viernes, marzo 31, 2006

Stromboli el Titiritero o Garfio el Capitán

En la casa todo fueron gritos y carreras aquel domingo 15 de mayo del 55.
Mi papá todavía enfermo tuvo que levantarse. No nos dejaban hacer ruido porque él estaba acostado y cuando yo lo alcancé, ya estaba en la puerta de la calle, abotonando su camisa y el pantalón le colgaba sin cinturón.
Ni siquiera se agachó para que lo besara, salió corriendo. Desde la puerta le gritó a mi madrina:

—Comadre, por favor póngale un telegrama a mi mujer, dígale que se venga, que si es necesario pida avioneta especial—.

Mi madrina, llorando acabó de vestirse y salió sin revisar la tarea, ni le dijo a Cata la muchacha lo que íbamos a comer. Cata que era muy consentidora, no tenía ganas de hablar. Tanto la molesté que me dijo:

—Mataron a tu tío Rubén, eso es lo que pasó y no les digas a tus hermanos ni me preguntes más, porque me voy a enojar contigo y no vuelvo a jugar—

Aunque quería preguntar me asustó y me quedé callada, pero en mi cabeza le daba vueltas y vueltas a lo que oí: Avioneta especial ¿para qué? Mataron a mi tío Rubén. ¿Mataron, y eso que es? Tenía que ser algo muy malo, porque la que no estaba enojada lloraba y no había a quien preguntar.

El martes a la hora del recreo, lo que decían mis amigos era peor que no saber.

Uno dijo que un policía lo mató, otro que el preso llevaba pistola, alguien dijo que se escapaba y por eso el policía disparó. Todos decían que el policía era el malo y mi abuela podía pedir que lo encerraran. Del que escapaba también dijeron que fue al entierro de mi tío para decirle adiós.

Él fue y a nosotros no nos dejaron ir a despedirnos, así que cuando yo pensaba en el preso, sentía que el corazón me quería ahogar.
Empecé a soñarlo en las noches y mis sueños eran feos, soñaba que lo atropellaban, o si entraba por la ventana, yo peleaba con él. Desde entonces para poder dormirme tenía que hacer la cruz y esconderla bajo la almohada para que no viera, si llegaba a venir, que yo le tenía miedo. Ese miedo no se si venía de él o de mis pensamientos acerca de él.

También dejé de hablar de mi tío Rubén, porque a veces no sabía si estaba enojada con el preso, o estaba enojada con mi tío; o a lo mejor estaba enojada con los dos, pero nadie me lo preguntó, así que preferí callarme y empezar a creer que a mi tío lo había inventado yo.

No era difícil quedarse callada cuando nadie oía lo que preguntabas…

Ni cuando al libro azul de los cuentos lo encerraron en un ropero y nunca nos lo volvieron a prestar.

Pero sobre todo me callé, cuando en el costurero de la abuela apareció un retrato que decían que era mi tío, pero no se parecía a él. Tenía puesto un traje negro que nunca le conocí.

Cuando todavía me animaba a preguntar, la muchacha de mi abuela, me gritó enfadada que dejara de dar tanta lata, que lo enterraron porque se murió y punto final.

Así que morirse era punto final. Era irse sin avisar, era irse y que nadie quiera hablar de ti.

Con razón: Así se había ido antes el hijo de mi madrina y entonces ella cerró todas sus ventanas y ya no se quiso reír.

A su hijo, desde que lo conocí era retrato. Nunca lo vi de verdad, ni jugué con él.

Se llamaba Jorge y ella decía que era un buen hijo, que nunca se portó mal. Así que cuando yo rezongaba o le alzaba los hombros a su mamá, me daba miedo que se saliera del retrato a regañarme. Así que me hacía la valiente y me paraba a hablarle en el pasillo y lo convencía que no saliera, que ya me iba a portar mejor.

Ahora cada vez que podía entraba de escondidas al costurero de mi abuela y me paraba enfrente del retrato que era mi tío para verlo pestañear. Yo se que si me hubieran dejado seguir mirándolo lo hubiera convencido de venir. Pero siempre había una tía que se encargaba de quitarme de ahí.

Como mi madrina volvió a estar triste, ya no quiso llevarnos con mi abuela. Así todo fue más fácil. Sin volver a Crespo 22 pude olvidarme del preso y llegué a creer de verdad, que había inventado a ese tío Rubén.

Violeta me alegró. Ahora se que el preso no era como Strómboli; o Garfio, el enemigo de Peter Pan.
El verdadero regalo no es el que no encontró, sino el relicario con fotos que hoy llevo sobre el corazón. Es como si mi tío Rubén dejara de ser retrato y volviera para decirme adiós.
***
Esta imagen no corresponde a la historia.
Como no logré encontrar una de mi ciudad, la coloqué sólo para ubicarnos en el tiempo. En mi recuerdo todo sucedió un domingo, y ahora veo que así fue. Era día del maestro y yo no había cumplido aún los siete años, faltaba poco para ello, puesto que nací el 3 de julio del 48. No se si el lenguaje corresponde a la edad cronológica, pero puedo asegurarles sin ánimo de faltar a la verdad que tal como se los cuento, así pensaba yo.
A esta historia aún le queda mucho camino por recorrer. No ha pasado por el taller y no se si pasará. Ni siquiera se si tendrá un lugar entre mis textos, lo único que tengo claro es que en verdad necesitaba fluir y ¿sabes? tengo muchos otros recuerdos a los que les tenía puesto un tapón.

martes, marzo 28, 2006

V.- El inesperado regalo de Violeta

A nosotros no nos llevaron al entierro. Al preso que intentaba escapar, sí.
No entendí el por qué de una cosa ni de la otra.

