domingo, octubre 30, 2005

ESTHER ...Serás lo que tu eres. No lo que sueño yo.

CAPITULO CINCO
ESTHER
Te transmito mi experiencia, no fardo, no molde,
serás lo que tú eres, no lo que sueño yo.
I
La casa de Esther es acogedora. Su recámara sigue siendo el lugar de reunión por excelencia. Cuando sus hijos eran niños, por lo menos un día de la semana, acostumbraban dormir con sus papás. Colocaban colchones y colchonetas en el piso y ocupaban toda superficie libre. A esas noches, jocosamente las llamaban día de plaza.
Para no faltar a la más estricta verdad, debemos decir que la anuencia más fácil de lograr para esos días de plaza era la del padre, siempre condescendiente con ellos.
La terraza en la azotea tiene un encanto especial. Ahí hubo, durante mucho tiempo, una mesa enorme que en algún momento fue el zaguán de una vieja casa. Esa mesa, rodeada por pesadas sillas de herrería (catorce en total) nos dice mucho acerca de la naturaleza de su hogar. Fue testigo de trabajos de grupo y sitio para celebrar meriendas de numerosos jóvenes que llegaban a la casa, atraídos, más por la condescendiente ausencia de la madre que por su presencia.
En otras casas eran estrechamente vigilados; en cambio, aquí, la confianza de Esther hacia sus hijos la trasladaba también a sus amigos. No acostumbraba asomarse a ver lo que estaban haciendo; le bastaba escuchar sus voces y su alegría para saber que las cosas se mantenían por buen cauce. Para ella todo era y sigue siendo, natural y transparente, Cuando eran más niños, llegaba al extremo de pedirles que la bendijeran antes de acostarse, porque ella tenía sueño y los muchachos (entonces en secundaria) continuaban su tarea solos.
Ya no está ahí la mesa. Conservarla sería extrañarlos mucho más —se dice Esther—.

jueves, octubre 27, 2005

A mi madre no le gustaba verme llorar por mi madrina

A mi madre no le gustaba verme llorar por mi madrina así que aprendí a llorar dormida y a despertar con la almohada mojada. No podía visitar a mis padrinos, lo tenía prohibido. Pero hasta ahí no tenía culpa que purgar.
Mi mamá le pidió ayuda a mi marido, en ese entonces mi novio, para alejarme de ellos y ahí sí, por atenderlo, la decisión fue mía. Dejé de verlos durante un año, aunque no de llorar. Incurrí en una falta que aborrezco: la ingratitud.
Hice realidad aquella aborrecida frase de mi infancia y fui cuervo que les saqué los ojos. En medio de mis sentimientos de culpa, comía por compulsión, subí de peso y me miré fea. Creí que era un castigo.
He actuado mal otras veces. He sido lo que no quiero ser. He tocado fondo y siempre fui indultada. La misericordia que mis faltas recibieron cuantas veces erré, no supe asimilarla. Fue carga enorme sobre mis hombros y la soberbia me convirtió en mi propia inquisidora una y otra vez. Seguía comiendo y cuanto más fea me veía, tontamente creía que mejor satisfacía mis culpas y pagaba por mis deseos.
Así que ahí está la llaga, premio-consolación-refugio-castigo; fue así como empecé a castigar mi cuerpo. Ya lo dije, haber sido ingrata no es lo único a reprocharme, pero fue ahí donde aprendí este tonto juego de castigarme a través de mi cuerpo y convertirme en prisionera. Así fue como me mantuve en tierra, dejé de volar. Me consolé comiendo sabrosamente lo que no debo, con tal exceso, que ahora mi salud está en juego. Buena manera tuve de castigar mis desaciertos, complicando mi salud y mi vida.
No todo es malo. Ya les dije que soy positiva, esta incapacidad física, debo reconocerlo, me estimuló en otros aspectos, y me hizo reflexiva y serena. Creo que esa es la imagen que proyecto y está en conjunción con mi nombre; consoladora. Por eso, me da tristeza mostrarles esta cara que también es mía. Aunque la persona que narro, no sea la que ven los que me aman, esta que pinto también soy yo.
Debo amarla para dejarla ir, aunque no sé hacia donde irá.
Para saberlo escribo.

domingo, octubre 23, 2005

Antes de la ruptura pude superar toda vivencia triste. Esa; No.


