lunes, enero 30, 2006

Estas cartas, como el amor, y la palabra, son para compartirse







Lety, yo entiendo tus soledades y tus inquietudes y tus ansiedades en lo que respecta a los temas literarios. Los entiendo porque también los sufro. Son características comunes a todo aquel que se ha educado, que ha vivido y que ha sufrido dentro de una cultura ancestral estructurada por y para los hombres.

Antes (en mi prehistoria matrimonial) cuando mi esposo sentenciaba socarronamente esta es una película para mujeres yo solía sentirme discriminada, menospreciada en mi inteligencia o algo así. Ahora lo asumo. Porque es así, porque él tiene razón.
No porque crea que exista una literatura femenina y otra masculina. Estimo que hay buena y mala literatura y que esa literatura puede ser escrita por hombres y por mujeres. Pero no debo ignorar que si existen temáticas representativas, temáticas que exigen diversos lenguajes, diferentes maneras de ver la vida, distintas formas de de bucear en el interior de nosotros mismos... Y ahí es donde surgen los relatos femeninos ... con características propias ... y con las cuales nos sentimos identificadas ...
Mi gran amigo Miguel Ángel Gavilán, en su último ensayo publicado (Los párpados y el asombro) dice que Hay obras literarias y escritores que ayudan y enseñan a vivir. Estas obras y estos nombres llegan a nuestras manos de las maneras más caprichosas... Voces como conjuros. Surgen ni bien nos distraemos y ya están en uno como una casualidad beneficiosa, como un beso de Dios. Piensa que la obra que estamos analizando es una de ellas. Porque, en definitiva, Entre caracoles puede ser una novela corta, un cuento largo, un viaje interior... tu deja que la gente que sabe (tan amiga de catalogar, de viviseccionar y de encuadrar) le entregue la categoría que quiera, permítele que provoque debates con su extensión.
Tú y yo sabemos que eso no tiene importancia. Que lo único verdaderamente valioso es que cualquier lector/a inocente de este texto (aun en estado puro, silvestre, intuitivo) pueda sentirse conjurado/a, identificado/a, conmovido/a... Que la obligación que tienes como autora es la de esta atención privativa que le estás brindando porque has asumido el compromiso de producir una producción textual arquitectónicamente diagramada para transportar el mensaje hacia sus potenciales receptores.
Y termino con las palabras de mi joven amigo Miguelo: Las obras literarias nunca llegan a destiempo...suelen hacerse presentes en el tiempo exacto, cuanto más las necesitamos... es en la edad de captar sus hechizos cuando el lector puede valorar lo que de ellas es valorable, rescatar esos silencios o esas preguntas o esos enunciados que hacen falta para la vida, que espantan los miedos o los explican.
Lee ahora las cartas de tus lectores y reflexiona acerca de los cuestionamientos que planteas al final de tu carta. Tú tienes las respuestas, mi querida. Y lo sabes.Besos, Norma

***

No creo que compartirles esta carta de Norma, gran poeta y amiga, sea torpedearles o aburrirlos con cartas, pienso que ustedes la disfrutarán como yo. De esta manera quiero agradecer su respuesta a mi petición y mostrarles cuanto valoro las que hasta ahora he recibido y cómo atesoraré las de ustedes mis amigos.

Y que conste que no se trata de una petición de aplausos, por el contrario tengo mi cabeza inclinada para recibir con amor lo que ustedes quieran enseñarme, porque hombres y mujeres compartimos el amor por la palabra.

Mi esposo que no escribe, me acompaña ahora en la aventura de ir en pos de la palabra. Este amoroso instante lo vivmos en este fin de semana cuando fuimos tras Raquel Olvera, mi amada maestra, a Chignahuapan, el lugar de El Noveno Rio