La muerte de mi tío fue un escándalo y una conmoción. Oaxaca se volcó en el panteón. Jóvenes de todas las escuelas lo llevaron en hombros, así salió de su casa donde mi abuela lo veló.
Pasados los nueve días de los rezos, el Gobernador en persona llegó a buscar a mi abuela.

—Quiero saber lo que pide usted, en contra del guardia Doña Consuelo— le espetó en cuanto pudo hacerlo.

—¿Pedir señor? Lo único que quisiera es a mi hijo de vuelta y eso no me lo puede dar. Que castigue a ese pobre hombre no me lo va a devolver, así que no pido nada.— Sólo eso dijo y calló.

Esto no fue necesario que mi abuela lo pidiera. Después del niño ahogado taparon el pozo. Pasado algún tiempo quitaron el peligro para las escuelas, se llevaron la cárcel a las afueras de la ciudad.

***

El día que Violeta cumplió quince años, su madre le puso entre las manos una cajita de madera labrada, forrada con raso de color marfil y dentro de ella, en un sobre escrito con cuidada caligrafía, venía la carta.

Estaba abierta, Violeta me contó que la había leído tantas veces que prácticamente se la sabía de memoria. La carta decía así:

“Este es un hermoso día para ti. No quisiera turbar tu corazón con un recuerdo triste, pero quiero ayudarte a que dejes salir cualquier mal sentimiento que todavía pudieras guardar.
Por favor lee mi carta. Tu mamá me ha dado permiso de escribirte y es por eso que me acerco a ti.

Soy el hijo menor de una buena familia que vive en Monterrey. Mi mala cabeza me hizo caminar por senderos que nunca imaginé. Fueron tan malos que perdí mi libertad.

Ni siquiera el castigo bastó para corregirme. Por el contrario, sólo pensaba en la manera de evadir mi responsabilidad y sacudirme el encierro que yo mismo busqué con mi mal proceder.
Así planeé escapar de la cárcel metido en un baúl, de lo que sucedió no tengo que contarte más, porque lo sufriste tú, pero hay algo que quiero que sepas:

Sin saber bien por qué o para qué, pedí que me llevaran al entierro de tu amigo y fue terrible.
Ver a la madre que se sostenía a fuerza de voluntad, sus ojos que parecían no ver a tantos muchachos llorosos, vestidos con uniforme escolar, ver aquella larga fila, pasar de dos en dos. Tú apoyada en tu madre, aguantando, parada hasta el final.
Cuando la caja se cubrió de flores, ya no podía respirar.
Después, volví a verte muchas veces en las diligencias judiciales. Tenías que repetir y repetir cómo pasó. Quería pedirles que no te hicieran venir. Casi sangrabas tus labios antes de contestar y era para no llorar. Tu madre ponía el brazo sobre tu hombro, al ver que te miraba.

Lo que ni ella ni yo sabíamos es que tus lágrimas alcanzaron un bien. Desmoronaron la loza de mi corazón.
Nada te devolverá a tu amigo, pero a pesar del daño que te hice, necesito tu perdón. Con él recibiré el de otras personas a quienes sin conocer lastimé.
Aýudame a volver libre a la casa de mis papás.

***

Lo último que Violeta me dijo fue esto:

—Puedo haber confudido alguna palabra, pero la esencia de la carta era esa, a pesar del tiempo que ha pasado, nunca la olvidé.
Ahora que te he dado este mensaje ¿Me permitirías hablarte de tú? Siento esa proximidad en mi corazón. En realidad te sentí así desde que leí tu nombre en la tapa del libro, de inmediato supe quien eras, porque Rubén me contaba de sus sobrinos y tú eras su consentida. Pensé hacer de la carta y el regalo que recibí, el motivo de conversación, pero ya ves, en la fiesta no se dio el ambiente más apropiado, por esa razón decidí esperar y traerte la carta y la caja también.
Ese día no llegó porque no pude encontrar la caja. A mi madre no puedo preguntarle si la recogió, porque ya no vive. Así que ya ves hoy la pulsera me trajo nuevamente hasta ti. En verdad creo que necesitabas saber de esa carta, a mí su lectura me hizo mucho bien—.
***

Extraño que Violeta no encontrara la caja de madera labrada; Ella que sabía ser el mejor guardián para una caja. Pero eso no importa, aunque no me la diera físicamente, me la regaló.

Después de escuchar la carta, la niña dentro de mí también quiere decir.

sábado, marzo 25, 2006

IV.-El Ex-Convento de Santa Catalina de Siena y su participación en la historia

El Hotel Camino Real queda a pocas cuadras de la casa de mi abuela, está ubicado en el corazón de la ciudad sobre el andador que desemboca al Centro Cultural. El edificio que hoy ocupa es histórico. Fue construido como Convento de Santa Catalina, y a partir de 1862 y hasta un poco después de 1955 albergó la cárcel Estatal.