III
De regreso en su casa, Consuelo piensa en lo fácil que le resultó negarse a decir más a sus amigas. Sin embargo, nada fácil le resulta retomar ahora el hilo de sus pensamientos.La muda consigna opera en primer término para ella. Nada tan importante como revisar ese suicidio lento en el que incurre cada día, desde hace tantos años.El tiempo se le acaba, está consciente de ello.Se dirige ya sin demora al rincón que es su refugio y fortaleza, donde encuentra el alivio para sus males, enciende su computadora y escribe:Dije que había asimilado el dolor de la represión de mi infancia y es así, pero no cabe duda que continúo siendo escapista, nada de lo que escribí les permite entender el porqué he maltratado mi cuerpo, o transformado dolores psíquicos en físicos. Yo presentía una añeja decisión en contra de la cual luchaba sin poder deshacer ese entuerto. Al escribir lo hice como antídoto, buscando la manera de exorcizar esos demonios interiores que me llevaron a dañarme.Ahora reconozco la verdad: Allá en mi fuero interno sabía que no debía escapar de los límites que decisiones tomadas en libertad me impusieron, pero la tentación de volar estaba ahí al alcance de mi mano. Nada más consentirlo, qué fácil me hubiera resultado lanzarme sin mirar atrás. Y fue entonces cuando del inconsciente brotó la solución. Feliz conmigo misma, era como el ave macho que gusta de exhibir su plumaje y tiende alas al viento para pavonearse orgulloso. Un cuerpo lastimado, hería mi dignidad, me doblaba las alas. Mejor mi cuerpo herido antes que dañar a otros con mi huída.No es que esto fuera bueno. Sólo estoy dejando salir lo que ocurrió.Pero hubo un inicio para esta actitud. Creo que algo en mí se rompió cuando terminó de tan mala manera la relación entre mis padres y padrinos, yo los amaba, a todos por igual. Recién comprendía todo el bien que les debía a mi madrina y a mi padre y había perdonado su dureza. Sabía que ella me amó. Estaba por cumplir diecisiete años.
Antes de esa ruptura pude superar toda vivencia triste. Esa; No.

jueves, octubre 20, 2005

Fue ella, mi madrina, quien mantuvo vivo el recuerdo de la madre ausente


Cuando Antonia coloca sus hojas sobre la mesa, les dice Consuelo:
—Antes de que me digan nada, quisiera pedirles que no centraran su atención en mi madrina, sé que fue duro lo que escribí, también veraz, pero debo decirles que para mí lo difícil fue compartirlo con ustedes, nunca creí hacerlo. Sí, estaba ahí esa queja escondida en contra de ella, pero no me paralizó. Ustedes saben cuanto la amo y admiro.
Es cierto que me lastimó en muchas ocasiones. Sin embargo para limpiar su imagen baste decir en su descargo, cómo se dio a la tarea, de mantener viva a la madre ausente, en esos corazones puestos a su cuidado.
Cómo fue ella, quien nos enseñó a decir buenos días cada mañana, ante una foto de boda de mis padres, que colocó para ese fin en nuestra habitacíón y confesar también, cómo doblegaba la pereza natural de la infancia, al obligarnos a escribir una carta cada sábado y cómo cuidaba además, que cada uno le diera una noticia distinta, para que mi madre disfrutara cada carta y no recibiera seis copias de la misma. Sólo por eso, les aseguro que todo lo demás, está asimilado.
En lo malo, se que tanto ella como mi padre repetían el esquema de educación que recibieron. Así que a pesar de lo dicho, no guardo ningún resentimiento en contra de ellos, Creo que los dos hicieron lo mejor que pudieron.
Por eso, sin faltar a la verdad, puedo decir que mi infancia fue dichosa. Es cierto que esperaba con ansiedad las vacaciones, pero también deseaba el retorno a esa casa de pisos húmedos y brillantes que siempre me hizo sentir segura.
Además tenía a mis hermanos; la convivencia con ellos mitigó toda tristeza y me estimuló la imaginación.
Lo que en verdad fue difícil compartirles, no se relaciona con los hechos de los demás sino con los propios.
Descubrir que no me conocía me impactó.
Escribía y no me daba cuenta que soy tan capaz, como el mejor manipulador.
He cercado mi cuerpo con un foso sin tenderle puentes. Le he negado todo lo que me pedía y ahora le pago tributo.
Se que desearían preguntarme o exigirme claridad, y tendrían razón, hay más que debo decirles; porque guardo mucho. Dije que deseaba abrirles mi corazón por la puerta que quisieran, pero hoy, les he confiado cuanto pude. Necesito seguir ahondando a solas; ¿podrían no preguntarme más?—.
Todas quedan sumidas en sus pensamientos.
Los de Esther fueron herméticos, ahora rompe el silencio y pide ser la próxima sin que nadie objete.
Al concluir Consuelo su exposición sin dar opción a preguntas, les ha impuesto una consigna y como si esta fuera la señal para marcharse, salen del Morgan.
***
Ya te conté que estoy tomando un curso de “Arte y Diseño del Blog Literario” con don Jorge Jiménez Gómez de Letralia. Él me está brindando recursos para embellecer tu casa; también para aprovechar, con responsabilidad, la riqueza de otros blogs.
Hay uno tan especial, que quiero compartirlo contigo.
Su nombre: Poéticas Reunidas.
Su contenido y definición: Los poetas nos explican a través de sus versos, lo que es la poesía para ellos.