miércoles, enero 25, 2006

Una carta que me da lugar a entregarles esta imagen


Mi muy, muy querida Lety:
Para mi siempre es igual, el tiempo y este extraño mundo en donde vivo cautiva, tan simple y compleja como un personaje de ENTRE CARACOLES, hoy decidí quedarme en casa, para revisar mis correos y poner un poco en orden las ideas, que ya sabes, revolotean en los rincones de la mente y el corazón, así me encuentro a mis amigas y amigos muy queridos, y en primera fila estas tú, busco tu foto en el arquito transparente, bordado de flores naturales que custodian la imagen de una Mujer justo en la espiral de una escalera con su bastón, y el poder de su amor impersonal, y eres un poco Graciela y un poco Antonia, un mucho Consuelo, otro tanto María, un algo de Carmen, y desde luego la niña que en el fondo de mi mente me sigue haciendo un guiño.
Ah Lety, queridísima amiga, no he terminado la nueva versión de Entre Caracoles. Mira que son las dos de la tarde y los sartenes en la cocina me reclaman, pero con que alegría, los dejo hoy a la mañana.
Me asombra ese tesón tuyo, esa manía de trabajo, que mas que manía es ya disciplina, y desde luego asombro no es la palabra correcta, porque mas que eso, es tu decisión, tu empuje, esa curiosidad que acompaña a los solitarios escritores y poetas para descifrar descubrir señalar abordar las rarezas del Ser humano, porque eso es la literatura Lety, descubrirte y mover el tapete, como toda obra de arte genuina, este trabajo tuyo me habla de esa resistencia, del tesón admirable de aquella que quiere realmente seguir en el arduo camino de las letras, y digo aquella con toda intención, puesto que la mujer, siempre tendrá doble tarea, por el solo hecho de ser mujer, cosa esta, muchas veces olvidada intencionalmente, en nuestras culturas y actualidades, como el papá de Graciela, tu primer personaje, que por "amor" paterno desde luego, obligaba a esta a depositar su sueldo en su cuenta, y por causa de la prima, "no la dejaba enseñar SUS calzones", hay muchas cosas sustanciales en tu novela Lety, que pueden advertirse, bajo el velo de tu pluma, dulce y llena de poesía.
Perdóname que no pueda ahondar ahora mas en ello, solo he leído las primera 50 paginas, y como la primera vez me ha gustado, sobre todo por esas denuncias, vividas y sabidas pero aun calladas, y si, creo que Antonia tiene razón, la literatura nos salva, al menos del Psiquiatra. Amiga querida, perdona este periódico., pero contigo enfrente, y después de tu hermosa carta, y la lectura de los primeros capítulos de Entre Caracoles, me ha motivado tanto.
Con un abrazo, muy largo y toda mi ternura. Amigas para siempre. P.D. prometo hacerte llegar mis impresiones solo con la licencia de ser Mujer.
María Dolores
***
Esta carta de Maria Dolores me abrió la puerta para subir esta imagen que también aparece al final de EntreCaracoles.
Me da también la posibilidad de contarles mi intención de publicar como epílogo una serie de cartas que he recibido en diferentes circunstancias, después de su lectura.
Y también para decirles que me sentiría ¡¡feliz!! si alguno de ustedes me regalara también una carta.