La Escuela Abraham Castellanos queda ahora a espaldas del hotel, pero en esos años colindaba pared con pared con el reclusorio. La mía en aquél quedaba a una cuadra de la cárcel, así que muchas veces crucé como todos los estudiantes, ante sus puertas, al ir y venir de la escuela.

El ex-convento hoy luce remozado pero entonces se mostraba sombrío, custodiado por soldados con rifles. Al pasar veía entrar a mujeres del pueblo, no se veían sus caras de tan cubiertas con el rebozo, y los flecos de este también caían hasta cubrir la canasta que casi siempre llevaban colgada del brazo.

Ellas pasaban sin que los guardias las revisaran, a no ser que las detuvieran con brusquedad, para decirles una flor, que por grosera, más parecía un macetazo. Las voces ásperas llegaban hasta el lado contrario de la calle, donde mi madrina o la muchacha que iba por mí a la escuela me obligaban a caminar, ellas trataban que yo no volteara, pero aún así alcanzaba a ver o entender algo.

El piso del portón sigue siendo de cantera, aunque hoy luce limpio y brillante. Entonces también brillaba, pero con una lisura en la que podía advertirse la mugre que lo cubría. O tal vez era la mugre la que charolaba la cantera y hacía que brillara de esa manera, para que los fusiles te asustaran por partida doble, una vez si mirabas directo a los ojos del guardia, y otra cuando veías en el piso el reflejo del cañón.

La mañana de marras, gentes entraban y salían de la prisión sin que nadie les hiciera caso. El comercio de artesanías producido por los presos era abundante, balones de grueso cuero salían por docenas, muebles de madera también, algunas veces pequeños baúles y otros, grandes en verdad.
Mi tío Rubén venía devorando la manzana. Al torcer en la esquina de su casa se topó con una compañera de escuela que venía con su mamá; las saludó y se dio el lujo de sacar dos manzanas de la bolsa para invitarles y pidió permiso para acompañarse con ellas. Aprovechó para echar novio. La niña era uno o dos años más chica que él y si. Puedo sospechar que se gustaban, todavía lo puedo sentir.

El sol caía inclemente. En la acera del frente, el edificio de la Iglesia ofrecía su sombra protectora ante el calor. Atravesaron y él todo un caballero que hasta ese momento venía del lado de la cuneta, al cruzar quedó en la acera y su amiguita en su lugar. Ni tardo ni perezoso, dio un paso detrás de ella, la tomó del brazo y la quitó.Sucedió en ese momento.

No llegó a soltar su brazo, más bien tiró de ella al caer. Violeta vio su vestido manchado de rojo y a Rubén con la cara ensangrentada y los ojos abiertos; mirando sin ver. Ya no habían rizos sobre su frente, ni frente había, eso se podría decir.

Alguien le había dado la voz al guardia: —Que se nos escapa uno en el baúl, que se pela, se nos va—

El guardia no lo pensó, elevó el cañón del fusil y a tontas y a locas dejó ir el escopetazo hacia delante. La bala surcó dos cuadras, más allá de la Iglesia de la Sangre de Cristo; la que ofrecía su sombra para aplacar el calor. En ese momento el galante caballero de quince años, tomaba del brazo a Violeta y ahí quedó.

Los vecinos llegaron a aporrear la puerta de mi abuela mientras gritaban: —mataron a Rubén doña Chelo, mataron a Rubén.—

Mi abuela salió corriendo convertida en una leona, no por enojo ¡Que va! se había metido a bañar y soltó sus largas trenzas, aún no se había peinado, así que corrió desmelenada las cuatro cuadras que la separaban de su hijo, llegó antes que la ambulancia y se arrodilló junto a él.

El último mensaje que recibió el cerebro de mi tío fue masticar. Tenía aún entre la boca un bocado de manzana y seguía mascando sin parar. Ella retiró los trozos de manzana, cerró sus ojos sin brillo y se subió en la ambulancia con él. Sobre la acera quedaron sucios y desordenados los largos rizos, aquellos que caían sobre su frente, y restos de materia encefálica también.
***

Hoy se que cuando esto sucedió Violeta tenía doce años, que pasó como un calvario, las diligencias de reconstrucción de hechos, lloró en cada una de las que asistió y también se que al cumplir los quince años recibió un regalo inesperado y no supo que hacer con él.

jueves, marzo 23, 2006

III.-Cuando era niña la familia grande se reunía los domingos

Cuando era niña todos los domingos, sin faltar uno, la familia grande se reunía en la casa de Crespo número 22, ahí vivía mi abuela. Ahí llegaban los nueve hermanos de mi papá con su propia familia y podíamos reunirnos veinte primos a la vez.

Aunque la casona era grande, no se cómo aguantaban mis tías y la abuela ese corretear de niños por todos los pasillos y las tres mesas que debían servir para el pequeño ejército familiar. En la primera mesa tomaban asiento los más chicos y por supuesto que a mis siete años escasos mi lugar estaba ahí.