Yo aún no sé cuando logro un poema, imagina cuanta riqueza encuentro en este. Es así como, me permito, con el debido reconocimiento a su fuente, extraer como epígrafe para la confesión que nos dejó Consuelo en Esto que escribo es terrible, un pequeño extracto de ese Blog que tanto admiro:

"¡Bien te vaya, ladrón, con lo que le robas a tu dolor y a tus amores! ¡A ver qué imagen haces de ti mismo con los pedazos que recoges de tu sombra!
El mexicano Jaime Sabines (1926-1999) describe la pasión amorosa y se interroga sobre la vida y la muerte a través de un lenguaje directo, cotidiano, lleno de tensión emocional. El poema seleccionado está tomado de Nuevo recuento de poemas (1980)."
http://poeticas.acelblog.com/dentro-de-poco-vas-a-ofrecer-de-jaime-sabines.html
Como ves este epígrafe viene a ser un paliativo al dolor de nuestra des-consolada amiga Consuelo. Lo que ella hizo:

¡¡Lo hacen los poetas!!

domingo, octubre 16, 2005

Lean en silencio, después les abriré mi corazón

II
Consuelo llega al Morgan temprano. Coloca copias de lo que escribió ante cada silla y se acomoda en la propia, porque necesita serenarse y releer lo escrito.
La niña del cuadro, la mira, sonríe y murmura tan bajo que Consuelo no la oye:
—No te diste cuenta de mi travesura Consuelo, ni siquiera sabes que fui tu mano derecha. Sé que estás metida en tu mundo, pero el gusto de escribir contigo no me lo quita nadie—.
Consuelo no parece escuchar a la niña, sólo alza la cabeza para saludar a Graciela que llega en ese momento.
— ¿Qué crees?— le dice —sólo traje unas cuantas cuartillas, escribiste mucho más tú. Además no las voy a leer, quiero que lo haga cada una de ustedes lea en silencio. Después, quisiera abrirles mi corazón, por la puerta que deseen, aunque aún no sé si podré hacerlo—.
—Está bien, como quieras Consuelo. Ya aprendí que la tarea es difícil — responde Graciela. —Yo sentí que me escarbaba las entrañas y no me fue nada fácil—.
A las hojas añadió Consuelo una tarjeta donde con su letra pequeñita y apretada les pide lo que ya anticipó a Graciela, leer en silencio. Un detalle que es signo de su carácter.Así, cuándo llegan las otras, sin más preámbulo, inician su lectura.
Conforme avanza en ella, María, su amiga desde la escuela primaria, se entristece al pensar en las vivencias de Consuelo. —Claro que éramos unas niñas— se dice, —pero no puedo evitar reprocharme: ¿por qué no percibí su dolor? Me tocó compartir la prodigalidad de Consuelo que a todas convidaba del dinero que su madre le dejaba cuando venía a verla y fui testigo de la educación espartana que recibía. Antes me preguntaba: ¿De dónde sacó su sensibilidad? Hoy lo sé, reprimió su ternura, y ahora fluye en sus escritos. De todas, ella era la única que escribía. Creo que precisamente porque sufrió esa dualidad en su formación resultó enriquecida.
La llevó a elegir ser positiva.
Ella dice que lo que escribió es terrible, yo pienso que lo terrible es confiarlo; y por hacerlo, ahora la quiero más—.

