lunes, julio 31, 2006

Ignacio Javier, Javier-Ignacio XXV

Aquí, otra de tus historias, de las tuyas Javier. Quisiera haber registrado así las de mis hijos, pero no se me ocurrió hacerlo en su tiempo, y ahora me doy cuenta de lo grato que resulta saber que no se perderán en los pasadizos del tiempo.

Sin abandonar su trabajo, y precisamente porque su cargo le exige una mayor escolaridad, tu mamá está estudiando su prepa y vende perfumes para redondear sus ingresos, así que ayer llegó corriendo. Cuando me vio con mi mamá, a pesar de sus prisas se dio tiempo para preguntarme ¿ya sabes la última de Javier?

Tu abuela y Anita han tenido mucho trabajo de escritorio estos días, lo que es bastante usual, así que tú juegas cerca de ellas mientras tu mamá va a la escuela.

Mi mamá trabajaba atareada y tú la estabas importunando —no dejas de preguntar cosas todo el tiempo— mientras escribía, tu abuelita impaciente te dijo:

Mira chamaco, ponte a jugar sólo porque estoy muy ocupada, no me estés distrayendo.

Tú muy digno, te dirigiste a la puerta y antes de salir, volteaste a ver a Anita y le dijiste:

Ana: cuando se le pase el mal humor a mi abuela, me avisas. Para que regrese.

*****

Comentar tus gracias, indefectiblemente nos lleva a recordar al niño que fue Nacho. Mi mamá sacó a colación una ocasión en que a ella se le abrió un botón de su blusa.

Nacho la miró fijo y le dijo: Mira mami, se te ve tu “chiche”. Mi mamá un poco amoscada mientras se abotonaba, le dijo muy seria: Niño, eso no se dice.

Y Nacho ingenuamente le preguntó: ¿por qué, es “peligocho”?
Y ya lo creo que era peligroso, según tu tío Efrén, meterse con los juguetes propiedad de tu abuelito.

jueves, julio 27, 2006

Ignacio Javier, Javier-Ignacio XXIV

Esta historia, la del caballo, se me había negado, intenté acomodarla varias veces, y por una o por otra razón quedó pendiente; hoy no dejaré que se me escape.

Este percance no lo viví ni siquiera de manera indirecta, sólo soy testigo de oídas, fueron los mozos de la finca quienes nos transmitieron la historia del caballo despeñado.

Resulta que Nacho decidió que ya había estado encerrado bastante tiempo entre las altas montañas y un buen día, tomó su caballo y la compañía de un mozo, para irse a pasar unas horas a las playas de Huatulco. No podían faltar entre la diversión que se programó a si mismo, las consabidas copas, así que regresó ya bastante entrada la noche, oscilando su anatomía sobre el lomo del caballo.

Estos animales conocen bien los senderos, podrían hacerlo casi a ciegas, pero a su paso, y con una mano firme para conducirlos. Es el caso que Nacho intentaba apresurar el paso del animal, e incluso sacarlo de la vereda, para cortar camino y el animal se negaba, entonces el lo aguijoneaba y así conseguía su renuente colaboración. Esta negativa forma de hacer el camino tuvo consecuencias fatales, en un momento en el que obligó al caballo a desviarse del paso acostumbrado, el caballo perdió pie, ante los ojos azorados del mozo que les seguía.

Nacho intentó controlar al animal pero no fue posible, había piedras sueltas y el caballo resbaló más de cuarenta metros precipicio abajo. Era de noche, las estrellas alumbraban pero no lo suficiente, el mozo sólo alcanzó a ver al caballo despatarrado allá en el fondo, inmóvil, había muerto, pero a Nacho no alcanzaba a mirarlo, supuso que había quedado bajo el cuerpo del animal y dio de gritos llamándolo.

Por más que se desgañitó, sólo tuvo el silencio por respuesta, el mozo, gente de muchos años en la casa, intentó bajar, pero era imposible hacerlo con tan escasa luz, entonces se sentó en la orilla del despeñadero y lloró, sin pena ni vergüenza, mientras se repetía en voz alta:
Ay Don Nachito, ahora si se murió Don Nachito.

Permaneció ahí según cuenta más de una hora y volvió entonces a renovar los gritos, sin tener ninguna respuesta, así que se decidió a llegar a la finca, para pedir ayuda y regresar con reatas para sacar el cuerpo de Don Nachito.

Dos horas faltaban de camino para llegar a la finca, una más para organizar una cuadrilla de rescate, preparar camilla y reatas suficientes para sostener a quienes descenderían y otras más para subir el cuerpo. Casi cinco horas tardó el mozo acompañado por los improvisados rescatistas para volver al lugar del suceso.