Mi tío Rubén tenía su sitio en la misteriosa y codiciada mesa de los grandes, pero él prefería sentarse con nosotros abandonando sin pena sus privilegios. Nunca oí que lo mandaran lo hacía por gusto y nos hacía reír. Mientras servían la sopa era capaz de sacar una moneda de la oreja de un primo, o sorprendernos cuando de la nada hacía aparecer un juguete habíamos dado por perdido el domingo anterior.
Él organizó el entierro de un gato que amaneció tirado en la puerta, flaco y desgreñado, patitieso también. Nos forró un cajón con papel de china y engrudo, presidió el desfile y la procesión. Hasta concurso de llorones hubo y cada uno con su vela encendida cantó además a todo pulmón.

Muchos domingos, mientras los grandes estaban entretenidos, nos dejaba meter los pies en el agua de la fuente y él si que sabía poner calcetines y hacer nudos a los zapatos, nosotros no.

Sus manos eran mágicas, cuando movía o doblaba sus dedos, salían figuras de animales. Los fabricaba en una ventana pequeñita que se asomaba al patio. Los animales brotaban desde sus dedos y pasaban a la luz de la vela para volverse sombra en la pared del cuarto de mi abuela. Ahí nos sentaba a todos sobre el piso para ver la función.

Si después de repetir y repetir todos los animales que sabía hacer, nos veía inquietos en el cine, oficiaba de lector. Ponía sobre sus piernas El libro de Oro de los Niños, un pesado y grueso ejemplar azul. Tan grande era, que una tapa quedaba sobre sus piernas y la otra había que ayudar a sostenerla así que peleaba por sentarme cerca de él. Mi tío subiendo y bajando la voz lograba que los cuellos se estiraran, se hundieran, o voltearan a su placer.

Nos enseñó a caminar de puntitas, con el dedo índice frente a la boca haciendo shshshshshs, así nos sacaba de uno en uno a la banqueta, para ir a cortar moras. Esos frutos entre ácidos y amargos eran un horror que nos gustaba comer. Cuando el oscuro jugo escurría, era fascinante estrenar la lengua en morado y embarrarse la cara. No era raro que a pesar de sus cuidados se nos manchara la ropa y ahí se ponían buenas las cosas porque había que lavar. Mi tío Rubén se hincaba y restregaba duro y dale con el jabón, mientras nosotros quitadotes de la pena, jugábamos con el agua a más no poder. En ninguna otra casa de Oaxaca había un arbusto de moras en la calle. Tampoco creo que en otra casa hubiera un Tío Rubén.

Cada domingo inventaba cosas. El árbol de la casa siempre estaba cargado y él se trepaba a cortar toronjas, para luego pelarlas con una navaja que era nuestra envidia. Tenerla significaba ser mayor. Cuando insistíamos en tocarla y nos poníamos necios, lanzaba un seco no. Luego para contentarnos, inventaba jugar a las guerritas “de liga ligazo” con la pulpa blanca que tiene la toronja debajo de la cáscara.

Ay cómo se carcajeaba con eso de las toronjas! Echaba la cabeza hasta atrás y se desternillaba de risa cuando hacíamos gestos por lo ácido de los gajos que servía en un platón. Lo que nunca le dije es que también yo me reía de él, porque a veces la toronja estaba dulce y hacía gestos sólo para verlo así.

Mi tío Rubén tenía el pelo rizado. Los chinos le caían despeinados sobre la frente y sus dientes que sabían pelar la caña más dura se asomaban mucho al reír.

***Mi papá estuvo enfermo en esa primavera. Dicen que era una cuestión nerviosa y el doctor lo había medicado para que durmiera tres días atrás. Así que ese domingo no fuimos con mi abuela, pero ella quiso que mi tío fuera a la casa para llevarle unas manzanas y preguntar por su salud. Contra toda costumbre, el siempre-obediente, se negó a ir.

—Mamacita, no me mande usted por favor. Quiero ir a la matiné, hay una película muy buena.—
—Que matiné ni que nada— le contestó mi abuela. Eres un desagradecido. Raúl es tu hermano mayor y todos ven por nosotros desde que murió tu padre. Te me vas ahora mismo a verlo y le llevas la bolsa de manzanas que está sobre el trinchador.

—Ay mamacita, por favor, por favor— repitió, aunque ya iba rumbo a la puerta.

—Está bien, ya voy, pero no se me enoje— y con cara de travesura abrió la bolsa de manzanas y se metió una en la boca, retándola a que le dijera algo.
Mi abuela simplemente movió la cabeza mientras alcanzaba a decirle, —nada más no te las acabes, muchacho desordenado— lo dijo y sonrió.

miércoles, marzo 22, 2006

II.- No pude evitar que mis pensamientos rondaran sobre lo que no se dijo

Sólo el paso de los meses dio paso a la quietud.

Cuando me anunciaron la visita de Violeta, me alegró volver a verla, su rostro estaba en mi memoria desde aquella única ocasión. Pensar en ella como una niña me gustó. Casi lo parecía a pesar de que tenía las mejillas surcadas por pequeñas arrugas, decenas de ellas. La magia de volverlas invisibles corría a cargo del color de su piel. Tenía reflejos ambarinos, un leve matiz de rosa, que semejaba un durazno visto contra el sol, tal como las mejillas de los niños suelen ser.