domingo, enero 22, 2006

El narrador

II

¿Y yo... en dónde quedo?
¿De dónde mi relación? ¿Cómo pude narrarlas?
Siento que también formo parte de ellas aunque no soy otra ella. Sé que han tenido la misma sospecha.
Cuando a una le pasó por la mente que dentro de sí pudieran ser “nosotros”, la impresión fue superlativa, soltó la pluma y no volvió a tomarla en varios meses. Todo por haber escuchado:
¿Nos distingues?/ No te sientas a salvo/ Ni distinta/ Eres una en nosotras/ ¿quieres jugar, te atreves?/ Ahí te va/ Debes decir nosotros.
Yo también quiero hablar y espero que tú desees escucharme.
Ellas creen haberlo dicho todo y no lo hicieron. Mucho hay por decir, y estoy dispuesto a hacerlo, porque decir libera y yo necesito liberarme para poder unirme a ellas.
Ellas necesitan la reciedumbre varonil que yo les he aportado. Sin mi fuerza, ninguna habría sobrevivido.
Aunque esto no lo hicieron mal, se los concedo, la forma que idearon para la empresa era imposible. Quise decirlo desde el principio pero no me escucharon. Por regla general puedo dominar a dos o tres. A todas juntas, no.
Estaban engolosinadas con la idea de escribir y describirse. Pero es tanto lo que se quedó en el tintero que yo también, como ellas, debo organizar mis pensamientos para poder narrarlas.
No me gusta desperdiciar palabras, ni mi tiempo ni el tuyo. Es preciso evaluar los resultados que alcanzaron para partir desde ahí:
Ahora ya se reconocen distintas, aunque no hayan podido dilucidar sus diferencias. Sólo al final hablaron de su rivalidad entre sí, del deseo de usurparse el lugar. Pero ninguna fue con la otra sarcástica o hiriente, y yo las he visto serlo. No establecieron el predominio “que en toda sociedad existe y, además, es necesario”.
Ser fuente de su fuerza me ha permitido asomarme a sus vidas. Nada ha quedado libre de mi acceso. No solo opino y decido, también leo su correspondencia. Y esto me hace recordar una carta que recientemente les envió una joven talentosa (cuyo nombre citaría si ella lo permitiera, para no plagiar su contenido) y parte de la cual transcribo, precisamente porque viene a cuento:
“...A veces mi respiración es la de un felino persiguiendo a su presa, a veces la de una paloma aprisionada, y otra más, la de una vaca serena. Jejeje, me causa risa esto de la vaca, me gustan las vacas, se les ve en su rostro tanta ecuanimidad.
En fin, lo que quiero decir es que mis respiraciones son distintas y a veces hay más de una en mí: una en mi sexo, otra en mi espíritu y otra en mi mente.
Esto me recuerda un cuento de José Saramago en su libro Casi un Objeto – ¿le conoces?–, en donde narra la historia de un centauro (cabeza y pecho de hombre con el cuerpo de un caballo) de edad milenaria, cuyo mayor conflicto es que no han podido convivir en plenitud el ritmo del hombre con el ritmo del animal, a no ser mediante un gran esfuerzo mental por parte del hombre.
La historia se ubica, me parece, a principios del siglo XX, el centauro tiene ya varios miles de años y es el último de su especie. Durante todo el tiempo de su existencia se le ha considerado de las formas más disímiles imaginables, desde un ser divino, hasta el producto de la unión de seres malignos.
Cuando el cuerpo del caballo se excita por el apareamiento o por el deseo de trotar por los campos, el pecho del hombre se sacude, tiene la necesidad de separar su respiración de la del caballo, de ser sólo él…
En fin, que lo que te había dicho anteriormente me recuerda este cuento, de los mejores que he leído en mi vida; el final, el final es realmente sorprendente, cuando lo leí fue inevitable llorar.
Otro cuento, este de Italo Calvino –El Vizconde demediado– habla de la división interna, del carácter incompleto del hombre y del afortunado padecerlo en uno mismo, pues así se ve la real dimensión de las cosas, aunque el riesgo es que deseemos que todo sea a nuestra imagen y semejanza, es decir, incompleto...”
Después de esta lectura se te facilitará entender que esto sucede. En el ser humano, están implícitos los conflictos que el ser nosotros plantea y comprenderás en nuestro caso, la necesidad que tenemos de continuar con este empeño de unificación, hasta que nos escuches exclamar que somos uno.
Así que es necesario seguir viviendo este proceso, porque a nosotros nos gusta correr riesgos y alcanzar lo imposible.
Si no fuera así, no nos hubiéramos metido en este afortunado lío.
¿Que cuándo escribiré?
Pues no se, porque la vida es constante movimiento y no podré retratarla, porque nunca se detiene.

