Siempre pensé –y es cierto- que soy distinto. Cualquier cosa de los “iguales” me incomoda. Y no es que busque ser auténtico. Más bien, se busca no ser como los “mismos”. A la autenticidad, si llega, habrá que hacerle el menor caso. Al fin y al cabo los verdaderos auténticos son los que no lo saben.
Imponer modas, con la conciencia de hacerlo, o buscar cosas nuevas bajo el sol e intentar patentarlas, es de comunes y de corrientes. Lo que impongo y defiendo, por mi parte, es la libre palabra, la libre cátedra; el libre pájaro, el libre exilio (como el caracol); la libertad de culto, el libre albedrío; la libre caída, el libre comercio; la libertad con todos sus nombres, incluso la libre contradicción.
Por mi parte pues, supongo que la especie que grita ¡POESÍA! en medio de un incendio es la que no figura entre los “iguales”. Y supongo también que la que impone y defiende libertades es también la que se aleja de los “mismos”, porque practica –si no todas- por lo menos unas cuantas. Entre “mismos” e “iguales” no encuentro diferencia. Pero encuentro grandes zancos entre ser y no ser distinto.
Me senté a escribir sin saber por dónde iba. Es decir, lo sentía, pero bien a bien no sabía en realidad por dónde –precisamente- es que entraba a estas líneas.
Fue por el caracol y en consecuencia, por saber que eres distinta. Pensaba en el primer capítulo. Una distinción que puede haber entre el ejercicio de mandármelo y el ejercicio de recibirlo, y responderte “algo”. Es que somos hijo y madre, y viceversa, y es también que Entre Caracoles es una autobiografía, o biografía, o lo-que-sea-del-tipo. ¿Qué significa esto? Pues algo así como un ejercicio epistolar. No eres una autora común frente a tu libro, entonces, ni yo soy un lector común frente al mismo.
He vivido de lejitos, a veces más cerquita, los sollozos y los recuerdos de tu infancia. Y no es muy fácil verlos ahí pegados. Como si fueran una colección de mariposas sobre un álbum. Imagina verte sentada junto al estanque. Un poco triste por no alcanzar columpios –que siempre es triste-. Navegando el dedo en círculos sobre la superficie de la pileta, que no debe estar muy limpia. Imaginarte esa mariposa, pues, con las alas atravesadas por dos alfileres. No es una colección común, ni tampoco la encuentro fácil.
Pero bien. Tienes un no-sé-qué (¿es válido un no-sé-qué para alguien que no sólo te conoce sino que también es tu hijo?)… pues no sé, pero tienes un no-sé-qué. Y radica en la simbiosis, o binomio, o reducto de complementación, o libre contradicción que muy bien no entiendo. No tenías muñecas, era cierto. O más bien tenías muñecas sin tenerlas, que es tantito peor. Cuando por fin las tuviste ya no estabas en edad. Pero quizás era bueno colocarlas en algún sitio de tu nueva casa. Me refiero a las viejas, las de siempre, las que no podías tocar, no las nuevas, las de ahora. No las colocaste, pues, y preferiste regalarlas. Bueno, eso se entiende: otras niñas las necesitaban más que tú. Se entiende, pero es difícil aceptar la separación o ¿no?… yo al menos lo supongo. El no-se-qué, que no entiendo es ¿cómo pudiste olvidarlas? ¿Por qué no preguntar a las nuevas dueñas, por lo menos una vez, sobre su situación? ¿Ahora están mancas, perdidas, tuvieron hijitos? ¿Qué fue, pues, de su santa vida? La verdadera pregunta es cómo puedes echar los sueños, ciegamente, por la borda.
Tampoco me la vas a contestar porque yo mismo no la contestaría, ni a mí ni a nadie. Y si un día lo sabes y estás dispuesta a contestarla, seguro me taparía los oídos. Aquí me acuerdo del caracol. Me replegaría. ¿Por qué? Porque temo que nada hemos aprendido, y los míos, mis sueños, –quizá- los he ido arrojando de la misma manera. No por la borda, como ejemplifiqué estúpidamente los tuyos –que en realidad deben tener, aún así, un destino más romántico-. Por mi parte, me gusta pensar que los he ido cagando como periadham. ¿Sabes qué es “periadham”? Periadham es el excremento del unicornio. Una perla del tamaño de medio puño muy valorada en la época en que abundaban los unicornios (hoy no quiero pensar en su precio). Pero en aquel tiempo la gente salía en su búsqueda y se internaba en los bosques. Encontrarla era fácil, pero se necesitaba de mucha suerte. Digo, entonces, que era fácil porque la perla blanquísima brillaba como mil haces de luz en la oscuridad. Y digo que se podía hallar solamente con mucha suerte porque era raro que un unicornio cagara. Pues bien, los aldeanos tomaban la periadham con un paño –no por razones de higiene, pues al fin y al cabo era excremento, sino por razones inspiradas en el respeto- y luego la llevaban silenciosamente a sus casas. Tener esa luz en las casas, sobre una cómoda o sobre la mesa del comedor, representaba llenar de significaciones a la familia.
¿Alguien, entonces, encontrará nuestros sueños? ¿Los rescatará de su caída libre? Pensemos que sí, pero también pensemos que arrojarlos no es inercia ni ley natural ni constante invariable, sino todo lo contrario: un monumento a lo absurdo.
Ahora quiero ir a las conchas marinas. Me hizo como que algo chicharrón el poema dentro del texto. Es más. Lo voy a poner (aunque con algunos cambiecitos):
Para estar cerca,
recurría a la búsqueda de conchas
a la orilla del mar.
No me gustaba recoger conchas rotas.
Me ponía triste ver su mutilación.
Pensaba
que dolía la parte que faltaba.
Evitaba pisarles para no lastimarlas nuevamente,
pero también, lo confieso,
evitaba mirarlas.
Evitabas mirarlas. Como una mujer escondida que ha vivido hacia adentro. En libre exilio, precisamente. En libre albedrío. Y a esta libertad de confinamiento me refería al principio: al caracol. Los tiempos satinaron su historia, dices. Y es cierto. Pero quién es el tiempo –que acuérdate que es un cuervo que nos sacó los ojos-. ¿Quién es el tiempo?
Mientras no sepamos del tiempo, haces bien en recurrir a la reclusión temporal. Porque allá en el encierro se dicen muchas cosas. Allá hay muchos otros y, precisamente, muchas leticias. Allá adentro hay un río a donde se desaguan las cosas que hacemos y las palabras que decimos. Y se funden, por fuerza de su cauce –que dicen es fuerte, a veces se siente-, en lo que no hacemos y no decimos.
Te mando muchos besos, caracol,
y muchos más para tus significaciones, como la luz del unicornio,
tu otro caracol eterno,
o sea mi papá
***
Decir quien es
Tristán es decir mucho, baste decir que escribe y remitirlos a su blog. Hoy encontrarán ahí uno de sus poemas cortos, contundente, que deja sin respirar. Cuand escribe, muestra el otro lado de la luna, de la moneda, o su
otro yo, como lo quieran ver.
En la vida diaria, la transparencia de su alma, lo rebasa y lo deja sin máscaras. Así lo veo yo.
Esta es su carta tal como la escribió cuando EntreCaracoles más que texto era promesa, de ahí que incorporara la explicación para no haber preguntado por las muñecas y muchas otras más.