—Espero que no le moleste que venga— me dijo —dejé pasar demasiado tiempo sin venir y no quiero que piense mal, cuando le explique la razón de mi presencia. ¿Me permite que le cuente?—.
—Claro que no me molesta, pero por favor siéntese, tenemos mucho que platicar—le contesté con voz que denotaba alegría.

—No quiero darle vueltas al asunto. Quiero que sepa que jamás se me hubiera ocurrido vender esto:—.

Abrió la mano con la palma hacia arriba. Sobre ella brillaba la pulsera con el antiguo relicario, algo que me dejó en suspenso. La explicación a ese gesto no se demoró:

—Me apena decirle que tengo un problema de dinero. Así que esta mañana tomé la determinación de vender mis mejores aretes. No es que tenga muchas prendas, pero no me gusta pedir prestado. Creo en eso que dicen acerca de los bienes para solucionar los males. Se lo cuento, para que me crea que jamás pasó por mi mente vender el relicario. Lo curioso fue que mientras buscaba los aretes, la pulsera pareció saltar a mis manos.

Ver la pulsera y sentir la necesidad de verla fue todo uno: Volví a ver sus ojos brillantes; y su reacción cuando vio el relicario vacío. Se lo repito, jamás lo vendería, pero desde aquel día siento que este relicario está hecho para usted. No lo pensé mucho para no arrepentirme. Tomé la pulsera, busqué su dirección y aquí estoy—.

Por segunda vez, Violeta me había dejado sin palabras. El relicario me gustaba y mucho. Me impactaba el hecho de que estuviera vacío y mi necesidad de llenarlo. Igual que el vacío que había creado yo en cuanto a la muerte de mi tío Rubén. Vacío que vino a poblar la presencia de Violeta.

Me sumí en estos pensamientos sin responder, así que su voz sonó nerviosa cuando siguió diciendo:

—Por favor no se preocupe, no es fuerza que lo compre, aquí traigo también los aretes que voy a vender con alguien que conozco. Si usted no lo quiere, yo conservaré el relicario como hasta ahora. Eso si— agregó con timidez —le agradecería mucho si me diera el libro que me ofreció—.

—Perdóneme por favor Violeta. Me dejó usted pensando por eso no le contesté antes. Por supuesto que quiero el relicario y también voy a darle el libro, no faltaba más. Pero usted y yo tenemos mucho que hablar.—

Así lo hicimos. Yo sentía todo lo que sucedía entre nosotras como providencial. Alcancé a percibir también la vaciedad del relicario como un símbolo. Así lo sintió también ella desde aquel día, según me dijo durante la conversación.

Hoy puedo sentir el peso del relicario sobre mi cuello —lo separé de la pulsera porque quería llevarlo cerca del corazón— y puedo sentir el calor que emana de él. También le he dado un nombre, lo llamo mi nido, pronto entenderás el por qué.

domingo, marzo 19, 2006

I.- Me senté cerca de ella en la fiesta

Me quedé sin palabras. Las suyas me llevaron de golpe a esa muerte ocurrida cincuenta años atrás. No contesté, sólo pude mirarla fijamente a los ojos. Ella percibió mi azoro, porque sin esperar respuesta, bajó la cabeza y empezó a leer sin decir nada más. Estuvo bien que se olvidara de mí, porque me dio tiempo para recuperarme. Jamás pensé que llegaría a conocerla después de tanto tiempo. Curioso que dijera soy la niña. ¿Acaso seguía siéndolo?

Cuando al fin alzó la vista, levantó el libro contra su pecho, con las tapas todavía abiertas y me sonrió con dulzura mientras decía: —Me gustaría tenerlo ¿Cómo puedo conseguirlo?—.

—Que lo tenga, será un placer para mí. Este no, porque ya está dedicado, pero quisiera verla otra vez. Por favor vaya a la casa por el suyo.— Mi voz salió frágil. Le di la dirección todavía atropellando las palabras.

Cuando me tendió la mano para devolverme el libro, el dije de su pulsera quedó ante mis ojos. Era una esfera de oro labrada en filigrana, un trabajo artesanal muy delicado y cada vez más escaso. A las claras denotaba su antigüedad.

Se lo comenté y ella se quitó la pulsera para mostrarme que era un relicario plegable, justo para seis fotografías. Cuando me lo mostró abierto me sobresaltó: Estaba vacío.

—¿Le gusta?— me preguntó y siguió diciendo:

—Yo tengo nada más un hijo, así que no alcanzaría a llenarlo. Lo uso sólo porque era de mi abuela, pero imagino que ella también lo llevaba vacío, al menos así estaba cuando lo encontré. Déjeme que le platique, cuando era niña en mi casa había una cocina de humo, coronada por una pequeña ventana al centro del fogón mayor. Ahí, inaccesible para mí, había una caja de hojalata con hermosos dibujos labrados, aunque muy deslucida por el hollín.

Yo tenía tal vez cinco años y veía con frecuencia a mi abuela, retirar la caja y volver a ponerla en su lugar. A su muerte no es extraño que la caja de lata, vieja y ahumada, se quedara en el mismo lugar. Ni siquiera yo guardé un recuerdo consciente de la caja.