jueves, enero 19, 2006

Escribo. No importa que la palabra flagele

La mujer la mira a la niña y su mirada se dulcifica; frunce los labios en el ligero mohín de una sonrisa, y mueve suavemente la cabeza mientras se dice:
Aunque Entre Caracoles fue el origen de todo. ¿Quién me iba a decir que serías tú quien me forzara a hablar?
Te imaginé entre las ramas y así surgió, en esta fugaz vislumbre lo que ha quedado plasmado a manera de Exégesis. Esta es una palabra que recién conozco, y me vino a la mente ahora, cuando intentaba iniciar esta página.
Surgió con la misma gratuidad con la que fluyen mis poemas. No sé si este ejercicio pretendió explicarlos, o si son los poemas los que habrán de explicar lo que hoy escribo. Sólo sé que están irremediablemente atados. Ellas hablaron. Yo quiero decir y que la voz responda.
Escribo para reconocerme; para habitarme; para mover mis límites. Escribo para agradecer esta mi rutinaria vida, que gira en espacios físicos limitados y crece al interior, desorbitadamente. Escribo también para recuperar el ritmo y dejar de rumiar.
Escribo. No importa que la palabra, preciso bisturí, flagele o me haga exclamar:
Porque yo así lo quise; estoy desamparada... Las palabras que he escrito han sido responsables de mostrarme desnuda ante los ojos duros de quien no me comprende. Quien usa la palabra deja de ser su dueño; se convierte en esclavo, lo expone a la mirada ajena. Ay, si pudiera expresarme en la pintura. Extender sentimientos en colores, esconder palabras tras imágenes; comunicarme y resguardarme. Tal vez no me sintiera así, tan triste, tan expuesta... tan sola.
Retoma de su regazo el cuaderno que contiene Fragmentos de Caracol, ese escrito en prosa del cual leyó breves fragmentos durante el recital y lo revisa.
Aunque el manuscrito está incompleto, sabe que ha servido para sus fines. Ahora se reconoce, se sabe única. Dice adiós a las otras mujeres, en tanto que se inclina sobre la mesa, toma la pluma y con rapidez escribe, mientras para sí misma, lee los signos que la mano traza vigorosa sobre la hoja:
No hay fuerza en el pasado que pueda turbar,
el caudal de mis aguas este día.

No alcanza a diluirse el eco de ese verso, o a retirarse la mano del papel, cuando irrumpe una nueva voz.
Es Zarah quien dice:
No es justo. No te lo voy a permitir. No puedes cerrar así, sin haberlo dicho todo.
Para ti resulta fácil dejar las cosas en el aire. Pretender que el tiempo se ha escapado. Decir que prefieres la pintura a la palabra, o hablar del caudal de tus aguas este día.
Pero es distinto hablar por mí a permitirme hablar. A eso no te atreviste.
Ni siquiera me diste un nombre y por eso, pensaste en la pintura como el medio para dejarme sin palabras. Ya no más.
Por fin estoy afuera. He saltado los sellos; Voy a salir y hay algo que me alienta.
En nuestra diversidad, las diferencias no son todas a tu favor.
Tú hablas del deseo de pintar y yo pinto. Cuando has escrito, lo hicimos juntas.
Fue mi voz quien te dijo:
Quiero una oportunidad para vivir mi vida. Que no me sigas maniatando. Quiero tardes serenas. No sólo tardes locas de sentimientos contenidos. Quiero ver una puesta de sol contigo. Que me dejes hablarte, pintar desnudos, aprender francés y sorprenderte tocando la guitarra, sin que supieras, la aprendí de oídas.
Pero basta ya de bordar sobre bordado. Graciela, Aurora, Esther, Carmen, Antonia y María surgieron para tratar de explicarnos. Eres una en nosotras.
¿O es más exacto decir nosotros? No lo se. Pero yo no soy ellas. Tú y yo sí que somos uno. Eso te queda claro, ¿verdad?
Ahora estamos juntas y te aguantas. Tu tienes el presente, pero yo puedo ser el futuro.
A través de mí vas a tener todo lo que te has negado. Ya no debes tener miedo a tu sexualidad, a tu pasión por la vida, a tus ansias de probar.
Quisiste cerrar las alas. Peor aún, pretendiste amputarlas. Pero siguen ahí, plegadas, pero están. Yo te invito a volar; la decisión es tuya.
A ti que nos lees, también te invito. Volemos pues es tiempo.
¿Vienen?

