentadas en una banca, se toman de la mano a la hora del recreo; mientras las otras juegan “a los encantados”, las dos niñas hablan en susurros. Lloran ausencias antes de que sucedan y tratan de consolarse. Mi amiguita vivía con su abuela, yo con la dama.
El miedo nos acompañaba. Por eso te digo que los niños deben vivir con sus padres, no con abuelos. Convivir con ellos es distinto. Mis hijos convivieron con sus abuelos. Se gozaron mutuamente.
Mi padre tenía una hacienda, era señor de muchas tierras. También un anfitrión renombrado. En los días festivos, se iluminaba cada rincón del amplio comedor de la hacienda. Los manjares que humeaban sus aromas, y el rumor de las pláticas y risas, atraían a los nietos como el panal a las abejas.
—A las abejas les gustan los niños. Les cuentan secretos en el oído. Bisbisean y les dicen donde guardan sus tesoros— Eso es lo que les decía a mis hijos, para que no les tuvieran miedo.
—A las abejas les gustan los niños. Les cuentan secretos en el oído. Bisbisean y les dicen donde guardan sus tesoros— Eso es lo que les decía a mis hijos, para que no les tuvieran miedo.
En la hacienda había cajas de miel y las abejas pululaban. Mis hijos querían encontrar el tesoro y le pedían ayuda a mi padre. El era aficionado a la búsqueda y, complaciente con mis hijos, como no lo fue conmigo, accedía a excavar en el punto en que ellos le decían que estaba enterrado. Porfiaban en ese empeño, porque mi padre quería ayudarlos a descubrir, que no todos los tesoros se encuentran enterrados.
Para las abejas su miel es oro. La miel es cicatrizante. Las palabras tienen la misma función. Yo encontré mi panal a solas. Abrí las compuertas del silencio y empiezo a entenderme.
*
Este post va dedicado de manera super especial a ustedes, que me han acompañado en mis ayes que -prometido- están por desaparecer y también para que me perdonen unos días más, que les contesté asi; de manera colectiva.
Ahora al grano, así que les cuento ¿que les cuento? una historia que tengo ganas de escribir.
Hace unos días anunciaron en el Discovery, que pasarían el reportaje de un descubrimiento realizado en el Perú: el entierro de un ser humano, acompañado de una llama y de un cóndor. Estoy segura, que aunque no gusten de la señora TV, su imaginación poética se desatará como sucedió con la mía. ¿Que ser humano tan especial sería ese, me dije, que mereció un acompañamiento tan especial? Imagínense la inmensa generosidad de la llama que es compañia y alimento, protección y entrega, y al majestuoso cóndor, señor de los vientos, soberano de las alturas. Lo digo en breves palabras, porque todo está por escribirse. Por supuesto que no vi el programa, prefiero imaginar y soñar también, que algún día, que por ahora parece haberse situado muy a la distancia, a alguien se le ocurrirá enterrarme con un caracol, una piedra y un colibrí por compañeros. y a propósito de, aquí está, para ustedes, queridos amigos, un poema que es un canto a la alegría, desde el colibrí que siempre he sido:
*
Una mañana
reflejada en el agua
logré ver la esmeralda
palpitaba en el pecho
del frágil colibrí.
*