Cuando dieron vuelta a la última curva del paraje que el acompañante de Nacho les señaló como lugar del accidente, casi salen corriendo.
Sentado sobre una roca a un lado del camino estaba Nacho, que al verlos aparecer le grita a su lloroso mozo:
Bruto, a donde te fuiste, me dejaste tirado allá abajo y tuve que subir yo sólo.

Al caballo jamás pudieron sacarlo, la subida era casi vertical, demasiado penosa, además el animal había muerto instantáneamente, destrozado.
Ahí quedó su osamenta como testimonio de lo ocurrido.

domingo, julio 23, 2006

Ignacio Javier, Javier-Ignacio XXIII

Recordar la fiesta de tu bautizo me llevó a otra fiesta muy diferente y sin embargo íntimamente relacionada contigo:

La fiesta de bodas de Nacho y Sonia. Ese día tu papá, de esa singular manera en que confluían en él, los aconteceres poco ortodoxos, recibió permiso para salir de la cárcel por unas horas, para casarse.

La fiesta fue entre amigos, pero decir amigos en el caso de esta familia, sabes que es sumar mucho, más de trescientos invitados compartieron su alegría. La valentía de tu madre al celebrar sus esponsales en esas circunstancias, es algo que valoro en todo lo que vale.

En una de mis visitas a tu papá en la cárcel, me preguntó él:

—Leticia ¿Qué te parece Sonia, crees que podríamos hacerla juntos?— Ay Nacho le respondí, no se por qué lo dudas.

Yo lo sabía.

Es cierto que tu mamá no pertenece a ninguna familia oaxaqueña de rancio abolengo, pero nosotros tampoco.
Es verdad también que hay una distancia grande entre lo conocidos que pueden ser tus abuelos, que viven en ese pequeño pueblo de la costa Oaxaqueña que a ti, nunca te ha gustado, y este clan, tan metido en el corazón de tantos.
Es verdad también que jovencitas de sociedad le hacían ojos bonitos a tu padre, pero nadie como tu madre, de manera constante, le acompañó en su reclusión.

Por eso se lo dije a Nacho, ninguna consideración de otro tipo podía pesar, ante el valor de lo que ella le mostraba.
Se dice que en la cárcel y en la cama se conoce a los amigos, yo creo que en la desgracia, se conoce el amor del compañero.
Sonia y él eran novios cuando tu papá cayó en la cárcel y ella no lo abandonó por eso.

Le visitaba con frecuencia, casi todas las veces que fui a verlo, lo encontré con ella. Además con toda dignidad, a pesar de que él se lo rogaba, se negó a realizarle visita conyugal, se dio su lugar en todo momento.
Aún ahora no me explico, como logró que su sencillo y digno padre campesino, otorgara el permiso para esa boda. Ni la riqueza ni el status social podían convencer a nadie de la valía de un galán encerrado.

Todo esto se lo dije a Nacho. No se si mis palabras contribuyeron a decidirlo a dar el paso y pedirle a ella que se casara con él. Pero me gusta pensar, que de algo sirvieron.

También hay que reconocer, que algo especial debe haber tenido tu padre para despertar sentimientos tan profundos ¿lo cree usted Don Javier ?
Nombrarte así me ha hecho pensar en las razones de tu padre al elegirte el nombre, a él muchos le llamaban cariñosamente Don Nachito y se me ocurre que el diminutivo no siempre debe haber sido de su agrado. Tu nombre en cambio, no los admite, y pienso que esto no es casualidad.

miércoles, julio 19, 2006

Ignacio Javier, Javier-Ignacio XXII

Ya que te hablé de tu padrino, sería bueno mencionar la gran fiesta de tu bautizo, nunca había visto a Nacho tan entusiasmado, Dios mío, que fiestón el que armó, digno de una boda, más que de un bautizo.

Hizo instalar carpas en el patio frontal del Aranjuez, ese donde se encuentra la fuente sombreada por la bugambilia, que estaba cubierta de flores y se veía espectacular, pero Nacho hubiera querido quitarla para agregar otra mesa a las de sus invitados.

Contrató un grupo musical bastante caro, mandó hacer la comida por toneladas, era un derroche de alegría y de color, las mesas redondas para diez comensales estrenaron manteles, mandó apisonar la tierra para que pudiera bailarse al terminar la comida, estuvo pendiente de cada platillo, de los dulces oaxaqueños para el postre, nieve para los niños y cuanto pudieras imaginar.