domingo, enero 15, 2006

En el cuadro donde estuvieron la mujer y la niña, sólo queda un vacío

La escena anterior, el desahogo ha tenido lugar ante los ojos de la niña del cuadro, que participa de ella casi sin parpadear, tan afectada, que ya no puede contenerse.
Interrumpe el monólogo sin que ahora le aflija que Antonia la vea, ni las consecuencias de lo que hace, se asoma desde el cuadro y le grita:
Antonia, ¿no te das cuenta? Estás hablando por María y como María.
¡Cómo!
Se supone que la de la magia soy yo—.
Luego, casi apaga su voz y continúa:
Ay, quisiera ayudarte, pero no puedo, no sabría como, además, lo que tenga que ser será, ya es el tiempo…—
Antonia esta vez si la escucha, pero no responde, confundida como está, ante la voz de María; el grito de la niña; y ahora el silencio:
No entiendo nada. Tengo que pensar... ¡Todo es tan confuso...!—
Se dice y repite en voz alta
—¿Desde dónde me hablaste, María? ¿Dónde están todas ¿Qué pasa con ustedes, que pasa con nosotras? pero sobre todo ¿Quien soy yo, que me sucede? ¿Es que acaso estoy loca?—.
Incapaz de levantarse, se queda sentada a la mesa.
Su actitud es de total desamparo, parece disminuir incluso de estatura.
Se pierde en abstracción. En total recogimiento, reclina la frente sobre las manos y cierra los ojos…
La voz de la niña y el eco de la otra voz, redimensionan el instante, abren la puerta a una mujer que, se reconoce distinta.
Abre entonces los ojos, eleva el rostro y escudriña el entorno en busca de presencias. María no habló. Ninguna hay. Ninguna es real. No volverán. Graciela, Consuelo, Esther, Carmen, María y la misma Antonia se han esfumado.
Sólo ella es.
Se sabe viva.
Se percibe única. ¿Pero de que le sirve; Si no se reconoce?
Tiene la boca fruncida en un pequeño mohín indefinible. Su gesto inquiere. Una de sus manos está posada en el cuaderno que anida en su regazo, la otra, distraída, toca el dije en su cuello.
En ese instante el caracol de Murano cristal, estalla en luz.
Bajo la mesa; los pies desnudos.
Arriba en la pared; el cuadro.
Donde estuvieron la mujer y la niña nada hay.
Sólo queda un vacío.
CAPITULO VIII
EN BUSCA DE CARACOLES, CIMBRAR ARENA
Replegada hasta el último reducto de la espiral,
Me fortalecí cuando creí esconderme…
I
Fueron breves los segundos durante los cuales la mujer de blanco, la de los pies desnudos, ocultó el fulgor de los ojos bajo los párpados y reclinó la frente sobre sus manos. Ahora abre los ojos y eleva el rostro, con mirada desconcertada, para encontrarse nuevamente en el patio colonial.
El recital recién ha terminado. Sus compañeras todavía conversan con la Directora de la Galería. El público asistente se retira con desgano. Quedan pocas personas, entre ellas, seis mujeres.
Su presencia bastó para que concibiera en caleidoscópicas imágenes lo que ha quedado plasmado, como si hubiera surgido en un lapso muy distinto del real.
Algo que no vemos atrae la mirada de la mujer hacia el fondo del patio, allá donde se encuentra un pozo con brocal de cantera y cintura adornada con un antiguo trabajo de forja. Al costado del pozo un toronjal casi dobla sus ramas por el peso de los frutos maduros.
En la parte media de la copa, sentada sobre la rama más fuerte, apoyada la espalda sobre el tronco, balanceando suavemente los pies, leve y graciosa, hay una niña...