Cuando crecí lo suficiente para alcanzar la ventana, un día, casi sin pensarlo, tomé la lata, como quien hace algo que aguardó mucho para hacer. No creí que guardara nada de importancia, aún así quise abrirla, pero los años la habían oxidado. Para no dañarla, no insistí, pero la puse a salvo al fondo del armario destinado a mis juguetes. Cuándo dejé de usarlos y la caja quedó ahí en su refugio, hasta que una mañana que no elegí, volví a sacarla de su encierro, y esta vez, con la habilidad que dan los años, pude abrirla por fin y encontrar el legado de mi abuela:

En un lecho de algodón resplandecía la pulsera con el dije relicario; los años no habían opacado su fulgor. A su lado descansaban algunos billetes arrugados y unas cuantas monedas.

El festejo dio inició en ese momento, con música tan ruidosa que puso fin a la conversación, no así al deseo de continuarla.

miércoles, marzo 15, 2006

Carolina, IndianGuman

Querida Lety, compañera de jornada:


Dejo decantar pensamientos y sensaciones –de una manera que aprendí, por cierto. de ti- y por fin manan las líneas de esta carta. Antes que nada, agradecerte, no sólo por compartirnos tu novela, sino por prodigarte entera con ella. Es algo poco común poder vibrar con el autor de una obra, sentirse conectado en carne y huesos.

Leer Entre Caracoles fue empaparme de un universo profundamente femenino, nostálgico, texturado y sutil; fue embarcarme en un viaje submarino marcado por la cadencia de la espiral, de los caminos que alternan y que confluyen como el discurso en el diálogo. Creo que la novela presenta una combinación exquisita entre ese mundo sumergido y una mirada inquisitiva, y lúcida que, sin irrumpir bruscamente, va entregando sus tesoros, como maravillas (ah, o monstruos también, a veces) rescatadas de a poquito, desde ángulos diferentes, repasadas y recolectadas como piezas importantes que finalmente fluyen encontrando su cauce.

Y cuando digo que leerla fue como estar en viaje, quiero decir que tu palabra tiene el poder de incluir y conjugar al lector, de hacerlo partícipe de sensaciones, recuerdos y razonamientos, que se van construyendo conjuntamente, de manera accessible y natural como tu escritura (una vez te dije que al leerte era como que lo escrito “lo estuviera pensando yo misma”). Sabes desnudar la anécdota para dejar lo esencial de personajes y situaciones, de una manera depurada, crítica, inteligente, con una prosa pausada, poética, deliciosa.

La novela es profunda, sensible, honesta y BELLA en forma y contenido. De las voces de tus mujeres queda para mí finalmente el milagro, la simpleza, del amor, la sabiduría de mirar la propia vida en busca de reconciliación, integración, sanación, entendimiento, aceptación. Un mensaje luminoso, optimista, espiritual: nosotras las simples mortales, llenas de defectos como somos, siempre podemos mejorar, re-narrar la historia y hacernos así un poquitito diosas.

Pienso que las cosas sólo se vuelven cabalmente ciertas al decirlas en voz alta; ahí escapan, dejan de ser sólo nuestras y nos dejan vulnerables. De ahí tu valentía. Por ella, todos hemos ganado.

Infinitos Apapachos, amiga!


Carolina, Indianguman.
***
Como título basta su nombre, IndianGuman, el que ella eligió para su blog. Conocerla, todos sabemos quien es y la maravillosa forma en que escribe. Conozco su nombre real y me gusta, pero los uno, tal como hace ella en su carta.
Mi afecto nació, cuando habiendo llegado a esta su casa un poco tarde, empecé a descubrirla por los rincones, dejando huella de su presencia hasta en el post más empolvado. Lo sacaba a airear y me daba ánimo. Yo había hecho lo propio en su espacio y cada momento ahí, me habia enriquecido. Leerla es un placer y ustedes lo saben, identificarnos con ella un regalo.
No puedo dejar de maravillarme del grupo tan entrañable de amigos que hemos conjuntado. No creo que nadie pueda atreverse a decir que por no habernos mirado a los ojos, el afecto no nos une. Y hablo en plural, porque creo que esto que siento lo sienten ustedes.
En Carolina, con el mismo afecto, los abrazo a todos.

lunes, marzo 13, 2006

Michelle, caracol que congrega caracoles

Querida Lety:

Acepto el viaje.
Acepto ir a la cita.
Acepto ir al Café Morgan.

En silencio entro hasta la mesa donde están las seis mujeres. Ellas pretenden, como un juego, desnudarse el cuerpo, mostrar sus heridas, develar su historia personal, y terminan desnudando su alma...y absorta escucho en silencio a cada una de ellas.

Miro el cuadro con detención. Tengo la secreta intención de que la niña del cuadro me hable. Ella juguetona me mira con su ojo izquierdo, como si él pudiera conectarme con el universo. La niña sonríe. Y yo cedo, acepto, y termino mirándome, tal vez desnudándome ...y finalmente me amparo en el abismo, que esconde ese mundo misterioso, que alberga la historia de mi vida, que no es más que la vida de todas las mujeres, la historia de la raza humana que se revela ante la letra, ante la palabra que busca el río de una voz, que se hace canto eterno, y que hoy ha escogido tu pluma, Lety, para revelarse.