Qué horror! —piensa Carmen— Si me lo hubieran hecho a mí, no hubieran salido tan bien librados. Definitivamente esos comentarios son para ocasionarle un trauma a un niño. Cómo puede ser tan suave Consuelo. En su caso yo me habría endurecido mucho más de lo que estoy.
Mi enojo con mi madre tiene otras causas. Ella fue buena conmigo cuando era niña. Los problemas vinieron después, y no obstante estoy tan molesta. Pero lo de Consuelo es un verdadero horror en verdad. ¿Como pudo su madrina decirle todas esas cosas?
Graciela que ha leído de un tirón todas las hojas, queda con la cabeza levantada, mirando al cuadro y pensando: Consuelo ha de haber sido capaz de escaparse volando, como esa niña que me guiña el ojo y parece querer irse del cuadro. Pero, cómo no, con tantas cosas que vivió. No entiendo nada, nunca me había enterado de que la trataran mal, por el contrario, escribe y habla muy bonito de ellos. Siempre he sabido que la madrina era una verdadera dama y que le debe gran parte de lo que es. Sin embargo, ahí estaba ese dolor oculto y hoy lo ha dejado salir. Debe ser que encontró la suma de todos sus dolores, como yo la suma de mis olvidos.
Una tras otra depositan sus hojas sobre la mesa, con excepción de Antonia, quien sigue sosteniéndolas en la mano derecha mientras piensa: Me resulta curioso darme cuenta de que yo también tengo esa manía, ¿será que he visto a Consuelo tantas veces que me ha contagiado?
En verdad creo que el contacto físico es indispensable para sentirse amado. Quién diría, que con mi fama de fría y práctica, comparto esta debilidad de Consuelo.
Nadie, estoy segura de ello.

jueves, octubre 13, 2005

Esto que escribo es terrible...

Cuando dije que había actitudes adultas que no me gustaban, no dije cuales, lo digo ahora.
No soportaba verlos torcer la información, aprovechar los acontecimientos para distanciarse, agredirse, o para tener el control. Pronto aprendí como se llama quien actúa de esa manera.
Viví creyendo que no me gusta la manipulación y ahora, mientras escribo, me doy cuenta de que he vivido manipulándome.
Me he creado una cárcel interior. Asimilo el dolor, para transformarlo, en triste moneda para fluir por la única vía de escape que me permito.
Al escribir esto, Consuelo Se inclina hacia atrás en el asiento, deja su computadora encendida, y se queda inmóvil. No necesita tocarse, sólo reflexionar.
Lo que estoy escribiendo es terrible... ¿me atreveré a compartirlo?
Deseo decirles más, pero necesito tiempo; he sido cobarde demasiadas veces...
Esta vez me dará valor el ejemplo de Graciela. No hubiera creído que se atreviera a escribir lo que escribió, ni me siento capaz de mostrar esto que escribo yo.
Así que antes de que mi escapista me domine, guardo y archivo. Ya tendré tiempo para arrepentirme después.
Deja caer en abandono sus manos y mira la derecha.
Esta mano que ha acercado en diferentes ocasiones a su rostro para acariciarlo mientras meditaba o dudaba acerca de una frase.
Ahora la siente ajena, como dotada de vida propia. Su mano fue el corredor que se lanza a la pista sin escuchar el disparo de salida.