La Misa fue en Tlalixtac de Cabrera, el Municipio al que pertenece la Hacienda y Nacho quería partirse en pedazos para quedarse a continuar con los preparativos y al mismo tiempo irse a la Misa, claro que no tenía opción, debía encargar a otro que vigilara a la gente que trabajaba en el montaje, mientras el asistía a la Celebración, donde recibirías tu filiación cristiana.

Así que me ofrecí a quedarme en la casa, al tanto de los empleados, mientras todos los demás se fueron y tratándose de Nacho, no podía faltar el detalle que se saliera del contexto habitual.

Estaban ya perfectamente plantadas las carpas, y se habían colocado algunas mesas. Nacho fue el último en irse rumbo a la Iglesia, porque tus abuelos y tu mamá, nerviosos por llegar tarde decidieron adelantarse.

Algunos invitados, los de mayor confianza, que decidieron escoger un mejor lugar, no asistieron a la Iglesia y se acomodaron en las primeras mesas que se arreglaron, entre ellos Carlos Morales, la Georgia, Pina Hamilton y no recuerdo quien más.
De la presencia de ellos si, porque llegaron antes de que se fuera y lo bromearon anticipando catástrofes en la Iglesia, porque él iba a entrar.
Nacho no se fue sin ver que se les sirviera algo, y aproximadamente veinte minutos después, se levantó un ventarrón de miedo, que arrancó tres de las carpas de su base y volteó aquella en que estaban sus mesas, quedando ellos bajo las lonas. Se escuchaban sus risas, pero aún así, corrimos a ver si no les había lastimado alguno de los soportes, a ellos casi no se les entendía porque hablaban entre carcajadas, hasta que Pina me pudo decir: Canijo Nacho, segurito que la carpa se voló cuando entró a la Iglesia, es que él y su Javier no necesitan bautismo sino exorcismo.

Así bromeaban todos acerca de tu papá y sus historias.
Debo decirte que cuando regresaron contigo ya bautizado, este suceso fue repetido de boca en boca y festejado el chiste de Pina Hamilton en todas y cada una de las mesas, menos mal que salidos de la Iglesia, el ventarrón no se repitió y la fiesta fue una de las más alegres que el Aranjuez cobijó entre sus muros.

domingo, julio 16, 2006

Ignacio Javier, Javier-Ignacio XXI

Recién pasado Noviembre, es imposible dejar de pensar en aquellos días, así que me vino a la mente algo que sucedió con tu padrino José Manuel, aunque no lo escribiera en su momento.

Vino a los nueve días, acompañado de sus hijos y los brazos cubiertos de flores. Pasó primero por la casa, para avisarnos a tu abuela y a mí que iba para la tumba y decidimos acompañarlo. Rezamos y platicamos un buen rato, sentados a la sombra del nogal que tu papá sembrara.

Tú ya conoces a tu padrino que es un irreverente, así que poco a poco, las referencias que hacía de su compadre fueron subiendo de tono, logrando hacernos reír con sus desplantes. Tu abuela se levantó, para regresar a la casa, mientras José Manuel seguía conversando.

A lo lejos veíamos la camioneta de tu papá, la que el cuidaba tanto y que desde nueve días antes, había quedado estacionada en la entrada de la hacienda. Un poco más abajo, había dejado José Manuel su de por sí, desvencijado volkswagen. Casi llegamos a la altura de su carro, cuando nos dijo que había estado soñando a su compadre casi todos los días y exclamó:

“Pinche Nacho, no me quiere dejar en paz”

En ese preciso momento, la camioneta, que estuvo parada nueve días, empieza a deslizarse camino abajo, al parecer sin chofer, nosotros corrimos pensando que alguno de los niños se había subido y se iba a lastimar. La camioneta se desliza lento, lento, en dirección precisa al volkswagen y va a estrellarse contra el. Los tres, pálidos del susto, corrimos a abrir la puerta para sacar al niño que supusimos había quitado el freno y nuestra sorpresa fue mayúscula al ver que nadie estaba dentro.

Suspiramos aliviados, sólo entonces revisó tu padrino los daños a su carro, que afortunadamente fueron mínimos, sólo los faros rotos y un poco abollada la defensa. Entonces, José Manuel rompió a reír, deshaciendo tensiones y en medio de la risa, explotó:

No se los dije “el pinche Nacho no me quiere dejar en paz”.

martes, julio 11, 2006

Javier Ignacio Ignacio-Javier XX

Mi querido Javier hace mucho tiempo que no adelanto una línea en este nuestro pequeño anecdotario, tu papa cumplió hace unos días dos años de estar lejos de nosotros y tú tienes tres años y medio.