Me he convertido en el caracol que busca la playa para ascender, para volcar su caminar lento en la huella que mi propio camino dibujará en la inmensidad del corazón humano.

Me he sumergido en las voces, en las heridas, en la proeza de mirarse, y lo mejor en descubrirse, no como base para lamentarse sino como un desafío para crecer...y con ello hacer que las redes luminosas desde las cuales se unen nuestros pensamientos y vivencias, sea un caudal amoroso que nos permita evolucionar...

Te agradezco la oportunidad que me has regalado. Te agradezco la magia de mostrarme que Soy una con el Todo, y en ese Todo tu voz única se alberga en este corazón. Agradecida por siempre Michelle
***
Somos uno con el todo nos dice Michelle y dice bien. Y no sólo dice, lo demuestra en Testigo Silencioso, donde nos abre caminos para andar. Perderse en los vericuetos de sus caracoles, los de ella, es aprender.
Como agregado, la delicia de conocer a Micaela y Amaranta que todavía no estrenan casa, pero Ariadna su tigresa bailarina si. Leerla es volver al mundo mágico de la infancia. A mi me encanta estar ahí. Si se conceden el placer de leer sus post, la van a amar, ya lo verán.
Perdón por no hablar de Alex Daniel, pero si van con Michelle llegarán a él. Eso ni duda cabe, por eso no pongo un link.

sábado, marzo 11, 2006

El árbol; este post está dedicado a todos mis amigos, para pedir perdón por mis largos silencios


No he podido dejar de pensar en esta imagen desde que la conocí en el blog de Alma. Me fascina su singularidad. Me estremece también.

Este árbol no se pregunta si es bello, simplemente es.

No hay nidos en sus ramas, los pájaros pueden elegir su hogar, él no.

Sobrevive a las fuerzas contrarias que no logran arrojarlo al precipicio a cuyo borde anida. Afianza sus raíces y se sustenta en ellas. Deja que sus ramas besen la tierra.

Su belleza va más allá de lo externo. Sobrepasa la mudez que le es propia y logra hablar.

Ama y agradece la vida.
***
Gracias querida Alma, y gracias doy contigo también, a quien quiera que haya sido, que tomara esta hermosa fotografía. Me gustaría darle crédito y lo haría gustosa si conociera su nombre, o retiraría la imagen si así fuera solicitado por su autor.

domingo, marzo 05, 2006

Don Fernando Giucich, un caballero de la vieja escuela

Querida amiga:
Desde que Ud. publicó el último capítulo de "Entre Caracoles" no volví a releerlos. Los dejé decantar como a los buenos vinos para que el oxígeno encuentre al paladar en su tiempo justo. Si debo juzgar la prosa, la encuentro precisa, con ese aroma que el azahar va buscando el cielo.
Fuerza y convicción en las ideas y con un planteamiento ajustado. Supongo que Ud. deberá estar en la búsqueda de algún nuevo título porque la veta de la esmeralda debe ser aprovechada. Y con respecto a sus mujeres, ellas nos enseñan situaciones de una sociedad que para muchos es extraña, pero para otros es el común denominador de nuestra latinoamérica que no ha sido justa con esas niñas-mujeres que no tuvieron la oportunidad de elegir su camino, donde la alternativa era solamente la voz del padre, de los hermanos y posteriormente del marido; esas madres que por la fuerza de las circunstancias se veían obligadas a entregar la crianza de sus hijos a madrinas, a veces pequeñas dictadoras y con ausencia de afectos maternales.
Rescato de esas historias, el afán de superación en cada una de ellas (que según Ud. es una sola), pero que para este modesto lector son todas las mujeres que cruzaron por la vida de Ud. Ha sido para mí, una experiencia enriquecedora encontrarla en estos vericuetos que nos presenta la vida y me ha mostrado con su humildad que la superación es posible.
No tengo la experiencia para analizar una obra desde el punto de vista técnico, soy un caminante que, muchas veces, lee con el corazón y no con la razón. Hago votos para que sigamos disfrutando de su enorme capacidad de crear historias, más allá de los caracoles. Le abraza, su amigo FGiucich
***
Cada uno de los señores que aquí nos han acompañado fueron para mí, como un regalo del cielo.
Entre ellos, Don Fernando . Cuanto lo quiero, creo que ha quedado de manifiesto en la forma en que respondo a cada uno de sus comentarios.
Su presencia siempre constante, su palabra justa y amable. Su ánimo conciliador y su amistad real y sincera, hicieron de estos meses una delicia, sobre todo, sumado esto al regalo imponderable de sus historias en Clara ese espacio que todos debieramos de frecuentar.
Dejo aquí para él, mi acostumbrado beso en la frente y mi respeto y afecto

viernes, marzo 03, 2006

Hannah provocó en mi una cartarsis, un llanto liberador

Mi querida Lety: yo no soy crítico literario; a decir verdad, ni siquiera soy literata, no lo soy aunque escriba prosa y versos; o, por lo menos, no es esa mi profesión. De manera que no esperes de mí ni una crítica a tú libro. Además, nunca he estado muy de acuerdo con las críticas literarias, porque un libro forma parte de la vida de quien lo escribe, es una creación, y, sólo por eso, merece ya todo el respeto. Por supuesto que se podrá aconsejar sobre ortografía, sintaxis, estilo, etc. Y para eso, doctores tiene la santa madre iglesia, que decimos por aquí. Pero sobre la calidad del contenido, siempre he creído que las críticas son cuanto menos, interesadas... Y gustos para colores. Yo sólo puedo decir que me fascina tu verbo: tiene el mismo color y la misma luz que tus lienzos, y a mí me atrapan.