martes, enero 10, 2006

La dolorosa introspección de María

Además -sigue diciendo María- lo peor de esta introspección ha sido el darme cuenta que no soy la buena amiga que creía ser.
Esta reflexión ha puesto al descubierto la soberbia de mi actitud. He sido prejuiciosa. Ambivalente también.
No sé que clase de ser privilegiado me sentí.
Olvidé que aquello que me hacía ufanarme, eran dones gratuitos, carismas recibidos para fluir.
Me los adjudiqué y así temí ser envidiada y que buscaran entonces mis defectos.
Pero el miedo mayor, fue que interpretaran mal mi necesidad de acercarme, de tocar a las personas, de mirarlas y coquetear con los ojos, y yo amiga querida, necesito ese contacto, necesito ser aceptada, porque mi hambre de amor es grande, anhelo el amor de quienes me rodean.
Mira ni siquiera sé, si empecé diciendo las cosas en orden para explicarme.
Lo que si tengo en claro, es que ambicioné el afecto de cuantos me conocieran, y como no quería que nadie me envidiara o me temiera, ¿sabes lo que hice para lograrlo?
Desde mi prejuiciosa y soberbia postura busqué volverme inofensiva. A través de la gordura lhice que me tuvieran lástima y no envidia. Así podían decir:
“María es tan simpática, pero, pobre, yo no podría vivir con su gordura.”
“Qué bonita cara tiene María, lástima que no se cuide. Pobre está tan gordita.”
“Pobre María, de su inteligencia no dudo, pero su peso va a acabar con su salud.”
Me pobreteaban tanto por esto, que mis pretendidas cualidades pasaron desapercibidas.
En mi descargo sólo puedo decirte que no hice esto de manera consciente. Lo que hemos hecho ahora, motivó este descubrimiento, y aunque es cierto que me movió una desesperada necesidad de afecto, eso no justifica mí tremendo ego.
Hoy la tengo a la vista y no puedo negar esta verdad. Antes fui incapaz de percibirla, ahora me pregunto:
¿Entonces, es verdad que los amo?
¿Me van a seguir queriendo ustedes?
Y lo que es peor, después de lo que he hecho
¿Podrá mi cuerpo perdonarme? ¿Podré devolverle la dignidad que le he arrebatado?
Lo deseo con todas mi fuerzas, tanto como el que ustedes me amen, porque mi cuerpo, así como ha sido mi víctima, también es mi verdugo.
Se que esto que hice, involucra también una lucha por dominar otras malas tendencias, en la que indebidamente involucré a mi cuerpo.
Mantener presa mi materia me ayudó a doblegarlo, esto es cierto, pero no vencí en buena lid, porque ahora me duele percibir que sólo atendí a mi mente y a mi espíritu.
Sacrifiqué mi trilogía.
He despreciado injustamente mi cuerpo y ahora…

domingo, enero 08, 2006

Hoy que las necesito me dejan sola

La mirada de María se vuelve a la niña del cuadro y se detiene:
Ay ahora me doy cuenta. Es a Consuelo a quien se parece la niña. Pero también la mujer. ¿Cómo no me percaté antes? ¿Y la coincidencia del dije? ¿Qué será?
Vengo a escribir, y yo, que no creo en coincidencias, pues para mí, todo es Providencial, llego y descubro una inquietante relación entre este cuadro y nosotras.
No me cabe duda, este cuadro está ligado a mi historia, tanto como la mujer y el bastón, el dije y la niña.
Me voy. Necesito a Consuelo. En este momento ya no es el ambiente del Morgan lo que requiero. Me invaden mil pensamientos. Necesito mi casa, también debo escribir─.
La niña alza los ojos y la ve salir sin romper el silencio. En tanto; un reflejo travieso de la luz, cae sobre el dije que acuna en su cuello.
III
Llega el viernes y Antonia en contra de su costumbre llega tarde al Morgan. Viene con un legajo de hojas impresas.
La niña del cuadro la ve llegar, abre los ojos como platos y exclama:
Ahora sí que se va a armar la grande. No ha llegado ninguna y no sé si llegarán. Ya es bastante tarde. A ver que dice Antonia —.
Como si hubiera presentido algo, Antonia alza la vista y la detiene en la pintura de la niña que ahora permanece quieta, inalterada.
Antonia, se sienta, enciende un cigarro. Aspira y forma pequeñas volutas de humo, quelanza hacia arriba una y otra vez. De repente mira el reloj y percibe que sigue sola. Apaga con rabia el cigarro y azota el puño sobre la mesa:
Qué se piensan esas cabronas. Me dejaron plantada. Es viernes y tenían que estar aquí. No voy a perdonarles esta jugada. Toda la vida he estado para ellas, y hoy, que las necesito, me dejan sola. No podría creer eso de ninguna y mucho menos lo esperé de María. ¿Qué le habrá pasado? De muerte tendrían que estar para dejarme sola, ni siquiera ella ha llegado—.
Se da cuenta de que ha lanzado su exabrupto en voz alta, y eso la incomoda; no vayan a pensar que está loca. Voltea para ver si el mesero la oyó pero está sola en el patio. Enciende un nuevo cigarro, aspira y mira alrededor exasperada. Sin poder contenerse vuelve a exclamar:
María, María, ¿por qué no estás aquí? Qué no llegues me crispa—.
Aún resuena su llamado cuando irrumpe la voz de María:
Antonia, por favor, perdóname. No puedo estar contigo. Quiero escucharte, de verdad que quiero hacerlo, pero por favor, ahora óyeme tú. A Consuelo no la encuentro. A decir verdad, no encontraba a ninguna.
Te cedí mi lugar sin discusiones, pero ya vez que cada viernes, hemos tenido mayor necesidad de hablar. Sé que estás mal, pero yo estoy igual, o peor.
En mi cabeza ha estado rondando una inquietud terrible acerca de mi vida, y me pregunto una y otra vez, sin resultado. ¿Por qué, sólo me veo como su amiga y dejo a un lado todo lo demás? ¿Por qué?
Tampoco me malentiendas. No quiero decir que me pese, pero ¿y el resto de mi vida, qué?
Ya lo dije desde el primer día:
¿Qué hago, o a dónde voy, cuándo no ejerzo como amiga?