domingo, octubre 09, 2005

Cuando el dolor me azota fluyo

¿Qué era lo me hacía volver? Tal vez el deseo de compartir mis experiencias; tal vez la oportunidad de inventar. Pobres de mis amigas, cuando se los contaba, era más cuento que cuando lo viví. Por eso escribo ahora. Creo que tengo capacidad para decir, pero una capacidad virgen, inculta, como un territorio inexplorado.
Bien sé que tampoco tengo mucho que decir.
Tal parece que estuviera hablando incongruencias, pero no lo son, lo que me pasa es que me siento atada en una silla. Quiero decir, pero ¿qué? si no he vivido. Si mi vida ha sido rutinaria, si no me interesa expresar la realidad social.
Confieso mi ignorancia y mi limitación.
Me interesa el individuo en sí mismo. No yo como individuo, sino el individuo en general; Pero de uno en uno. No como ser social.
Me interesa su profundidad, su capacidad de internarse, devanarse en capas, elevarse sobre sí mismo. Dejar salir su potencial.
Me doy cuenta que el dolor ha sido importante en mi vida. Incluso este dolor físico que me agobia ahora y del cual no puedo hacer responsable a nadie. Las enfermedades también son psicosomáticas. Yo soy mi arquitecto.
Cuando el dolor me azota; fluyo y me salvo a través de lo escrito.

jueves, octubre 06, 2005

Aprendí a vivir en dos mundos

Aprendí a vivir en dos mundos y creí elegir lo mejor de los dos.
Me situaba a observar desde una distancia, imaginaria o no, a los adultos que esporádicamente invadían mi campo de visión. A cada uno le reconocí cualidades y defectos. Recuerdo muy bien haber pensado: (Esto que hace, no lo voy a hacer. Aquello sí.)
Cuando no estaba a gusto en una o en otra casa, me bastaba elevar los hombros en un gesto de inconformidad para decir: —Qué me importa, al cabo que no siempre vivo aquí, ya me voy a regresar para mi casa—.
Me llevé muchos manazos por rezongona. Hoy podría sucederme otra vez (y qué me importa) sigo siendo igual. Si mi corazón no está a gusto en un lugar, vuela hacia otro, aunque el cuerpo quede anclado.
Por eso la magia.
Para mí, las noches la tenían. Mi ventana, silueteada por las macetas, se convertía en puerta por la que entraban, a través de las sombras, dragones, espadachines y campeones. A veces me encontraban desprotegida y les temía, pero otras no. Eran mis compañeros y amigos.
Dormir con mis hermanos también era grato, teníamos tanto de que hablar... Pero a los diez años eso se acabó. Era una señorita y debía tener un cuarto para mí sola. La nueva habitación no tenía ventanas, ni plantas que proyectaran sombras. Necesitaba compensar mis pérdidas, así que empecé a volar.
En el sueño viajaba, no sin antes cerciorarme de que podía trasladarme a voluntad. Era extraño verme acostada en la cama y al mismo tiempo afuera, divertidos los primeros intentos de moverme dentro del cuarto, encogiendo las rodillas para impulsarme desde los ángulos de la pared. Podía colgar primero de la lámpara y atravesar después el techo sin dificultad.
¿Como explicar la sensación de libertad?
Ese vacío en el estómago producto de la velocidad y esa plenitud del espíritu que ahora entiendo como la capacidad de crearme un espacio propio.