Ya sabes que me llevé tú libro a mi periplo de conferencias y seminarios por Francia y Alemania, y sí: fue el culpable de que muchas noches no durmiera y de que alguna conferencia me saliera más viva, más interesante, menos académica... Por ratos lloré leyendo y empapé las hojas. ¡Cuánto desamor desde niña!. ¡Cuánta lucha!. ¡Cuántas tristezas!. ¡Cuántos desencuentros!... Me atrapo desde las primeras líneas, querida hermanita. Me llegó profundamente, tal vez porque tu infancia fue en muchas cosas muy parecida a la mía, y ambas sabemos de lo trabajoso que resultó levantar la cabeza y reafirmarse. Te diré también que a través de las líneas de tu libro aprendí a conocerte mejor y a admirarte, que fue creciendo mi cariño hacia ti mientras leía y que si hubiéramos estado en la misma ciudad, hubiera corrido a darte un par de besos y abrazos en muchos momentos.

Ya sabes que soy terapeuta y que terapeuta significa buscar la verdad ¡y había tanta verdad en tu libro! En primer lugar una verdad doliente, escondida que pugnaba entre negaciones y tristezas, por abrirse paso; pero, también, una secreta y esencial verdad a la que nunca diste la espalda y que fue creciendo contigo desde niña hasta que al final pudiste encontrar y encarnar después de despojarte de todas esas máscaras y negaciones de ti misma que se te querían imponer desde el afuera, y resurgir cómo la mujer viva, valiente, amorosa, generosa, creativa y sensible qué ahora eres. Porque supiste despojarte de todos los engaños ajenos y propios, realizar ese viaje interior necesario y renacer de tus cenizas cómo la hermosa mujer y madre que eres por dentro y por fuera.
Te admiro desde lo más profundo de mí. ¡Ojalá todas las mujeres de nuestra generación contaran con tu coraje y pudieran y quisieran recorrer el camino que tu has realizado. Eres un ejemplo vivo, Lety. ¡Bravo, Lety! Cada día me siento más privilegiada de haberte conocido.

Y ahora que te has desnudado, que has podido gritarlo y transmitirlo, ahora que te has purificado, te diría que echaras a andar con paso firme por otros caminos: los de la vida plena y los de la escritura y la pintura que tan bien dominas, sin miedos y sin deseos apriorísticos de complacer a nadie salvo a ti misma; date ese regalo para gozar y divertirte y para transmitir así toda la vitalidad, fuerza, belleza, amor y poesía que te habitan.

Eres un torrente de vida, Lety, Y esa vida pugna por fluir por todos tus poros con la fuerza de un volcán: no lo frenes, Lety y déjate fluir; déjate fluir lúdicamente, alegremente; ¡canta, grita, vive, disfruta y transmite todo lo que quieras, todo lo que te haga feliz, todo lo que tenga para ti sentido, todas las gamas y colores que te adornan! Porque puedes, porque tienes el don de hacerlo y porque te has ganado con creces el derecho a gustarlo y expandirlo, a gustarte y a expandirte y a sentirte cómo esa hermosa mujer libre que eres. Y si lo haces, verás que será el mejor regalo que podrás aportarte a ti misma, a tus hijos, a tus amigos y al mundo. A mí, particularmente ya me lo has aportado.

Y me uno también a lo que te han dicho, fundamentalmente, Jean Georges —maravillosamente dicho— y Laura, junto a algunas de las cosas que te señala Gabi.

Y, bueno, decirte también que hagas todo cuanto puedas por publicarlo porque merece la pena que sea leído, principalmente, por mujeres de nuestra generación.

Te abrazo con toda la ternura de que soy capaz, hermanita, y me voy a la camita porque es muy tarde ya.

Te deseo un muy feliz domingo.

Carmen - Hannah
***
Creo haberles compartido mi búsqueda constante de la humildad, la valoro porque no forma parte mi bagaje, no está en mi ser natural. En mi marido he encontrado la verdadera humildad, por eso vivo de cara hacia él intentando aprender y aprehender.
Hoy subo esta carta de Hannah por dos razones, como un ejercicio en busca de la humildad, y porque mi gratitud sobrepasa mis denodados esfuerzos por alcanzar esa esquiva virtud. Esa que también Hannah posee. Ella que es grande, valora mi pequeñez, crece y hace crecer.
Acepto lo que dice Hannah, los límites y los engaños no venían sólo del exterior, para entenderlo, se hizo necesario ese terrible viaje interior. Es cierto también lo que ella dice, ahora que me he desnudado debo empezar a andar, dejar los miedos atrás.

Gracias por leerme, tú das razón de ser a este blog