jueves, enero 05, 2006

Ahí estaba el bastón con su empuñadura de plata y pavoreales tallados


II
María sintió la ansiedad de Antonia cuando le habló y le cedió su turno para tranquilizarla. Sonríe al pensar que sus pensamientos tal vez se encuentren.
Repentinamente decide irse al Morgan para escribir. Aun cuando no vaya a exponerlo, no retrasará su desahogo.
Caminar de su casa al Café le resulta grato a esta hora de la tarde. La ciudad se muestra esplendorosa, un cielo aborregado que amenaza lluvia, obliga a los rayos del sol a difuminarse para atravesar las nubes. El resplandor dorado sobre añil, confiere a calles y edificios un aura que desciende sobre María e inunda su figura mientras camina.
Cuando entra al Morgan, sin detenerse llega a su mesa en el patio, y justo cuando va a sentarse, detiene la mirada curiosa sobre el cuadro y se dice:
No me había fijado en esta niña. En las reuniones la he visto sin prestarle atención.
¿Quién será ella, y de que época?
Se aproxima hasta casi tocar el cuadro, lo examina y piensa: —Se ve graciosa y anticuada con ese moño tan grande, parece que tuviera una mariposa parada en la cabeza. Sus párpados entornados desmienten el aspecto de seriedad de su cara. Esa manera de mirar tiene un toque de picardía. Viéndola así, tan de cerca, su rostro me parece conocido, ¿a quién me recuerda?
Se asombra cuando ve que la niña tiene un dije sobre el pecho. Al notarlo, de inmediato se lleva las manos al cuello para encontrar el suyo:
Es igual al mío. ¿Cómo puede ser? Este ni siquiera lo compré en México, lo encontré en Venecia con aquél anticuario donde compré el bastón para Consuelo. Me pareció un diseño poco común ¿cómo puede ser esta coincidencia?
Vuelve a revisarlo y se reafirma en la primera impresión: Pues no me equivoco; son idénticos.

El mesero llega silenciosamente y, sin preguntas, le trae un café. Ella se sienta y mientras lo endulza, observa el aromático remolino de su contenido:
Recuerdo aquella tarde de soledad en Venecia.
Fue un regalo haber escuchado esa espléndida guitarra desde la pequeña escalinata, con San Marcos al fondo.
La música, el vaivén de los turistas y mi aislamiento, me produjeron una sensación de intemporalidad similar a la somnolencia. Para sacudirla me levanté y recorrí los portales.
En la entrada de una pequeña tienda, estaba el bastón con su empuñadura de plata y pavo reales tallados.
Verlo y pensar en Consuelo fue todo uno.
Cuando me acerqué; desde una vitrina vieja, casi escondida, estallaron los reflejos del Murano cristal de este pequeño dije. Me atrajo su diseño: un caracol invadido por una ola. El agua que deposita entre sus entrañas pequeños caracoles, en vez de burbujas de espuma.
¿Como logró el artesano la delicada creación de esta pieza?
El anticuario me explicó que ambos, tanto el bastón como el dije pertenecieron a una misma casa y familia. Por mi parte, una vez que los tuve en mis manos, ya no pude dejarlos. Después de comprar los dos objetos, el anticuario un tanto esotérico, me dijo que tenían que ser míos. ¿Cuál será su historia? El bastón lo tiene Consuelo; el dije, yo.
Y es que en verdad tenía que ser mío. Cómo si no, mar, caracoles, agua y cristal reunidos en él.