lunes, octubre 03, 2005

hablando de mí decía: Esta niña por floja no es traviesa

Mis recuerdos están deshilvanados.
Para ubicarme en el tiempo, me servirían todas las frases escuchadas a través de mi infancia: “Cuando naciste eras muy fea, tenías unos pelos horrorosos... tuve que cortártelos y ponerte aretes para que pudiera verte tu papá” o esta otra: “Cuando los llevaba de paseo, la gente se acercaba a tu hermano para acariciarlo, era precioso. Tenía el pelo rubio y rizado. Al verte siempre me preguntaban: ¿pero qué, los dos son hermanitos?”; o también: “su padre me ha dicho que si no se portan bien, puedo convertirlos en zaleas. Cuando llegue, le mostraré los clavos y le diré: —Ahí está colgada Consuelo, y en cada uno de estos clavos, sus hermanos—.” Por supuesto que a temprana edad investigué lo que quería decir zalea, sin que esto sirviera para tranquilizarme.
Aquí tengo otra frase que escuché ya más grandecita: “Bien me lo decían, cría cuervos que a no dudar, te sacarán los ojos”. Esto último lo decía mi madrina refiriéndose al hecho, obvio por demás, de que no era nuestra madre y se había entregado a la tarea de cuidarnos. Nosotros según decía éramos unos ingratos. No estaba tan equivocada, así llegué a sentirme después.
Ya jovencita, cuando daba vueltas cerca de la verja de la entrada, esperando que algún amigo se acercara a la casa con el afán de verme, quería morirme cuando la escuchaba decir: “Ya estás ahí dando vueltas, ¿qué es lo que esperas? Pareces toro en brama.”
Hablando de mí la oía decir: “…esta niña por floja no es traviesa, donde la dejes vas a encontrarla…” o me decía: “…desde que naciste vi que tenías las piernas cortas, ya supe que ibas a ser chaparra” estos últimos comentarios me hacían sentir que mi destino estaba desde siempre sellado. Que yo no tenía capacidad de cambiar las circunstancias de mi vida.
Estoy consciente de estarla mostrando bajo un aspecto horrible; pero hablo la verdad y no puedo alterarla en su beneficio. Como tampoco puedo dejar de reconocer que, andando el tiempo, la mujer en la que me convertí pudo asimilar lo que me lastimó para reconocer sus virtudes. Existieron y eran muchas. Soy en gran parte producto de su hechura y no busco denigrar su imagen, sólo poner en claro mis vivencias. De mi papá sólo diré que era tan duro o más que ella.
Creo que fue en esos tiempos cuando me volví escapista, pero también positiva.
No vivía con mis papás; Pero en lugar de tener sólo dos padres, como todos los niños; Decidí que tenía cuatro.
***
Vuelvo a la idea inicial de los post más cortos. Así que este lo subdividí en dos para no abusar de tu tiempo. Para leer las primeras palabras de Consuelo, tendrías que ir al anterior. Eso sólo si quieres hacerlo. También abrí en su totalidad los comentarios. Quiero conocerlos, si es que alguien más me acompaña en este caminar. Este corazón está abierto.

domingo, octubre 02, 2005

Consuelo: Me fortalecí cuando creí esconderme

CAPITULO CUATRO
CONSUELO
Replegada hasta el último reducto de la espiral,
me fortalecí, cuándo creí esconderme
I
Consuelo está en su casa.
Dispuesta a escribir, se sienta en su escritorio y enciende la computadora. En el rincón de sus delicias no falta ninguna de las cosas que para ella son preciadas.
El Cristo negro clavado en la pared inclina de tal manera la cabeza, que sus ojos tristes la traspasan. Su mirada contrasta con la alegría que sus hijos le transmiten desde la fotografía que tiene amorosamente colocada sobre el escritorio. Ella, apoya la barbilla sobre la mano derecha y se queda quieta. Siempre le ha gustado escribir; lo hace con facilidad, pero esta vez, tal es su quietud, que parece que no tuviera nada que decir. El calor de su mano la conforta, la mueve ahora deslizándola suavemente hacia la frente, mientras abre un documento y empieza a escribir, siguiendo el hilo de sus pensamientos:
— ¿Por qué razón debo tocarme para ponerme en marcha? ¿Habré sido una niña poco amada?
Hasta donde recuerdo, mi madre fue complaciente conmigo. Era fácil obtener de ella cuanto quería. Bastaba un mohín de enfado para que otorgara algo que había negado un momento antes. Pobre, debe haber sido esa la forma que encontró para compensar su ausencia en nuestra niñez.
Pasé más tiempo con mi madrina que con ella. Mi padre venía con frecuencia y mi madrina le guardaba una lista de quejas. Al resolverlas, cómo se parecían los dos. No sé a quién o a qué le temía más.
Los golpes dolían en el momento; las palabras me seguían doliendo mucho tiempo después.
***
Para no dejar "hacer" y hablar sólo a mis mujeres, les ayudo a subir sus fotografías, con mayor gusto la de esos cuatro "retoños". Además hoy tengo algo que decirles. Ayer me enteré de que tengo lectores silenciosos, bueno no seré presumida, diré que al menos una: mi querida amiga MariaNela Tortós, excelente poeta de Costa Rica, a quien le dejo aquí besos y abrazos. Tengo otra invitación especial que hacerles. Descubrí un hermoso "garbanzo de a libra" paseando en la blogósfera ¿así se dice? y no puedo quedármelo para mi sola, ni esperar a que lo encuentren, así que les comparto su dirección, es el silencio de los peces sus palabras, sus poemas y sus imágenes son bellísimas y está estrenando un lugar para comentarios. Creo que les gustará su casa y también ella: Larvita.

Gracias por leerme, tú das razón de ser a este blog