Me decidí a retomarlo por una razón especial. Para dejar asentada una frase que se está volviendo célebre en la familia y que es esta: “ya sabes la última de Javier” y nos lanzamos a contarnos, las ocurrencias que tienes.

Quiera Dios que con esto no te echemos a perder como sucedió con tu papá, y aquí si que estaría contribuyendo yo, porque eres tan listo que no se te escapa nunca de quien se está hablando, pero además de que eres listo, nosotros no nos distinguimos por nuestra discreción y hablamos delante de ti.

No voy a convertir este en anecdotario de Javier, pero al escribir algunas de las “ultimas” de Javier, siento que también lo escribo para Nacho, que de alguna manera él va a enterarse de tus andanzas y a gozar con ellas, con esa esperanza las escribo, sin que esto quiera decir que son todas, sólo las que recuerdo en este momento. Así que estas historias son para ti Nacho, acerca de tu Javier:

Hace unos días Javier fue al centro con Anita la Secretaria de mi mamá y como no tenía vehículo ella decidió subirlo en el democrático camión.

Lógicamente no había lugares. Anita que es bajita trató de estirarse cuanto pudo para detenerse de la barra del techo del camión y le pidió a Javier que se detuviera de su vestido.

El chiquitín, al ver a un señor sentado que le miraba, ni tardo ni perezoso, le habla muy serio: Señor, ¿no me puede dar su lugar? porque yo soy chiquito y me puedo caer.

Claro que si niño -contestó el señor, cediendo gustosamente su asiento en espera de ver que se sentara.

Lejos de hacerlo, voltea a ver a Anita muy serio y le ordena: Siéntate Ana y cárgame, porque tú también te puedes caer.

El señor se moría de risa al ver que un niño tan pequeño lo había timado quitándole el asiento, para dárselo a la que él creyó su nana, y de paso, también quedó sentado.
¿No te parece mucho para sus, poco más de tres años?

*****

domingo, julio 09, 2006

Ignacio Javier Javier-Ignacio XIX

Celebramos otra vez las fiestas de los Muertos. Se cumplió un año de la ausencia de tu papá. Todo Oaxaca estuvo inundado con el dorado de los Zempaxúchitl y lógicamente tampoco faltaron en su lugar de descanso.

Pero es importante que te diga, porque eso es lo más valioso, que aunque nosotros estuvimos ahí y también le llevamos flores, ni siquiera hubiera sido necesario que lo hiciéramos.

Quien lo conoció no se olvida de él. Lauren y otros empleados del Aranjuéz estuvieron antes ahí, para cubrirle de flores.

Me inclino a creer que Lauren, fue quien le llevó un vaso con un líquido transparente, que igual pudo haber sido agua que mezcal. También le llevó unos cigarros faritos y tuvo la precaución de dejarle uno encendido, con cenicero y toda la cosa. Las muchachas llevaron platos de nuestras comidas preferidas.

Todo estaba colocado, sobre la verde alfombra de hierbas de la tumba. No faltaron las frutas entre las que tú rápidamente escogiste una pera. Estoy segura de que a tu papá —y te lo dije— le encantó compartirla contigo.

Me preguntaste un poco preocupado, si tu papá podía respirar, metido ahí, momento que aproveche para explicarte que ese lugar más que servirle a él, nos sirve a nosotros para ir a platicar con él y a llorar un ratito, porque aunque los adultos somos llorones, tenemos lugares y momentos especiales para hacerlo.

Tu papá no vive ahí, te dije, él está en otro lugar, y yo pienso que cerca de donde tú estás y sigue viéndote crecer. Precisamente ese día cuando veníamos de regreso nos contaste a tu abuelita y a mí que lo habías soñado.

Por supuesto que te pregunté ¿que soñaste? y la respuesta fue: que tu papá te dijo que él no está muerto, que sólo juega contigo a las escondidas.

Pues no lo dudo, él sigue jugando contigo a las escondidas, es necesario que no lo olvides y que te apliques a buscarlo. Si lo haces con tesón, siempre que lo necesites acabarás encontrándolo y trayéndolo para nosotros. No dejes de hacerlo por favor, porque seguimos extrañándolo.