martes, enero 03, 2006

La ira se había ido, sólo quedaba el enojo

La noche que más despotriqué, me fui a dormir con un sueño intranquilo, que afortunadamente interrumpí para hacer oración.
Volví a acostarme y no sé cuánto tiempo dormí.
De repente, ya avanzada la noche, desperté con la conciencia clara de lo que sucedía. La ira se había ido. Quedaba sólo enojo. Este era un asunto que podía atender y solucionar. Había vuelto a estar en control.
El contador dejó de ser el canal por el que yo estaba desviando mis frustraciones, por todo lo que estaba mal en mi vida. Él era simplemente una persona que estuvo a mi servicio y se comportó de mala manera. No más.
Sus actos no eran la razón de la ira.
El enojo real era contra mí misma, contra mi incapacidad y mis limitaciones. Nunca las había aceptado.
Ser capaz de ver esto, no me hizo entrar en posesión de una fórmula mágica por supuesto, pero ahora sí podía actuar conforme a mi carácter. Agarrar al toro por los cuernos:
Me quedó claro que no soy tan chingona como me creía.
Mis negocios en los últimos tiempos han ido de mal en peor, sin que logre estabilizarlos.
De eso la responsable soy yo y no puedo culpar a otro. No se trata de ponerme a desglosar uno a uno mis errores administrativos, eso sería motivo de una sesión distinta.
Lo que hoy me importa, es decirles que me resulta cuesta arriba reconocer, ante mi marido, ante mis hijos y ante ustedes, que sólo soy una mujer y no una súper-mujer.
Aunque tal vez escucharme decir esto, que para mí es tan difícil de aceptar, a ellos les hará bien.
Antes me preocupaba pensar que mi actitud ante la vida les resultara castrante, ahora me ven al fin en mi real dimensión.
Presumo que mis limitaciones las conocen hasta ahora, o tal vez ellos y ustedes las percibieron antes.
Aún así, es diferente que yo las reconozca, porque su admiración fue un regalo. Ahora me conocen tal como soy aunque me resulte duro despojarme de mi capa de autosuficiencia y reconocerme débil y temerosa de volver a errar.
En realidad no es esta la primera vez que me siento débil y asustada. En el pasado he deseado desesperadamente un hombro para reclinar la cabeza. No ser cabeza, ni tomar decisiones.
Deseé poder voltearme y preguntar, ¿qué hago? En esos momentos me hubiera cambiado por cualquiera. Hubiera dejado con gusto el látigo del que ustedes me bromean, para obedecer aunque fuera una vez.
Pero aunque quiera, no puedo hacerlo porque me apartaría del papel que elegí con todas sus consecuencias.
Lo que sí tengo que decirles es que la carga muchas veces ha sido dura. Ustedes no se dieron cuenta, porque oculté cuanto me ha pesado.
Claro que no voy a quedarme aquí tirada haciéndome el harakiri ante ustedes. No soy así.
Pero ya era tiempo de que me diera un espacio para mostrarles esta debilidad que forma parte de mí, tanto, como esa reciedumbre que me ha permitido subsistir y ocupar mi lugar en un mundo de varones.
¿Qué dicen? ¿Me aceptarán así?
Además, les aclaro que no podría soltar para siempre el látigo y el micrófono, porque también los necesito.
Tengo mucho por hacer. La diferencia es que ahora estoy dispuesta a aceptarme en la forma que yo sea. No disimularé más. Cuando tenga ganas, voy a llorar a gritos. Ojalá que me quieran oír.
¿Qué más puedo decirles, amigas? Que las quiero en verdad y que valoro ese destape que ha tenido cada una y que sinceramente deseo estar a la altura de ustedes. Les digo con verdad que me han impactado.
Antonia cierra el archivo. No quiere releer. Se le ocurre:
—Cuando el corazón habla, no hay que taparle la boca—.

Gracias por leerme, tú das razón de ser a este blog