Lo curioso es que nos traes al corazón, cada vez con más frecuencia al Nacho niño, y no que al Nacho que nos dejó. Esa expresión de “ya sabes la última de Javier” no está recién acuñada, la original decía “te sabes la última del enano”, así que mietras platicamos iremos alternado una y otras, las de él añejas, las tuyas luminosas, y también las otras, las que duelen.

jueves, julio 06, 2006

Ignacio Javier Javier-Ignacio XVIII

Esta va por tía Paquita, que vino desde Puebla y es una historia ligera ¡Qué bueno! porque las otras se me atragantan en la mano en el momento de plasmarlas.
Nuestra tía Paquita, la hermana chiquita de mi papá, la que estoy segura que cuando crezcas la vas a querer mucho porque es simpatiquísima, me contó que cuando aún no se casaba, un domingo, fueron mis papás que estaban en uno de sus viajes por Oaxaca, a la casa de Crespo número 22, a comer con la abuela Chelo. Nacho vino con ellos, porque todavía no se venía de Pochutla, debe haber tenido unos cinco años y estaba muy consentido, cual Débora Kerr como diría él.

Imagino que los demás también fuimos, pero la historia no la recuerdo, dice ellaque antes de la comida, Nacho llegó a pedir dinero para comprar una paleta, mi mamá le dijo que no, porque no era hora y además estaba mal de la garganta.

Nacho insistió y al repetirle mi mamá su negativa, muy indignado le dijo:

O me das el dinero o me largo a fumar.

No estoy muy enterada si le dieron el dinero o se largó a fumar. Aunque conociéndolo, es capaz de haber recibido el dinero y después largarse a fumar. Nacho desde esa edad ya era bastante bragado y además, por regla general, se salía con la suya.

lunes, julio 03, 2006

Ignacio Javier Javier-Ignacio XVII

Así que retomamos esta historia en sus inicios, no en el regreso.
Nacho estuvo tal vez un año o quizá dos o poco más en la finca, en la costa oaxaqueña. Tu abuela me decía que trabajando muy bien y yo me sentía contenta por ellos.

Aquí se pone de manifiesto mi incapacidad con la cronología. Se me han perdido los tiempos, también los propios, con mayor motivo los ajenos.

Es el caso que cuando todo sucedió vine a enterarme de las cosas, porque aunque no los frecuentara mucho, cuando algo malo les sucedía, siempre venía a involucrarme voluntariamente.

Pues si, estaba trabajando en la finca, pero comía mal, bebía mucho y utilizaba otras cosas, así que su naturaleza, a pesar de ser fuerte, no pudo seguirle el ritmo y empezó a perder la razón.
Dicen que para muestra basta un botón, pues te contaré que un buen día Nacho decidió que una enorme, monolítica roca que se sostenía en equilibrio sobre el río —iba a decir precario, pero de ser así, ha mucho tiempo que se habría derrumbado y nunca sucedió— pues te decía, esa piedra se veía desde la casa porque estaba cercana y Nacho pensó que tenía que estar cansada, por tanto tiempo de mantenerse en esa posición, y dijo que le había pedido ayuda.

Así que puso a los mozos a cortar árboles, a socavar la tierra bajo la piedra, todo con el objeto de apuntalarla y permitir que reposara sobre los troncos de árbol, la verdad se trataba de un trabajo peligroso, porque el equilibrio de la piedra era ancestral y al mismo tiempo escaso, así que los trabajadores estaban corriendo el riesgo de restarle su base natural y morir sepultados, pero ahí estuvo Nacho en primera fila, mostrando a los mozos cómo y qué debían hacer.

También dejó de cortarse el pelo y la barba por meses y un buen día, sin más ni más se metió dentro del monte.
Estuvo perdido no se por cuánto tiempo, hicieron lo que pudieron para encontrarlo y sólo cuando no fue posible hacer más, le avisaron a mi mamá y ella entonces me llamó. Esto fue rezar y llorar esperando que apareciera; que apareciera vivo. Y sucedió, alguien lo halló escondido en una cueva, enmontado en algún paraje remoto, más allá de los cafetales, mucho más abajo, en las tierras secas de los terrenos costeros, entre el Copalita y Zimatán, con los brazos, cara y piernas desgarrados por las ramas y espinas y también por los piquetes de insectos, muerto de hambre y sin bañarse. Cuando lograron sacarlo de aquél recodo para traerlo, su aspecto era terrible.

Ya en Oaxaca el querido Doctor Toriz fue quien lo sacó de esa crisis, pero los medicamentos lo tuvieron en una situación que daba tristeza de ver, caminaba en un mismo lugar, levantando los pies, una y otra vez, una y otra vez, sin parar y sin abandonar el mismo espacio, la saliva le escurría y tenía problemas para hablar y nosotros para entenderle.
Creo que nunca antes me sentí tan triste y preocupada por él, no creí que pudiera regresar pero volvió. Gracias a Dios volvió a ser el Nacho de siempre; aunque este vino a ser otro aviso desatendido, porque ya recuperado, poco tardó en irse nuevamente a la costa, para emprender otra de sus andanzas.

Gracias por leerme, tú das razón de ser a este blog